La imparable batalla de los opuestos

Quienes todavía sostengan que las comparaciones son odiosas, no han visto aún el meme del momento, sensación absoluta en todas las redes este último mes. Se trata, obvio es decirlo, de Swole Doge vs. Cheems: dos perritos que se enfrentan para oponer generaciones y, en hilarante plan paródico, mostrar los más diversos “antes” y “después”. En el tan recurrido montaje, a la izquierda está Swole Doge, el “antes”: un can excesivamente fornido, a lo Arnold Schwarzenegger; montado sobre sus hombros la carita sorprendida de un shiba Inu que fue popular en 2013. A la derecha, el pequeño Cheems representando el “después”: mascota que devino famosa por su achicada, derrotada postura tres años atrás. Juntos, empero, han logrado similar proeza que el meme que reunió a Taylor Armstron, la actriz del reality The Real Housewives of Beverly Hills, con el gatito blanco Smudge: estar en todos lados. O casi, ya que desde hace un mes que se reproducen y multiplican sus inspirados versus. En los que, si se perdona el spoiler, suelen tener todas las de perder centennials y millennials, más quejicas y con menos aguante que sus antepasados, según los sucesivos remates que se cargan a estudiantes, políticos, actores, curas, padres de familia, raperos, y así. Para ejemplos, el hercúleo Swoge Doge como científico del siglo 17 dice: “Domino toda la física, alquimia, medicina y filosofía, inventé nuevas matemáticas y además soy jurista y político”. A su derecha, como científico de 2020, el petite Cheems ofrece: “El Reviewer 3 me ha dicho que mi investigación no es original”. “Hago obras maestras eternas que se enseñan en clases de principiantes de pintura”, dice el perro fortachón en rol de artista de antaño; mientras el artista actual se jacta de haber “pegado una banana en la pared”. La NASA antes: “Vamos a la luna con esta computadora de 3Kb”; la NASA después, “Ay, una nube. Se cancela todo”. Los celulares de 2005: “Hoy destapé 14 cervezas”; de la actualidad: “Quiero otra fundita”. Incluso hay uno para periodistas, donde Slowe Doge cuenta cómo expuso “una red de explotación infantil en la que participaban congresistas y empresarios”, mientras Cheems escribe “perro grande, perro chico: el meme del momento que se burla de los jóvenes”. Ejem… Bien jugado, Internet.

Revelación postmortem

Días atrás, publicaba el Washington Post un sentido obituario que celebraba vida y obra del escritor H.G. Carrillo, muerto por covid-19 a los 59 años, recordando sus orígenes: cómo su padre físico y su madre profesora habían huido de La Habana con sus cuatro hijos en el ’67, llegando a Michigan vía Florida. Historia personal en la que se basó el autor para escribir Loosing My Espanish, celebrada novela que abordaba las muchas dificultades que debía sobrellevar su protagonista, un maestro cubano, en Estados Unidos. Lo que menos esperaba el periodista del Post nomás salir la respetuosa necrologica sobre el reputado señor, también profesor de la Universidad George Washington y presidente de la Fundación PEN / Faulkner, era recibir un llamado de la hermana de Carrillo, Susan, desvelando que “Hache” había mentido durante décadas… Ni era un inmigrante latino ni se llama H.G. Carrillo: su verdadero nombre era Herman Glenn Carroll y había nacido en Detroit. Hijo de dos maestros oriundos de Michigan, no tenía ascendencia latina; tampoco había recorrido el mundo como niño prodigio del piano, otro colorido detallito que el escritor había sumado a su ficcional bio. “Mi hermano era muy talentoso: podía ver algo, mirarlo, escucharlo e imitarlo casi de inmediato”, detalló la mujer a un atónico periodista del Post, explicando cómo el autor había aprendido fácilmente español, piedra angular de la historia que acabó por inventar, una extensión de su ficción, un producto de su imaginación. Más desconcertado, sin embargo, quedó el marido del fallecido escritor, Dennis vanEngelsdorp, profesor de entomología en la Universidad de Maryland. Casado con Carrillo hace cinco años, la novedad le cayó como un baldazo de agua fría: desconocía su verdadera identidad. “Ahora entiendo por qué era tan renuente a que conociera a su familia”, se despachó el enlutado don en charla con el cronista, devenido involuntario personaje de un auténtico, insólito culebrón.

El libro que no puede faltar

Técnicamente es la biografía del urbanista Robert Moses, durante cuatro décadas el hombre más poderoso de Nueva York: suerte de emperador que impuso su voluntad a alcaldes y gobernadores mientras cambiaba la cara de la ciudad con sus puentes, túneles, edificios emblemáticos, autopistas. Sin embargo, coinciden los que reverencian al monumental The Power Broker, obra maestra de 1974 del multipremiado periodista estadounidense Robert Caro, que es mucho más que una simple biografía: se trata de un estudio épico del poder en general; cómo se adquiere, cómo se usa, cómo corrompe… Barack Obama lo leyó a los 22 y no lo pudo soltar; asegura, de hecho, que “cambió para siempre mi modo de entender la política”. No es el único, a juzgar por cierta tendencia en la que ha recalado recientemente el New York Times. Ha observado el diario cómo el perenne tomo de 1246 páginas se ha vuelto un accesorio imprescindible para periodistas y políticos que, en estos días de pandemia, entrevistan o son entrevistados desde su hogar. Con sus bibliotecas como fondo predilecto, una y otra vez se deja ver el gran lomo rojo y blanco del libro magistral, “una estrella destacada de la era Covid-19”. A tal punto el fenómeno que existe una flamante cuenta de Twitter, @CaroOnRoomRater, dedicada a postear capturas de programas de tevé donde el libro de Caro aparece en plano. Y sí que tiene tela de dónde cortar. Es que, según voces en tema, leer este libro es un rito de iniciación para la clase política neoyorkina, una promesa de aprender los tejes y manejes de quienes mueven los hilos de las grandes ciudades. O de decir que ya los han aprendido… Así, aunque algunos funcionarios insisten en cuán fortuito es que justo, ¡justo! The Power Broker se deje ver durante sus interviús, otros no se cortan medio pelo en admitir que lo han puesto en foco adrede. Tal es el caso del legislador demócrata Max Rose, que se refiere al título como una obra fundamental porque “habla simultáneamente del daño irreparable que las políticas públicas pueden infringir sobre la justicia racial y socioeconómica y, a la vez, de cómo las herramientas del gobierno pueden utilizarse de una manera contundente para hacer un cambio duradero”. El periodista Erroll Louis ha sido aún mas honesto: “Soy tan fan de Caro y su libro que me di cuenta enseguida que aparecía por todos lados. Así que pensé: si se trata de un club, quiero pertenecer. Y corrí a acomodar mi libro también bien a la vista detrás de mi”. Quien se ha mostrado gratamente sorprendido por la ubicuidad de The Power Broker es el mismísimo Robert Caro. Desde su cabaña de Long Island, donde se ha refugiado a pasar la cuarentena ya que forma parte del grupo de riesgo, Caro reconoció que ver tevé estas últimas semanas y encontrar su obra constantemente de fondo “ha sido impresionante”, “un baño de humildad”. Y un gesto repetido que lo hace sentir optimista porque siempre ha creído “que los lectores de este libro estaban realmente interesados en saber cómo funciona en verdad el poder”, explica el venerable Caro, eterno biógrafo de Lyndon Johnson, que a sus 84 años aún le debe a sus fans el quinto tomo de una obra tan monumental como aquellos tiempos que ha decidido narrar.