Se avecina otro anuncio del presidente Alberto Fernández. Se conocen sus rituales, la escenografía. Hasta ahora más allá de traspiés y errores, Fernández implementó una inteligente política frente a la pandemia y construyó legitimidad. La transmitió bien, por motivos inteligibles:
* La racionalidad de las medidas y la evidencia de sus resultados, menos trágicos que los de numerosos países vecinos o del centro del mundo. Se evitaron muertes, sufrimientos.
* El Gobierno cuenta con excelentes emisores aparte del presidente. Calificados por su gestión y por su aptitud para transitar por los medios. Los célebres infectólogos con Pedro Cahn como estandarte: serenos, didácticos. Participan en la toma de decisiones y se les nota. Saben de lo que hablan lo que resalta en la jungla mediática como una perla en el fango.
El ministro de Salud Ginés González García es un referente fogueado, con prestigio construido desde años. La Secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, una revelación. Predicar es la consigna, razonar y no “sacarse” jamás otro de sus méritos.
Entre paréntesis (el Gobierno no cuenta en otras áreas con muchos apóstoles tan creíbles y eficaces, capaces de construir autoridad propia. Cerramos paréntesis).
* Los gobernadores e intendentes de todo el país y todas las banderías piensan de modo parecido a Fernández. Actúan distinto sobre todo en las últimas semanas cuando la pandemia se focalizó en el AMBA y el Chaco. En paralelo los problemas aminoraron en otras provincias. Las aperturas o flexibilizaciones no expresan cosmovisiones enfrentadas, solo responden a situaciones muy diversas. En el Interior hay cuarentenas distintas (ver nota aparte en estas mismas páginas). Pero predomina una lectura de la realidad parecida respecto de qué se debe hacer.
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Dar en el blanco con habitualidad no equivale a pegarla siempre. Las filminas equivocadas son ejemplos evidentes, para nada únicos. Por añadidura, el tiempo desgasta a la gente común, se agravan los síntomas psíquicos del aislamiento. Las palabras pierden parte de su eficacia precedente.
Los críticos de la cuarentena forman un abanico variopinto. Unificarlos en la réplica puede llevar a errores.
Las corporaciones patronales y mediáticas van a la cabeza. Gritan, se valen de fake news, desestabilizan adrede.
Ningún pope empresario se moviliza al Obelisco adonde se congrega un puñado de militantes de extrema derecha, con odiadores del gobierno, entreverados con personas francamente descolocadas. No son una fuerza orgánica masiva.
Esos dos conjuntos enfrentan al oficialismo. Predominan los intratables entre ellos. Intelectual y políticamente debe diferenciárselos de gente común frustrada: profesionales, comerciantes e industriales que no pueden laburar, abrir sus negocios, consultorios o fábricas. Sus empleados, claro. Casi todos los que sobrevivían haciendo changas.
El Estado atiende a múltiples necesidades. Llega a muchos, no a todos. En particular, le ha costado instrumentar acciones eficaces para cuentapropistas de clase media o media baja. Cuando se programó el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) se pensó que cubriría a personas de ese sector. Según los datos oficiales fueron pocos, bastante menos del diez por ciento. El IFE llegó al decil más bajo de la población, en particular trabajadores no formalizados. La frazada quedó corta para sectores medios, nuevas capas vulnerables al menos en esta coyuntura.
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Alberto Fernández y sus ministros se multiplican recorriendo fábricas reabiertas. La cercanía de las autoridades duplica la satisfacción de quienes vuelven a su mundo del trabajo. Dichas acciones sectoriales no bastan para compensar a un inédito universo policlasista que atraviesa vivencias diferentes. Comerciantes de Lomas de Zamora o de la Ciudad Autónoma que no pueden reabrir sus negocios. O trabajadores humildes que se inscribieron para cobrar el IFE y fueron rechazados. O empresarios Pyme que no accedieron a los ATP. La reparación a otros no necesariamente los gratifica. Quizá no les genere empatía, ni ilusión.
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Alberto Fernández afronta una realidad insólita y cruel. Definió medidas notables, ambiciosas. Preservar puestos de trabajo, limitar los despidos, bancar a todos los estamentos sociales. El rumbo es correcto, la concreción siempre deja zonas desprotegidas.
La pandemia sigue, los daños son menores que en otras latitudes…igual crecen. Cualquier política en este contexto escoge entre distintos males… las acertadas eligen el menor. Es mal menor la mejor opción disponible: salvar vidas restringiendo libertades interinamente.
Prolongar los cuidados en las zonas más afectadas es inteligente, imprescindible. También entender que coexisten distintos sufrimientos, pérdidas, muertes adentro o afuera del mundo de la peste.
El reto para el Gobierno se duplica. En la gestión arbitrar medidas que incluyan a quienes la pasan mal por razones varias, muchas impuestas por la necesidad. En la comunicación, atender a la pluralidad de receptores tan variopinta como la geografía y la sociedad argentinas.