Nueve relatos, con nueve narradoras a las que es posible imaginar como una sola, componen el segundo libro de Majo Moirón (Buenos Aires, 1985). Realizadora audiovisual, autora de Lobo rojo (Blatt&Rios, 2013), integrante del colectivo de poetas Máquina de Lavar, Moirón concede el protagonismo a mujeres todavía jóvenes, en búsqueda de un sentimiento genuino, que escapan o abominan de sus madres (lo que las convierte en seres magnéticos), sin especial interés en sus parejas, en el caso de que las tengan. Ese carácter extático de las protagonistas, que suelen ser además las que narran, transforma los relatos en juegos de adivinanzas o en el despliegue de paradojas que se resolverán en un fuera de campo.
“Hay que destruir para crear, dejar algo atrás te empuja para adelante –dice Moirón-. Escribo un poco sobre eso. Todas las narradoras de este libro pueden ser una misma narradora que sale a buscarse con la conciencia de un privilegio que se cuestiona como un ruido aparte. Mujeres que se buscan perdiéndose. Siempre me interesó ese momento de realización personal en donde una persona pasa de un lugar a otro en su vida, y cómo esa búsqueda de flexibilidad las desborda para encontrar una forma nueva”. El montaje de acciones y estados domina la forma, solo en apariencia desordenada, de las historias. “Ese interés que tuve siempre por otras cosas es, para mi familia, una mente dispersa” y “El cálculo de los invitados había sido desprolijo, como todo en nuestra vida”, son dos frases de “Un cartel de prohibido pasar”, donde la construcción frágil y descuidada de un hogar se paga con el desmoronamiento de otro.
El tono documental, subyacente en algunos relatos, aflora en “Las señales”, el impactante primer cuento de Los lugares equivocados, y en especial en “Somalia”, protagonizado por una joven cineasta que viaja con un equipo de producción a un país en guerra. “No quiero que nadie sepa lo sola que estoy”, piensa una vez instalada en una base militar de Naciones Unidas, donde será testigo de bombardeos, rituales amorosos y la absurda lotería de la suerte. “Lo audiovisual no llegó primero que la literatura –señala Moirón-. Me gusta el cine de Antonioni, Reygadas, Martel; el que no abandona la literatura como forma narrativa, en donde todavía existe un lenguaje más conectado a la metáfora, la construcción de algo más allá de lo que se ve. No sé inventar historias; me obsesiona el lenguaje. Creo que soy la única productora de booktrailers en Buenos Aires justamente por eso: filmo para contar las palabras”. Como contrapartida, el ritmo de algunos cuentos se ralentiza y se impone una lectura en cámara lenta. Con este fragmento de “Saturno” se puede describir el efecto que libera su escritura: “En el fondo empezó a aclararse la figura de un animal. Era un venado que todos habían querido ver a la mañana. De a poco se fue acercando y haciendo más nítido, como a veces también se hace nítida una idea”.
El título del último cuento, “El lugar equivocado”, inspira el del volumen. Está protagonizado por una escritora, en pareja hace años con un hombre que pronto se convertirá en huérfano de padre. El dolor y el abandono, que no están ausentes en ninguno de los relatos anteriores, pasan por primera vez de una narradora a un personaje masculino. “La escritura para mí es un lugar seguro y equivocado a la vez –sostiene la autora-. No puedo dejar de escribir. Puedo decir que llegué a la escritura desde un lugar inconsciente, como un acto fallido. Un lugar equivocado puede ser eso también: un deseo que traiciona la norma”. En los cuentos de Moirón, una epifanía se puede enmascarar en un equívoco.
Los lugares equivocados, Majo Moirón
Rosa Iceberg