Querida Florence Nightingale:
Retomo la carta que comencé el día de tu cumpleaños número 200 . Tengo muchas cosas más para decirte.
El cuidado sigue formando parte de un mandato que recae sobre la mujer y lo femenino, es una labor que se hace por “instinto”, por un deber ser serviciales, por amor, por… por lo tanto, no requeriría de pago alguno (“que dios te lo pague”). La enseñanza dentro de las familias es esa, no existe una formación sobre el cuidado en términos sociales y comunitarios por fuera de los condicionantes de sexo/género. Todavía tenemos el desafío de generar otras instancias de aprendizaje, dentro y fuera del espacio familiar, para crear nuevas formas de vincularnos y compartir, en donde el ritual del cuidado sea democratizado (por sobre el mandato genérico) y para que forme parte de nuestra cotidianidad y no sea algo que la interrumpa.
Debo informarte que en parte ese imaginario social tan prejuicioso y estereotipado es nuestra culpa. Todavía no hemos logrado sacudirnos los “restos” de nuestro pasado que siguen marcándonos el rumbo. En el intento por resolver el complejo de inferioridad (de poder) con lxs médicxs (que incluso se infiltra en la formación) hemos abrazado a la ciencia (sin problematizar su supuesta neutralidad), produciendo un proceso de atención de enfermería (científico) que se sostiene en diagnósticos estandarizados, en donde en gran medida asumimos el rol de celadorxs del panóptico (no somos lxs dueñxs, pero tenemos las llaves de la prisión en que se constituyen algunos discursos de salud). No hemos logrado exorcizar la impronta religiosa de la “abnegación” (renuncio a mis deseos e intereses por lxs demás), de esa etapa en que la profesión era ejercida por monjas.
Junto a Natalia Bolcatto, amiga y actualmente compañera, solíamos debatir si vos, querida Florence, habrías podido emerger fuera del contexto del sufragismo, y sobre tus aportes al movimiento feminista que siempre se reconocen sólo en términos de “fue una mujer adelantada para su época”. Aún no he podido leer completamente (y no ha tenido gran difusión) tu ensayo titulado “Cassandra”. Ese libro que escribiste a tus 22 años, allá por 1844 pero que tardaste en publicar, en donde criticabas el lugar de la mujer en la sociedad de la Inglaterra victoriana, ese grito de angustia y protesta que fue escuchado por Virginia Woolf y reverberó en la escritura de “Un cuarto propio”, decía: “Cuanto más completa sea la organización de mujeres, más lo sentirá, hasta que al final surgirá una mujer, que reunirá, en su propia alma, todos los padecimientos de su raza, y esa mujer será la Salvadora de su raza” (la traducción es mía y seguro no debo estar siendo fiel pero espero capturar el espíritu). Creo que podré conocerte desde otro prisma cuando logre adentrarme en esas páginas (que aún espero). Cuando descubrí ese texto sentí que me habían negado una parte tuya, la que más me interesaba conocer.
Por lo pronto me arriesgaría a decir que a la enfermería le cuesta aún la perspectiva de género. Se le dificulta aceptar que nuestro desarrollo está indefectiblemente ligado al avance de las mujeres dentro de las sociedades, se rehúsan en las casas de estudio y colegios a problematizar la construcción de la figura del médico-varón (que piensa) y la enfermera-mujer (que hace), relación que se proyecta (en/desde) una jerarquía sexo-genérica. No es casual que lxs médicxs tengan un padre: Hipócrates, y lxs enfermerxs te tengamos a vos como a nuestra madre moderna.
Muchas veces nos quejamos del estereotipo social de nuestra profesión pero no asumimos de qué forma contribuimos a eso de lo que renegamos, y como favorecemos prejuicios y estereotipos ajenos. Nos quejamos de que no tenemos poder en las instituciones que ayudamos a construir y sostener, porque como nos recuerda la enfermera brasileña Denis Gastaldo (releyendo a Foucault) hemos participado de nuestra opresión y paradójicamente somos el colectivo de trabajadorxs de la salud más grande en el mundo. No analizamos la microfísica de poder y no aceptamos que los cuidados sean una actividad política.
En mi país hace 2 años pudimos colectivizar a nivel nacional una lucha en torno al reconocimiento profesional. Conseguimos dejar las diferencias que tenemos entre los distintos grados de formación, los ámbitos en donde trabajamos, las especialidades, las pujas privado-público, las internas sindicales y de los colegios y salimos a las calles a reclamar. Logramos dejar la silla de la queja que nos sienta tan cómoda. Llevará tiempo para que en lugar de un “sálvese quien pueda con lo que nos toca”, exploremos algún tipo de herramienta feminista como la sororidad. Falta tiempo para que el enojo se transforme en una rabia que nos motorice, y nos saque del cansancio y del endeudamiento. Tal vez antes de reclamar para afuera tengamos que reunirnos, y mirar para adentro, para cuestionar las pautas culturales que nos generan un “sentirnos menos”… la disidencia sexual tiene mucho para enseñarnos. Mi utopía es que podamos acercarnos en las similitudes, y no cedamos a las distancias de las particularidades. Cuando eso suceda prometo tatuarme tu lámpara en mi brazo.
A mi queridísima, ¡perdóname tanta efusividad! Permitime el atrevimiento, pero ¿vos podes ver, o tener acceso al futuro? ¿Cómo nos ves? Paradójicamente en los universos distópicos se reemplaza a lxs médicxs por maquinas, pero en enfermería eso sería imposible, así que todavía nos queda un largo trayecto por recorrer. ¿Qué pasaría si centráramos nuestro desarrollo en complejizar/ampliar la mirada en aquello que llamamos nuestrxs “sujetxs de atención”, ¿sería posible otro destino si fijáramos el rumbo en la dimensión social del cuidado?
Bueno, volvamos a vos y a nuestra intermitencia afectiva. Tu presencia volvió a rondarme durante el debate por el matrimonio igualitario. Estaba escuchando los discursos en el congreso, a favor y en contra, y repentinamente pronunciaron tu nombre junto a la palabra lesbiana. El argumento ya lo conocía, para “defender” a las personas no-heterosexuales, se construyen largas (y tristes) listas, enumerando personajes importantes de la historia que sirvan de fundamentación. Quedé conmocionado por esa salida retroactiva y forzada del closet. Hice memoria y nunca había escuchado ese dato tuyo, lo primero que pensé era que posiblemente era la única manera que habían tenido para pensarte: una mujer que nunca se casó + trabajaba + tenía poder + a veces hablaba de sí misma en masculino: no podía ser heterosexual. Las enfermeras lesbianas que conocía estaban felices de sumarte en su lista (contradicción mediante debemos reconocer que nos hace bien encontrar referentes) y decían que hacía tiempo ya lo venían sospechando. Lxs enfermerxs heterosexuales salían a explicar de manera tan vehemente los fundamentos de porqué no eras lesbiana, que quedaban en evidencia sus prejuicios, y su angustia porque le “ensuciaran” a la heroína. Debo confesarte que la curiosidad fue más fuerte que los principios y como periodista de farándula, hurgué en tu pasado. Tuviste en menor medida amistades con mujeres, en la mayoría de los textos hablan de los pretendientes que rechazaste (que fueron unos cuantos), de tu predilección por la amistad de varones influyentes. Sumado a esto en “el ambiente” profesional siempre se hacen chistes de que fuiste a la guerra para estar “rodeada” de muchachos. Estos argumentos se contraponen con las hipótesis de una muerte “en castidad” y el semblante de “ángel guardián” que construyeron los diarios. Paré de hurgar cuando me horroricé ante lo que estaba haciendo. Vos fuiste tan de bajo perfil cuando estabas viva, incluso implementaste un seudónimo cuando volviste de la guerra ya siendo famosa: Miss Smith, para que nadie te molestara. De esto te quiero hablar en la próxima carta.