Ante la necesidad de contar con profesionales para el desarrollo de obras de infraestructura, la Universidad de Buenos Aires (UBA) creó en 1865 el Departamento de Ciencias Exactas. La iniciativa impulsada durante la gestión del rector Juan María Gutiérrez abría un área para la “enseñanza de las matemáticas puras y aplicadas, y de la historia natural".

El plan de estudios constaba de 18 asignaturas: el 30 por ciento estaba vinculado al dibujo y otro 30 por ciento a las matemáticas, mientras que sólo dos materias se referían a la construcción y otras dos a la geología y mineralogía. Además, incluía conocimientos de agrimensura.

El primer graduado fue Luis Huergo. El diploma, fechado el 6 de junio de 1870, lo habilitaba como "Ingeniero de la Escuela de esta Universidad en la Facultad de Ciencias Exactas". En su homenaje, la fecha celebra el Día de la Ingeniería.

Las tesis de los primeros doce egresados –bautizados como los “doce apóstoles de la ingeniería argentina”– reflejaban sus inquietudes “por la integración de la población, la economía y el territorio nacional, en un momento en el que la idea de ‘construir la Nación’ actuaba como un paradigma clave”, detalló el historiador y docente-investigador de la UBA, Yann Cristal.

La mayoría abordaba “cuestiones vinculadas a la infraestructura vial y ferroviaria del país, como la de Luis A. Huergo sobre ‘Vías de comunicación’ o la de Guillermo White sobre ‘Construcción de puentes’”. Otras, como la de Valentín Balbín, sobre “Aguas corrientes”, o la de Luis Silveyra, sobre “Vías públicas de la ciudad de Buenos Aires”, mostraban sus preocupaciones por “garantizar las condiciones de habitabilidad de las grandes ciudades” frente a la epidemia de fiebre amarilla de 1871.

Tuvo que pasar casi medio siglo para que se recibiera, también en la UBA, la primera ingeniera de Argentina y Latinoamérica, Elisa Bachofen. El 5 de diciembre de 1918 obtuvo el título de “ingeniero” civil. Recién en 1929, cuando la Real Academia Española había aceptado la denominación femenina de la profesión, su título de “ingeniera” fue efectivizado.

Para la primera mitad del siglo XX, “en un contexto de guerras mundiales y crisis como la del ‘30, se fue afianzando la noción de lograr la ‘autonomía de la Nación’ y se crearon empresas estatales, como YPF o SOMISA, dirigidas por figuras como Enrique Mosconi y Manuel Savio”. A partir de los ’50, “se afirmó el paradigma del ‘desarrollo de la Nación’ y se desplegaron ramas, como la industria automotriz, la siderurgia o la petroquímica”, indicó Cristal al Suplemento Universidad.

En 1952, Ingeniería se constituyó en una de las Facultad de la UBA. Dieciséis años más tarde, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) también creó una unidad académica independiente para las carreas que hasta entonces se dictaban en la Facultad de Ciencias Físicas, Matemáticas y Astronómicas, creada en 1897.

Con la fundación de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ), la Facultad de Ingeniería y Ciencias Agrarias se convirtió en la primera del conurbano. En 1982 se abrió Ingeniería Industrial y en 1986 se creó la Facultad de Ingeniería como unidad académica independiente, con una oferta orientada a la producción y los procesos manufactureros que caracterizan a las PyMEs de la región.

Desde el comienzo, Ingeniería de la UBA se caracterizó por su oferta de “carreras clásicas” a nivel de grado. Hoy cuenta con 12 carreras entrelazadas, que comparte un tronco común de materias “básicas” y “ciencia de ingeniería”. A nivel de posgrado, cuenta con un amplio abanico de más de 40 especializaciones, maestrías y doctorados.

Con un promedio de graduación de 8 años y medio, uno de los grandes desafíos de la “educación en ingeniería” es “incrementar” el número de egresados, sostuvo el decano Alejandro Martínez. En tanto, el otro reto es aumentar la cantidad de estudiantes y graduadas mujeres, que en la unidad académica representan apenas un 20 por ciento, el número “más bajo de la Universidad”.

Frente a los nuevos desafíos de la enseñanza de la ingeniería, la unidad académica trabaja en la actualización de sus carreras, en el marco del “Plan 2020”. En conversación con este suplemento, Martínez afirmó que buscan “seguir promoviendo la investigación, valor histórico, clásico y distintivo de la UBA” y, a su vez, “agregarle otros”. En ese sentido, expresó: “No podemos seguir haciendo proyectos sin evaluar el impacto ambiental, energético y social”.

De cara al futuro

En su origen, la ingeniería argentina estuvo ligada a la instalación de la red ferroviaria nacional, la construcción de puertos y la realización de obras de saneamiento que contribuyeron a erradicar infecciones y epidemias. Con el paso del tiempo la familia de las ingenierías se expandió. Algunas especializaciones se convirtieron en ofertas de grado y la necesidad de contar con profesionales en nuevas áreas dio origen a otras.

“La ciencia y la técnica son pilares fundamentales para cualquier país en desarrollo. No se puede pensar en ampliar nuestra matriz productiva y de servicios sin la ingeniería.” La reflexión pertenece a la docente-investigadora y primera graduada de la carrera de Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), Andrea Gómez. Creada a fines de 1997, la carrera abrió sus puertas a la primera cohorte al año siguiente. “En esa época se vislumbraba en el país una creciente demanda de técnicos y profesionales especialistas en temas ambientales”, recordó Gómez a este suplemento.

Con sede en la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH), la oferta de grado es compartida con la Facultad de Ingeniería Química (FIQ) de la UNL y el Instituto de Desarrollo Tecnológico para la Industria Química (INTEC-CONICET). El diseño, la ejecución y la supervisión de obras y procesos para tratamiento y remediación de efluentes líquidos, sólidos y gaseosos son las principales competencias de los graduados.

“La Ingeniería Ambiental tiene el desafío de incorporar los vertiginosos cambios globales, climáticos, de uso del suelo y otros recursos, y sus potenciales impactos para integrarlos en el estudio, diseño, planificación y gestión de obras de ingeniería”, sostuvo la docente-investigadora de la UNL y agregó: “También debe tener en cuenta la implementación de tecnologías innovadoras, tanto para reducir la generación de efluentes gaseosos, líquidos o sólidos, como para el tratamiento y remediación de ambientes”.

Por su parte, la Ingeniería en Biotecnología se ocupa del procesamiento industrial de materias primas para obtener productos de mayor valor a través de la acción de la acción de catalizadores biológicos, como microorganismos, células animales o vegetales, enzimas y otros componentes. La carrera sólo se dicta en la Escuela de Producción, Tecnología y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) a nivel de grado.

Desarrollada en conjunto con un grupo de investigadores de la licenciatura en biotecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), la oferta abrió sus puertas en 2010.

La directora de la Escuela, Marcela Filippi, señaló que la “biotecnología industrial consiste en la aplicación de herramientas para buscar sustitutos naturales a los procesos químicos que se utilizan en la producción industrial”.

“La aplicación de procesos biotecnológicos es posible en muchas industrias, resultando de ellos beneficios tecnológicos, económicos y menores costos ambientales”, dijo Filippi a este suplemento y destacó que la oferta apunta a formar profesionales que ayuden a “mejorar la calidad de vida que tenemos”.

La crisis ambiental mundial exige a las ingenierías una mirada multidisciplinaria para lograr que el desarrollo científico y tecnológico sea, a su vez, sostenible.