María Cavallaro usa flequillo. Lo usa, dice, para tapar las marcas de la violencia inscriptas en su frente. Las otras, las del espíritu, las fue sanando. Lo que la salvó, dice María, fue el Ni Una Menos, el movimiento que surgió hace cinco años como grito colectivo, de hartazgo, contra los femicidios, pero que expandió su reclamo, entretejiendo redes de mujeres y disidencias, para denunciar y poner en evidencia las desigualdades que históricamente han marcado nuestras vidas. A partir de las marchas de Ni Una Menos, en la pequeña localidad de Lago Puelo, donde vive María, en ese rincón del noroeste de Chubut, casi en el límite con Río Negro --a 14 kilómetros de El Bolsón-- esta mujer de 50 años, pudo cortar la historia de violencia que arrastraba, pudo identificar que el maltrato no había sido solo físico –también económico y emocional— y ser otra. Desde el 11 de diciembre, con el nuevo gobierno municipal, fue designada coordinadora del servicio local de asistencia a víctimas de violencia de género. Ahora es ella quien acompaña a otras mujeres a salir del círculo de la violencia. Una historia que condensa la de tantas otras cuyas vidas ya no fueron las mismas después del 3 de junio de 2015.
--Ni Una Menos me salvó –dice María, desde su casa, en la subida al cerro Radal, a 11 kilómetros del pueblo. El día amaneció frío, apenas 1 grado, pero con algo de sol entre nubes grises y blancas. Desde la puerta, a lo lejos, María puede ver el Cerro Piltriquitrón sobre la cordillera. La salvó a ella y a muchas más. Aunque los femicidios no bajaron: se siguen registrando con la misma frecuencia que en 2015: uno cada 30 horas, según los registros del Observatorio “Ahora que si nos ven”. Hubo 1450 en los últimos cinco años.
María es masajista y llegó a la Patagonia hace veinte años, desde San Antonio de Padua, con su marido y el hijo mayor de tres años. Después tuvieron al segundo, hoy de 14.
--Cuando nuestro hijo más grande tenía un año recibí los primeros golpes. Discutíamos porque él tomaba, se ponía borracho. Yo le reclamaba que dejara de tomar. La primera golpiza fue feroz. Terminé desmayada. Tengo un pequeño coágulo en el occipital derecho y un sobrehueso en la frente que me quedaron de los golpes –dice.
Prefiere tapar esas marcas con el flequillo. Fueron varias las golpizas que recibió en la cara a lo largo de los 18 años que estuvieron juntos, dice. Por entonces nunca lo denunció. Se habían conocido en un boliche de San Telmo. Los dos eran ricoteros.
--Todavía no podía entender que estaba mal que me golpeara. Creía que era mi culpa –dice.
La cara le quedaba negra. El ánimo destrozado.
--La última vez que me golpeó, mi hijo mayor, que entonces tenía 16 años, escuchó, saltó de su cama, lo empujó por la escalera de casa, le abrió la puerta y lo echó.
Fue un año y medio antes de la primera marcha de Ni Una Menos.
--Pero no podía cortar. El Ni Una Menos me permitió ver las otras violencias que había sufrido, además de la física, salir y cortar –dice. La ayudaron también, dos años de terapia.
En la primera convocatoria de Ni Una Menos, María y las mujeres de Lago Puelo, fueron a marchar a la plaza de El Bolsón, distante a 14 kilómetros, localidad de referencia en la Comarca Andina. Pero desde 2016, conformaron la colectiva de Mujeres y Disidencias de Lago Puelo: se empezaron a reunir en la sede del gremio docente, a grabar spots para pasar en la radio con cada convocatoria (los 3J y los 8M), las mujeres se animaron a hablar, contaron –como María-- sus historias de violencias y abusos, crearon el espacio de género de la Biblioteca Popular, y también de Socorristas Rosas de Comarca Andina –que acompañan mujeres en situación de aborto—: Se organizaron. Como ocurrió en otras localidades del país. Con el Ni Una Menos llegó la organización y empezaron a ocupar la plaza local con sus reclamos.
Las ILE, en Lago Puelo, se garantizan en el hospital local, cuenta María.
Chubut es la única provincia que tiene una ley sancionada por su Legislatura –aprobada en 2010—para regular la atención de los abortos legales: esa norma fue consecuencia de un caso de una niña de 14 años violada por su padrastro en Comodoro Rivadavia a la que le impedían interrumpir un embarazo forzado en el hospital. Finalmente fue autorizado por la corte provincial. El caso derivó en el fallo FAL dictado por la Corte Suprema en 2012 para clarificar los alcances de los previsto en el artículo 86 del Código Penal, en el que exhortó a los gobiernos nacional y provinciales a implementar protocolos, para evitar obstáculos arbitrarios. Todavía tres provincias no cumplen con esas regulaciones: Corrientes, Santiago del Estero y Tucumán, en las tres el embarazo forzado de niñas es política de Estado.
--El movimiento Ni Una Menos me ayudó a empoderarme y a entender que lo que había vivido en mi matrimonio habían sido 18 años de violencia, de todas las violencias –retoma María.
Aunque llegó a Lago Puelo con su título de masajista matriculada, durante su matrimonio se dedicó a la crianza de los hijos y no trabajaba fuera de su casa.
--Comés gracias a que yo te doy de comer, me decía mi ex y para mí era devastador. Yo criaba a los chicos y para él no era trabajo. Cuando mi madre estaba muy mal de salud, antes de morir, no me dejó viajar a Padua a despedirla porque me decía que yo no generaba dinero y no podía viajar. Mi mamá murió sin saber de la violencia que yo padecía. Siempre me escondí y nunca le conté nada.
Su ex tampoco la dejaba manejar la camioneta Saveiro ni el Corsa que tenían. Ni siquiera le permitió aprender a conducir.
--Andaba a dedo con los chicos. “Sos una inútil, no vas a poder, si me rompés la camioneta con qué salgo a trabajar”: eso me decía. Después de separarme aprendí, a los 46 años. Me compré un Renault 12 gris, modelo 92, pero no me animaba a aprender. Mi hijo mayor me alentó. Tuve el auto tres meses estacionado sin intentar. Mi hijo me decía: si lo rompés, es tuyo, dale, animate. Y así aprendí.
Desde que asumió el nuevo gobierno municipal, el 11 de diciembre –gestión peronista—, María asumió como coordinadora del número local del servicio de asistencia a víctimas de violencia de género, que está vinculado al 144 nacional y al 137 provincial. Pero la mayoría de llamados le llegan por su WhatsApp personal, porque en el pueblo –dice—todes se conocen.
--La única manera de ayudar a otres es en red y en el abrazo. Somos como semillitas que se esparcen: cada una de nosotras va sembrando otras.
En Lago Puelo no hay circulación de coronavirus. Pero están en cuarentena. En esta etapa de aislamiento social preventivo y obligatorio María intervino en seis situaciones de violencia. En un caso tuvieron que articular con la provincia para que pudiera viajar una joven embarazada y con dos niños pequeños con su familia en Entre Ríos.
--Tenemos un equipo interdisciplinario, una abogada, una psicóloga, una trabajadora social y una psicóloga social. Tenemos el teléfono de guardia. A veces nos llaman del hospital, o la policía o de la comisaría de la Mujer, que está en El Hoyo, localidad vecina. Acompañamos a las mujeres en todo el proceso de la denuncia. Si hay que sacarla del domicilio, lo único que tenemos es un colchón de dos plazas que me regalaron y lo tengo en la oficina y lo llevamos a un centro comunitario. Hoy trasladamos a una señora a Bariloche con una camioneta que nos prestó el área de Discapacidad. Nos falta un vehículo. A veces hemos logrado que el municipio pague un hospedaje: el problema es que a los dueños nos les gusta recibir a las mujeres porque como es un lugar turístico no quieren saber nada de que lleguen en un patrullero.
María aprovecha la entrega de módulos alimentarios que hace Desarrollo Social durante la cuarentena y le suma folletería con los números para pedir ayuda en casos de violencia, para saber dónde retirar anticonceptivos y consultar por una ILE. También agregó semillas para hacer huerta y tapabocas que donó una amiga. Redes de mujeres para cambiar las vidas de las mujeres.
Hoy habrá actividades de manera virtual para conmemorar este aniversario con distintas convocatorias a lo largo y ancho del país (ver aparte). En Lago Puelo, en cambio, a las 15, mujeres y disidencias se reunirán en la vereda de la Biblioteca Popular, con barbijo y distancia social, y pañuelo verde, para volver a decir “Ni Una Menos, vivas, libres y desendeudades nos queremos”.