¿De cuantas y diversas maneras está presente Manuel Belgrano entre nosotros?
Cada 3 de junio, los de raíces italianas –luego de la jornada en la que recuerdan el referéndum popular que estableció la forma republicana tras el fin de la Segunda Guerra Mundial- evocan el nacimiento de uno de los descendientes de un comerciante oriundo del pueblo de Oneglia, en la costa de la Liguria, llamado Domenico Belgrano. Se homenajea junto con la abnegación de quien prefirió llamarse antes buen hijo que padre de la patria, la de aquellos inmigrantes de la península que llegaron hasta esta latitud y contribuyeron a forjarla.
Cualquiera sea el modo de estar ante el pasado y el presente, todos los argentinos identificamos en Belgrano los valores de la honestidad, la humildad, la coherencia y el amor por su patria. Nuestro presidente mediante el Decreto Nº 2 de este año rescata el necesario recuerdo de “una personalidad de intachable integridad y firmes convicciones patrióticas”, desde un gran motivo de consenso en la sociedad argentina.
Al memorarse los 250 años de su nacimiento -y en breve 200 de su muerte-, junto con la grafía mitrista que lo veneró desde la estatua ecuestre de la Plaza de Mayo y lo relegó a la figura del general creador de nuestra bandera, la escuela desde principios del siglo XX lo recuperó en procura de dotar de una identidad nacional a todos los hijos de inmigrantes.
Claro que el ideal belgraniano trasciende –y por mucho- ese rol en su impronta fundante: defensor del industrialismo a partir de la difusión de una economía política adaptada a los intereses locales, de una auténtica libertad de prensa, de la reforma para la educación pública, gratuita y obligatoria, de los derechos de los pueblos originarios, entre tantas cruzadas heroicas emprendidas desde el yacimiento conceptual de la filosofía revolucionaria europea que había vivenciado.
Porque Belgrano -instruido en el colegio San Carlos- fue a estudiar Derecho a la Universidad de Salamanca, por ser más cuidada que la formación impartida en Chuquisaca. Posteriormente se graduó y matriculó en Valladolid en 1793, para ser nombrado a finales de ese año Secretario del Consulado de Buenos Aires. En España los planes de estudios universitarios habían sido actualizados por Campomanes bajo el signo de una Ilustración que consagraba reformas en tres sectores: el político, el económico y el jurídico. Y Belgrano respondió a esa formación progresista.
Aunque menos conocida resulta la situación que en el Plata atravesaba entonces su progenitor Domenico. En 1788 apareció involucrado en un proceso penal vinculado a una quiebra, y se le incautaron la totalidad de sus bienes para conducirlo a prisión. La preocupación de su hijo desde España de lo que entendía una auténtica injusticia lo llevó a contribuir en la conducción de su defensa, en una de sus pocas actuaciones judiciales conocidas. Tras un dilatado trámite, recién en 1794 una sentencia concluyó absolviendo de culpa y cargo a su padre y le restituyó la plena libertad y el goce de sus bienes. No obstante, su patrimonio quedó completamente reducido y falleció en septiembre de 1795, poco tiempo después que su hijo retornara.
No en vano Manuel Belgrano combatió la dependencia colonial, que venía acompañaba del absolutismo y su inquisición judicial oscurantista y opresora. A pesar de la prohibición, tenía en su biblioteca las obras de Voltaire, ya que había sido autorizado por el papa Pio VI en 1790 a “leer y conservar durante su vida todos y cualesquiera libros condenados, aunque sean heréticos”. Voltaire había defendido a las víctimas del sistema penal escribiendo en 1788 “El precio de la Justicia y de la Humanidad”, lo que anticipaba en su Diccionario: “La idea de Justicia me parece una verdad tan de primer orden, a la que todo el universo asiente, que los mayores crímenes que afligen a la sociedad humana todos son cometidos bajo el falso pretexto de Justicia”. Célebremente Belgrano supo advertir : “El modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente”, tanto como “Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la Justicia es sólo para aquéllos”.
El tránsito de la actual situación en su conexión germinal con pasadas injusticias no deja de invitar a repensar el país soñado por Manuel Belgrano y su proyecto de nación.
* Alejandro W. Slokar es profesor titular UBA/UNLP.