Ella cree que su cuerpo se parece al de una tortuga. Suerte de mutación, idea kafkaiana de la mujer que un día se despertó y se convirtió en reptil, ella se describe como un cuerpo intervenido por la cirugía que en lugar de embellecerla la ha dejado vaciada.
No está sola en su casa. Hay un esposo que se ha mudado a un cuarto apartado y una hija que deambula pero no le habla. La protagonista hace de su enfermedad una bronca que ya no puede ser domesticada. Busca su pasado en las redes sociales y repara en ese espacio virtual para ejercer su descarga. Le queda un recuerdo turbulento que se vuelve amenazante cuando la actriz se acerca a la cámara y la cara se agranda como si estuviera a punto de mordernos.
Es que esta obra que puede verse por streaming, ocurre en vivo desde la casa de Matilde Campilongo, la actriz que, con inteligencia, hace de su criatura un ser que se desgrana entre el rechazo y la piedad. No hay complacencia en el trabajo de Campilongo, ella piensa a su personaje desde la crítica y vuelca esa mirada en una actuación que va del realismo a cierto expresionismo que propicia el uso del video.
Porque La Tortuga ocurre desde la plataforma de Teatro UAIFAI creada por Marcelo Allasino (director y autor de esta obra) para reconstruir una instancia similar al teatro. La actriz realiza cada función en vivo en los días y horarios pautados, el público puede acceder a la experiencia comprando una entrada para participar de la obra en el momento que se realiza. El material no queda grabado y cada función es única.
Allasino aprovecha el espacio acotado, la proximidad y la lejanía que permite la cámara, para trabajar una noción de encierro que pasa más por el estado emocional de la protagonista que por la realidad de la escena. Enemistada con su cuerpo desde siempre, desde el momento que quedó embarazada sin desearlo, la protagonista logra decirlo todo en su monólogo porque entiende que esa amiga de la infancia con la que conversa desde la pantalla de su computadora es una figura ausente.
En la dramaturgia de La Tortuga se descubre que en una charla virtual el vínculo no sucede entre las dos personas implicadas sino que cada una se conecta en soledad con el dispositivo digital y está claro que a esta mujer le cuesta pensar que ese mundo que ocurre en las redes sociales tiene algo de verdad. Por eso puede confesar lo caliente que estaba con El Turco en el viaje de egresadxs de Bariloche y el odio que todavía habita en ella por el abandono y por la hija que tuvo con él y que se parece tanto a su padre. El rechazo forma parte de la estructura de La Tortuga que nace desde la percepción de un cuerpo que le resulta incómodo, con el que no consigue entenderse. El asco que puede darle a la protagonista chupar una pija se parece a la convulsión que le producen los medicamentos para calmar ese tumor que le creció igual que el feto de su hija. En esa descripción impune que equipara esos dolores que la trasformaron contra su voluntad, esta mujer también encuentra cierta liberación. De algún modo todo lo que dice funciona como una representación para su amiga que, probablemente ya se fue, o no la escucha o, tal vez, el morbo de esa vida desencajada le procura una atención insomne.
Esa sinceridad que la deja abierta, donde la fragilidad tiene la forma de una violencia que no sabe a dónde la llevará, nos permite estar en su cabeza, soportando la batalla que ella no puede resolver. La angustia deviene en una instancia cómica. La Tortuga juega con lo irresistible del dolor y con el modo en que ese drama, como totalidad, se deforma para revelar la inconsistencia de esta mujer que va a seguir hablando sin importarle si del otro lado hay alguien que la escuche.
La tortuga puede verse los jueves y sábados a las 22 desde www.teatrouaifai.com