Hace unos veinte años, cuando estaba preparando mi examen de ingreso a la escuela de cine, vi Soñar, soñar (1976) de Leonardo Favio y por alguna razón se convirtió en mi película favorita. ¿Por qué las películas se convierten en favoritas? Hoy volví a verla para entender por qué me la guardé en mi corazón durante tanto tiempo. Por ahí las películas se convierten en favoritas cuando nos cuentan una historia que andábamos necesitando.
Entre 1999 y 2001 ya me habían bochado dos veces del ingreso a la ENERC, (la escuela de cine pública y gratuita del INCAA). Yo quería ser director de cine, pero casi me resigno cuando un día leí una nota escrita por Favio en este mismo suplemento en la que decía: “Sé a ciencia cierta que tenés que tener mucho de suicida para meterte en el cine. Es un camino muy doloroso si se lo hace con pasión.” Hoy, después de haber hecho dos largometrajes puedo entender por qué Favio pensaba así, pero en ese entonces me había propuesto intentar entrar a la escuela de cine una vez más. Me atragantaba con películas para dar el examen por tercera vez aunque me sentía en desventaja: había empezado tarde. Tenía 27 años y nunca --aún hoy-- iba a estar al día con todo el cine arte, de autor o clásico que tenía que ver. Sentía que había estado perdiendo el tiempo con películas de ciclos de televisión como Sábados de Superacción, Hollywood en Castellano, las películas de Jerry Lewis y Dean Martin, Bud Spencer y Terence Hill, todas las de Stallone, Schwarzenegger, Bruce Lee, Chuck Norris, Charles Bronson, de ninjas y cualquier estreno comercial de los 90s que llegaba a mi videoclub de Parque Chacabuco.
Cuando vi Soñar, soñar por primera vez me volví a enamorar de la profesión que había pensado para mi. En esa historia, Favio demostraba que el cine de autor y el cine popular podían convivir en una misma película. Que se podía hacer un cine íntimo y sensible sin que por eso sea aburrido o solemne. Un cine visceral, con la potencia de lo auténtico, sin pretensiones ni snobismos.
Soñar, soñar cuenta la historia de Carlos (Carlos Monzón) un empleado municipal de pueblo que conoce a El Rulo, un artista trotamundos (Gianfranco Pagliaro) y abandona todo para irse con él a Buenos Aires, ilusionado con la posibilidad de cumplir su sueño de convertirse en artista y triunfar. Favio mismo ya había triunfado, era actor, cantante y por sobre todas las cosas un cineasta consagrado que venía de hacer dos películas como Juan Moreira (1973) y Nazareno Cruz y el Lobo (1975), que por casi 40 años fue la película nacional más taquillera. Pero en 1976, Favio leyó el clima de época y decidió hacer una película más pequeña como Soñar, soñar y se animó a hacer actuar a un campeón de box con un cantautor italiano en una buddy movie de provincia. Sin embargo, la película tardaría en ser reivindicada, porque cuentan que el golpe de Estado lo sorprendió en pleno rodaje, que para su estreno tuvo un pobre lanzamiento, que no tuvo nada de promoción y que el público y la crítica le dieron la espalda. Después de Soñar, soñar, Favio se exiliaría dedicándose a cantar por Sudamérica y retomaría su carrera como director con recién en 1993 con Gatica, el mono .
Finalmente, pude entrar a la ENERC y formarme en una de las escuelas más prestigiosas del mundo. Como buen estudiante de cine, le robé planos y busqué mi identidad mirándome en su espejo. En el reflejo aparecía un Carlos desamparado y fascinado que le pregunta a El Rulo "¿Cómo se hace para ser artista?" y El Rulo como Favio, me respondía "Y yo que sé".
Sigo sin saber como se hace para ser artista, pero me alcanza con volver a ver Soñar, soñar para encontrar algunas respuestas. Creo que su desmesura y desparpajo me ayudó a no tener miedo y confiar en mi intuición, me devolvió la ilusión cuando pensaba que filmar estaba reservado para una elite, me empujó a contar mis sueños, pero sin perder de vista al público.
Me ayudó a pensar las películas como fábulas y al cine como un arte popular.
El cine como el sueño de muchos, el cine como los sueños de un pueblo.
Fernando Salem es director de cine y guionista. Dirigió y co-escribió las películas La muerte no existe y el amor tampoco ( 2020) basada en la novela Agosto, de Romina Paula y Cómo funcionan casi todas las cosas (2015). Además, Fernando es uno de los creadores de La Asombrosa Excursión de Zamba , serie que escribió y dirigió hasta 2015 y de Siesta Z. Sus trabajos para audiencias infantiles le valieron diversos premios, nominaciones y reconocimientos internacionales como Emmy® Kids Awards y el Prix Jeunesse Iberoamericano. Actualmente escribe la serie Petit, basada en el trabajo de Isol Misenta y desarrolla una serie animada sobre alimentación junto a Narda Lepes.