El sábado pasado SpaceX, la empresa de tecnología espacial de Elon Musk, logró otro hito: por primera vez una compañía privada logró llevar dos astronautas a la estación espacial internacional. Estados Unidos recuperó esta capacidad estratégica luego de nueve años de usar los servicios de la agencia espacial de la Federación Rusa y sus híper confiables naves Soyuz.
Para esta misión, SpaceX usó su cohete reutilizable Falcon 9, cuyo sistema de propulsión se puede recuperar y usar más de una vez, reduciendo de forma significativa el costo de cada misión. Este lanzamiento, para nada menor, se inscribe en un plan mucho más grande que involucra a la NASA y a SpaceX y que tiene como destino final crear un sistema de transporte espacial fiable para enviar (y traer de vuelta) una misión tripulada a Marte. El nombre del proyecto es Artemis, y su próximo objetivo significativo es lograr que vuelvan las misiones tripuladas a la Luna.
Mecánica espacial para millennials
Quienes crecimos demasiado tarde como para ver la llegada del Apollo 11 a la Luna tuvimos que conformarnos con la era del transbordador espacial, la exploración del espacio cercano y las misiones robóticas. Los treintañeros crecimos con la no épica del transbordador espacial, cuyos picos de popularidad fueron los desastres del Challenger (que explotó 73 segundos después del despegue) y el Columbia (que se desintegró en el reingreso a la Tierra).
Así y todo, el transbordador fue un símbolo para millennials: desde tener su propio modelo de Playmobil hasta aparecer en varias películas como Space Cowboys, pasando por apariciones en videojuegos como The Dig.
Sin la competencia de la Guerra Fría, la exploración espacial parecía estancada. Y si bien en ese período las agencias espaciales de Europa, Rusia y China consolidaron sus operaciones en el espacio, ninguna pudo competir con la influencia en la cultura popular de la NASA, que contó con toda la maquinaria publicitaria de las usinas creativas estadounidenses. Y su rol en la industria aeroespacial sigue siendo clave tanto por su liderazgo en el desarrollo de tecnología como por esa capacidad de movilizar la imaginación de millones de personas alrededor del mundo.
Pero, durante muchos años, el declive del espacio como lugar imaginario dentro de la cultura de masas marcó un poco una época: Los Simpson, Padre de familia, todas las series de Nickelodeon y demás consumos apuntados a los jóvenes tenían un claro tinte costumbrista. La excepción fue Futurama, que se conviritó en un éxito de culto aunque no pudo competir con el éxito de su hermano mayor, Los Simpson. También estuvieron Battlestar Galáctica, otra serie de culto, y la fallida Firefly de Joss Whedon.
Elon Musk, el magnate sci-popero
La aparición de Elon Musk en la escena espacial rompió esa inercia. El que una empresa privada se hiciera responsable de algo que siempre había sido potestad de los estados nacionales encendió un nuevo debate entre aquellos que querían ver a Musk cumplir sus promesas y los que deseaban verlo fracasar. Como sabemos, la polémica genera engagement, y Musk resultó ser un maestro en el arte de convertir sus dispositivos tecnológicos en artefactos publicitarios. ¿Qué mejor publicidad que empujar las fronteras de la civilización?
No es casual que después de que SpaceX logró por primera vez recuperar un cohete y reutilizarlo en un lanzamiento, en 2010, el espacio volvió a convertirse en un escenario narrativo. De la mano de Gravity, Interstellar, The Martian y Ad Astra, el espacio y los astronautas volvieron a las pantallas de los cines. Junto a esto, en la pantalla chica se dio una explosión de series animadas donde el espacio juega un rol importante, desde Final Space hasta Rick & Morty, donde los tropos de la ciencia ficción rompieron la inercia costumbrista.
En 2017 el ex niño mimado de Sillicon Valley, devenido en Hank Skorpio, reveló su plan de colonizar Marte. Desde entonces el planeta rojo volvió a estar en el horizonte de lo posible, tanto en lo técnico como en la narrativa. En 2019, SpaceX aprovechó una misión de prueba para poner a orbitar un convertible eléctrico roadster de Tesla, la compañía de automóviles eléctricos también propiedad de Musk, mientras era transmitido en vivo con música de David Bowie de fondo.
La tecnología como publicidad en su punto cúlmine: incluso el propio Musk se volvió una máquina de generar debates y controversias dada su poca ortodoxa forma de llevar adelante sus negocios y su vida. Desde fumar porro en vivo en el podcast de Joe Rogan o casarse con la artista pop Grimes, hasta bautizar a su hijo con el nombre de X Æ A-12 o incluso hablar de “red pills” en su cuenta de Twitter. Musk es su propia marca.
El próximo gran paso
En 2019, Donald Trump instó a la conducción política de la NASA a que acelere sus planes de llegar a Marte. La agencia ya venía trabajando en un plan completo, un nuevo sistema de lanzamiento y transporte, y misiones de prueba a la Luna, con estación espacial incluida. ¿El lema? “El próximo gran paso”.
Con este nuevo impulso y aprovechando la sinergia con contratistas privados como Musk o la empresa Boeing (uno de los proveedores históricos de la NASA así como de aviones de guerra), el presidente estadounidense puso el objetivo de pisar Marte antes de 2030.
Esto marca el comienzo de una nueva etapa en la exploración espacial y la posibilidad de que, finalmente, quienes crecimos en la época de los últimos vestigios de la carrera espacial podamos ver de nuevo semejante maquinaria tecno-social en movimiento. Y ver un ser humano poner un poner un pie en superficie marciana.