El fenómeno cinema tográfico que resultó Parasite, con su saga de premios internacionales y éxito de taquilla, permitió visualizar algunas cuestiones que se observan entre líneas sobre aspectos sociales de Corea del Sur, para muchos desconocidos en Argentina, como por ejemplo el fenómeno de las tremendas desigualdades sociales. Alcanza con observar la diferencia entre las dos familias en las que se centra la historia. Unos viven en un minúsculo semisótano inundable que ha sido bunker antibombardeo en el pasado, haciendo malabares para robar wifi de los vecinos y subsistiendo a duras penas, mientras que los otros residen en una millonaria mansión inteligente, tienen chofer, ama de llaves y tutores para todas las disciplinas formativas que sus hijos necesitan. También aflora permanente el fantasma de la desocupación y aún más sorprendente el de la continua quiebra de empresas, que es uno de los motivos esgrimidos por los protagonistas (pobres) para no tener empleo o que este sea inestable y mal pago.
Un tema que no solo aparece en Parasite, sino también en The Host, una película anterior del director Bong Joon-ho, es el referido a que buena parte de las desigualdades planteadas en el párrafo anterior provienen de la posibilidad (o no) de acceder a la educación universitaria. Para quienes no vieron The Host, la historia gira sobre una familia disfuncional, en la que, de los tres hijos, uno que fue a la universidad viste distinto, razona distinto y actúa distinto a sus hermanos, que no accedieron a la educación superior. En Parasite los ricos dicen que también “huelen distinto”.
En esta última, buena parte de la trama se basa en dos hermanos pobres (y obviamente no universitarios) que se introducen en una familia rica para ser profesores particulares de una hija que transita la escuela secundaria, pero que ya se está preparando para ingresar a la universidad.
En una estupenda nota, el periodista Julián Varsavsky describe las aristas principales del sistema universitario coreano, que trasvasa al sistema educativo de ese país en su totalidad. Explica con gran conocimiento que para ser graduado universitario primero hay que pasar una gran barrera: el examen que permite ingresar a esas instituciones. Así describe situaciones inimaginables en nuestro país y gran parte del mundo: el proceso comienza con un grupo de docentes que cada año permanece confinado e incomunicado durante un mes mientras elaboran lo que será el examen de ingreso de las universidades. Luego, el día de la evaluación (que dura ocho horas y veinte minutos) se recomienda a la población no salir en auto para no originar problemas de tránsito a los alumnos, porque quien llega cinco minutos tarde no puede rendir. Por eso algunos se alojan en un hotel cercano a la sede donde rinden. El tránsito directamente se corta doscientos metros a la redonda de cada sede. Desde varios días antes, los medios difunden técnicas para mejorar el rendimiento y la concentración. Es común ver a muchos padres rezando en las puertas de las sedes donde se rinden los exámenes.
Más de 500.000 aspirantes se presentan cada año y solo el 3 % consigue el SKY, un juego de palabras entre “cielo” en inglés y el acrónimo de las tres mejores universidades del país (Seúl, Korea y Yonsei). Ese “cielo” que se alcanza es ingresar a alguna de ellas. El otro 97 % deberá esperar un año (¿y luego otro, y luego otro?) o frustrarse porque todo el recorrido previo transitado en su adolescencia queda tirado en la basura.
Para dimensionar ese tránsito previo es bueno reproducir lo que manifiesta la ONG Mundo: los jóvenes coreanos pasan entre 70 y 90 horas semanales estudiando (sea en el colegio, en institutos privados o con profesores particulares como los que aparecen en Parasite) y duermen entre 5 y 6 horas diarias, por lo que es obvio que su vida social se ve notablemente disminuida. Un corresponsal del New York Times contó su sorpresa al asistir a una escuela secundaria de Seúl donde vio a los alumnos estudiando a las 22.30, cuando ya llevaban quince horas de actividad. Algunos estudiaban parados para no dormirse. Otros, luego de las clases doble turno en su escuela, llegaban a sus casas y seguían (solos o con profesores particulares) hasta que el cuerpo no les daba más, o concurrían a los hagwons (institutos privados de apoyo escolar) hasta tan tarde que el gobierno los obligó a cerrar a medianoche, porque si no muchos alumnos al día siguiente se dormían en las clases del colegio.
Además está la presión de los padres, ya que la principal inversión de muchas familias es en el proceso formativo de los hijos para que puedan ingresar a la universidad. Se calcula que aproximadamente el 30 % de los ingresos de una familia se gasta en esto. Luego, mantener un hijo en la universidad sale entre 300 mil y 400 mil dólares hasta que se gradúa. Es común que haya familias que sacan hipotecas para cubrir estos costos.
Obviamente que no todos le pueden poner la misma dedicación o el dinero necesario para pagar profesores (y luego el arancel de la universidad) o tienen el temple necesario para hacer frente a las adversidades que presenta un sistema tan despiadado y competitivo y aquí nace gran parte de las desigualdades de la sociedad coreana de las que venimos hablando.
Todo este cóctel de presiones lleva a que alrededor de 1.500 jóvenes estudiantes por año se suiciden.
Hyo-sang-Lim, profesor de la Universidad Kyung Hee (que no pertenece al grupo SKY), define con crudeza el carácter despiadadamente competitivo del estudiante que llega “al cielo”. Manifiesta que ellos dicen "no pensamos en disfrutar; nuestra meta es estar mejor que los demás". Una canción popular entre los adolescentes coreanos dice: “Si duermes tres horas al día, tal vez entres en SKY/ si duermes cuatro horas entrarás en otra universidad/ si duermes cinco horas, olvídate de entrar en la facultad”.
El producto final de todo esto no puede ser otro que graduados con poca iniciativa y creatividad, con conocimientos adquiridos como autómatas, en quienes prima la memorización, y con escasísima conciencia crítica.