“Dime la llamada más loca que hayas recibido”, le dice Everett (Jake Horowitz), un adolescente algo nerd y conspicuo radioaficionado, a la joven Fay (Sierra McCormick), telefonista nocturna de la centralita de Cayuga, un pequeño pueblo de Nuevo México. Estamos a fines de los años 50 y todos los habitantes del lugar se arremolinan en el gimnasio a la espera del inicio de un importante partido de básquet de la temporada. “Ya sé qué puedo contarte”, le responde Fay, “no es una llamada telefónica sino algo científico que leí”. Mientras la cámara, apenas suspendida sobre el asfalto, sigue a los adolescentes a lo largo de las desiertas calles de Cayuga, Fay relata tres historias que persisten en su recuerdo. Lo hace con la pasión de narrador de fogatas de las películas de terror, con el ingenio inocente de los descubridores de tesoros, con esa magia que la oralidad conserva pese al maravilloso invento de la escritura y la omnipresencia moderna de la imagen.
La primera relata un experimento realizado en Lincoln, Nebraska, en el cercano mes de abril. Se trata de la creación de un auto controlado por radio, diseñado por la RCA, destinado a transitar sobre unas rutas inteligentes con lucecitas enterradas bajo el pavimento. “¿Una voz sale de la radio y te señala a dónde ir? ¿Cuándo ocurrirá eso?”, pregunta incrédulo Everett. “En 1974, y en 1990 todas las rutas serán electrónicas”, confirma Fay con extática seguridad. La segunda historia, también extraída de algún boletín científico, habla de unos tubos de “transporte al vacío” en los que un señor de traje se puede introducir en un corredor subterráneo y en apenas unas horas atravesar miles de kilómetros de distancia. “Los tubos atravesarán el mundo así que viajaremos en vagones como una salchicha a través de una manguera. ¡Estarán en todos lados en el año 2000!”, se entusiasma Fay. Y, por último, la tercera historia anuncia un futuro en el que a cada bebé se le asignará un número de teléfono al nacer y será suyo de por vida. Y todos tendrán teléfonos para llamar, con pequeñas pantallitas en color, como un televisor en miniatura que se podrá llevar guardado en el bolsillo. Everett reacciona, entre divertido y escéptico: “Suena a novela espacial. Puedo creer en los trenes por tubos y las rutas electrónicas pero los teléfonos con televisores pequeños son una locura”.
La ópera prima de Andrew Patterson, The Vast of Night, disponible en Amazon Prime Video, recupera el imaginario tecnológico de la ciencia ficción de los 50 situando su historia en los días posteriores al lanzamiento del Sputnik, la fiebre espacial y la paranoia alienígena. Filmada con un bajísimo presupuesto y deudora del espíritu fantástico de La dimensión desconocida, la historia se presenta como un capítulo del imaginario serial “Paradox Theatre Hour”, con los bordes de la imagen redondeados, como en los televisores de esos años, y signada por el clima de tensión de la Guerra Fría. Todo ese universo condensado en una noche de misterios que comienza con la llegada de Everett al gimnasio del pueblo antes de su programa de radio, con el murmullo lejano de los asistentes a un esperado partido de básquet, los ensayos de la orquesta local y las familias en pleno picnic en el estacionamiento. El encuentro con Fay, soñadora precavida de solo 16 años, conduce a Everett a un largo recorrido por el pueblo en penumbras, en esa noche clara y silenciosa, que culmina con la llegada a la estación telefónica y el hallazgo de un sonido estremecedor.
“Creo que es posible percibir en la película la influencia de Todos los hombres del presidente y sus personajes al teléfono descubriendo algo que resulta mucho más grande que ellos”, cuenta Patterson en una charla telefónica con Steven Soderbergh publicada por Los Angeles Times. Soderbergh resultó uno de los primeros admiradores de The Vast of Night, cuando se presentó en el Festival Slamdance de 2019, y decidió indagar en las influencias que definieron el peculiar estilo de la película. “Primero fueron algunas imágenes de 71 de Yann Damage [película británica de 2014 sobre un soldado que abandona su regimiento durante una violenta protesta en Belfast] y segundo la llamada telefónica de Brian Cox en Zodíaco”, explica Patterson. “Cuando vi que Fincher había evitado mostrar el otro lado de la llamada telefónica, pensé que era genial. ‘¿Por qué no detenemos la película en su acto intermedio y solo dejamos una llamada telefónica?’, recuerdo que les pregunté a los guionistas”. Y así lo hizo. Con solo 38 años, residente en Oklahoma y alejado de las redes sociales, Patterson funciona como un consciente experimentador, aquel que cruza influencias diversas como los thrillers de los 70, el indie británico y algo de la dinámica del cine de Linklater en las conversaciones de sus personajes. “Creo que se puede conseguir algo poderoso solo viendo a dos personas conversar, intentando descifrarse el uno al otro. Eso es algo que pasa en los primeros 20 minutos de The Vast of the Night, y es algo que tomé de las películas de Richard Linklater”.
“Hay algo en el cielo” es la frase que utiliza Paterson como disparador del enigma, ese que recoge la inventiva de los clásicos de Ray Bradbury, del cine de Jack Arnold y la tradición de Los expedientes secretos X, permeados por el estilo de la narrativa pulp, la imagen granulada del televisor de tubo y el gusto por las teorías conspirativas de los tiempos de crisis. Lo que comienza con un extraño sonido en la línea telefónica y continúa con llamadas entrecortadas y suspendidas, escala con una serie de historias fantásticas que los oyentes de Everett cuentan con el fervor de los creyentes. Paterson convierte la oralidad y el rumor, historias secretas recogidas como una confesión, en la clave de la creciente tensión de su película, que deja en el fuera de campo las más ambiciosas especulaciones.
The Vast of Night opera con inteligencia sobre ese crucial minimalismo que le permite dosificar el misterio con un ejercicio de estilo lúdico y preciso, que utiliza los extravagantes planos secuencia a través del pueblo para conectar destinos, para hilvanar teorías sobre lo que acontece, para conducir la mirada del espectador por encima del desconcierto. Un juego que suma participantes inesperados, que explora la concepción del espacio en las tensiones entre lo visto y lo oculto, que nutre a los lugares comunes de un sentido vívido, que interroga de todas las formas posibles sobre el misterio que se aloja allí afuera, en la vasta noche de Cayuga.