Cuando el 10 de diciembre de 1983 el radical Raúl Alfonsín asumió como primer presidente de la vuelta de la democracia, Rodolfo Galimberti estaba todavía exiliado en México. Había roto con Montoneros en 1979 y a partir de entonces organizó su propia agrupación, ya que consideraba que él y los suyos eran los Montoneros auténticos. Después recorrió Europa en moto, combatió en Medio Oriente con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) -en donde casi pierde la vida-, y de vuelta en París murió su novia Julieta Bullrich en un accidente automovilístico. El Loco creía que la democracia le traería alguna oportunidad, que tenía un lugar predestinado en la vida política. Pero lograr salir de la clandestinidad no sería nada sencillo.
El 5 de mayo de 1984 Galimberti cumplió 37 años. Dos semanas después viajó a Brasil. Consiguió una casa en Búzios, frente al mar. Desde allí viajó hasta Foz de Iguazú, tomó una lancha y, ya en el lado argentino, un micro hasta Buenos Aires. Volvió a la ciudad tras seis años de exilio. Su identidad clandestina era César Shaffer. No tenía dinero y su reconocimiento político era escaso. La única carta con la que contaba era la revista Jotapé, con cierto prestigio entre la militancia peronista; se había encargado de conseguir los derechos por medio de un hombre de confianza. La revista tenía una tirada de cerca de ocho mil ejemplares por número y se regalaba en las unidades básicas.
A mediados de ese año se realizó en el Luna Park el primer encuentro de la Juventud Peronista (JP) unificada. Habían pasado diez años desde el último acto de esas características. La primera oradora ante las 40 mil personas que llenaban el estadio fue una joven de 27 años que pertenecía al galimbertismo y había sido cuñada del Loco: “La Piba”, Patricia Bullrich. A las 22 horas llegó al acto uno de los pujantes líderes del peronismo, el riojano Carlos Saúl Menem. Pero el centro de atención era La Piba, que había entrado al peronismo bajo el ala de Galimberti, pero ya tenía vuelo propio. La caída de Ítalo Luder ante Alfonsín había desarticulado las estructuras del peronismo. Bullrich empezaba a perfilarse dentro de Intransigencia y Movilización, una corriente fundada por el senador catamarqueño Vicente Leónidas Saadi.
El "tiempo de la reconciliación"
En 1985 Galimberti recibió un llamado inesperado de Roberto Perdía, quien había sido uno de los líderes de Montoneros con los que se había enfrentado el Loco. Lo invitó reunirse en Brasil, en donde seguía exiliado, para proponerle una tregua entre bandos. Para Galimberti era un tiempo de reconciliación, y no solamente en relación a sus ex compañeros de militancia.
Tras seis años de exilio, Galimberti regresó en forma clandestina a la Argentina en mayo de 1984, sin dinero y con escaso reconocimiento político; un par de años después tenía una productora en Las Cañitas y ostentaba un BMW.
A través de Alejandro “el Gallego” Álvarez, uno de los fundadores de la agrupación peronista de derecha Guardia de Hierro, Galimberti conoció a Jorge Radice, delegado de la Marina y ex secretario del comandante Emilio Massera en la ESMA. Según los biógrafos del Loco, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, el encuentro se concretó en Mundo Marino, San Clemente, y Radice dijo: “Maté a mucha gente, a muchos compañeros tuyos”. La respuesta de Galimberti fue que él también se había “mandado cagadas”, pero que todo pertenecía al pasado. Así, hacia fines de 1986, había logrado entablar un vínculo con los militares, que todavía tenían poder desde los sótanos de la democracia.
Al año siguiente, Galimberti tenía una productora en Las Cañitas que le servía de pantalla, y ostentaba un BMW, con el que llegaba a la oficina. Una de las secretarias que trabajaba allí era Dolores Leal Lobo, hija de un antiguo gerente de Ford. En su nuevo trabajo conoció al enérgico Shaffer, de quien desconocía su verdadera identidad. Después de varias citas, el Loco le contó quién era realmente y le regaló libros para que aprendiera sobre su vida, como si se tratara de un personaje histórico.
Deslumbrado con Rico y los carapintadas
En Semana Santa de 1987 la calma democrática fue asediada por un intento de golpe de Estado, con el levantamiento de los carapintadas en Campo de Mayo. El presidente Alfonsín manejó la situación con entereza; habló ante una Plaza de Mayo colmada en defensa de la democracia y al atardecer inmortalizó la frase “la casa está en orden”, con los golpistas ya reducidos. Sin embargo, su mandato estaba herido de muerte, y el levantamiento dejó tres consecuencias: aceleró la sanción de la Ley de Obediencia Debida, la cual se concretó el 5 de junio de 1987; licuó su capital político, que terminó de caer con la crisis económica que desembocó en la hiperinflación; y cristalizó una profunda división en el seno del Ejército, entre los nacionalistas, que respondían a los carapintadas, los “liberales”, oficiales superiores que ocupaban la conducción de la Fuerza, y los “profesionales”, que buscaban una mayor eficiencia en el Ejército a través de una reestructuración. Galimberti estaba deslumbrado con la figura de uno de los carapintada que protagonizaron el intento de golpe: Aldo Rico. El ex comando formaba parte del sector del ejército “nacionalista”. A pesar de que seguía clandestino, el Loco quiso ir a visitar a Rico a la cárcel de Campo de Mayo, para lo cual consiguió un salvoconducto, gracias a sus contactos con los militares.
En 1987 Galimberti sufrió una herida personal, con la muerte de su padre, a quien no veía desde que se despidieron antes de la dictadura. Fue el año también en que el peronismo volvió al éxito electoral. El 6 de septiembre Antonio Cafiero se impuso por 46,48 por ciento de los votos, contra el 39,66 del candidato radical Juan Manuel Casella, y se convirtió en el nuevo gobernador de la Provincia de Buenos Aires. La Piba Bullrich era el nexo entre Galimba y Cafiero, de modo que al ex montonero se le abría una nueva punta en el escenario político. Esto se vio reflejado en la línea editorial de Jotapé, que mostró un apoyo inusitado al flamante gobernador.
Mientras tanto, Galimberti seguía montando su heterogéneo edificio de contactos. Hacia fines de año tuvo un encuentro en el Delta con Julio Bárbaro, en el que conoció a José María “el Gallego” Menéndez, un hombre fuerte de Bunge y Born. El Loco estaba recién dado de alta de una internación en el Hospital de Vicente López, al que llegó con un fuerte dolor en el brazo izquierdo. Luego de un electrocardiograma, fue diagnosticado como un ataque al corazón que casi se cobra su vida. De todos modos, no le impidió retomar sus reuniones al poco tiempo de haber dejado la clínica.
Su contradictorio crisol de allegados había trascendido el límite de lo imaginable: Galimberti empezaba a entablar una relación con los empresarios que había secuestrado con la Columna Norte de Montoneros en 1975. Menéndez, que había sido el encargado de negociar la liberación de Juan y Jorge Born, formaba parte del Grupo Olleros, vinculado a su vez con los carapintadas. El Grupo era el centro de operaciones del establishment que digitaba la desestabilización del ya debilitado gobierno radical de Alfonsín. Julio Bárbaro, Jorge Triaca y Juan Bautista Yofre llevaron a Menem a un desayuno del grupo en la sede de Bunge y Born, del cual participaron los más poderosos empresarios del país: Francisco Macri, Pérez Companc, Martín Blaquier (Ledesma), representantes de las empresas Bagó, Fate y Bridas. El 10 de julio de 1988 Menem fue elegido como precandidato a presidente en la interna del Partido Justicialista.
El reencuentro con Jorge Born
Galimberti no creía en Menem. La convocatoria de Bárbaro para que formara parte del grupo tenía otros motivos. Bárbaro había localizado a Patricia Bullrich, por pedido de Menéndez, ya que éste se había enterado de que Alfonsín pensaba indemnizar a la familia de David “Dudi” Graiver, víctima de la confiscación de todos sus bienes por parte de los militares, por ser el contador de Montoneros y el encargado de llevarse la plata del secuestro de los Born. En el Grupo Olleros había un plan para recuperar el dinero del holding, licuado entre los bienes de Graiver. Para ello necesitaban a alguien que hubiera estado del otro lado, es decir, del lado de Montoneros. El indicado era Galimberti. Jorge Born lo convocó personalmente a sus oficinas de San Pablo. El Loco se entrevistó en secreto con el empresario. Hablaron sobre el secuestro, y después fueron al asunto que los convocaba. Born necesitaba que Galimberti declarara que los Montoneros le habían dado la plata del secuestro a Graiver, de modo que parte de la fortuna de este último pertenecía a Born. “Si usted lo hace se lleva su parte”, le dijo Born, según la reconstrucción de Larraquy y Caballero.
A mediados de 1988 Galimberti empezó a ocupar el cargo de asesor en American Security International S.A, una empresa que en los papeles se dedicaba a la venta de software. Uno de sus dueños era Carlos Dalla Tea, un general retirado que fue quien contactó a Galimberti, y que a su vez estaba vinculado a Aldo Rico. La empresa le vendía sistemas a la SIDE. Los esfuerzos del Loco apuntaban a cumplir el objetivo de recuperar la plata de los Born. Para ello un cambio político era fundamental.
Cuando se desató la hiperinflación, la revista Jotapé tuvo que cerrar. El 23 de enero de 1989 salió el último número. En mayo la situación social era crítica y comenzaron los saqueos en Buenos Aires, Mendoza y Tucumán. Alfonsín dictó el Estadio de Sitio, y por esos días circuló una noticia falsa de que Galimberti había sido detenido en Rosario. Si bien no había sido así, no se trataba de un error inocente. Los servicios de inteligencia vinculados al gobierno buscaban hacerle saber que lo tenían en la mira como uno de los autores del plan de desestabilización del gobierno, junto con los carapintada y los sectores empresariales nucleados en torno al Grupo Olleros. Pero ya era tarde. El 14 de marzo de 1989 Menem arrasó en las urnas y el 8 de julio asumió como presidente. El flamante jefe del Ejecutivo nombró como ministro de Economía a Miguel Roig, ex gerente de Bunge y Born. Galimberti quería aprovechar el nuevo escenario político para lograr salir de la clandestinidad. Le insistía a Yofre, quien había sido puesto a cargo de la SIDE, para que lo hiciera. Pero éste le tenía recelo porque era amigo de Firmenich. Las viejas tensiones seguían vigentes.
El indulto de Menem
Sin embargo, el 8 de octubre el Loco logró por fin dejar la ilegalidad, cuando Menem firmó su indulto. Había pasado 16 años en la clandestinidad. Ese mismo día también fueron indultados los carapintada, el General Santiago Riveros y otros militares procesados por causas de violación a los derechos humanos durante la dictadura. En ese marco, Galimberti se juntó en el hotel Lancaster, en avenida Córdoba y Reconquista, con Jorge Born, pero esta vez sin secretos. Se sacaron una foto que buscaba representar la pacificación nacional que el gobierno necesitaba. Era la tercera vez que se veían, pero la primera que se hacía pública.
Todos los elementos para salir a buscar la plata de los empresarios estaban ahora disponibles. Con Menem en el gobierno Galimberti tenía una herramienta de negociación fundamental para lograr que los Montoneros que pudieran saber algo sobre el dinero del secuestro declararan como quería Born. Esa herramienta era el indulto. Galimberti viajaba para negociar con antiguos compañeros con esa carta. Un ejemplo que relatan los biógrafos de Galimberti es la visita a Juan Gasparini, que había trabajado en la parte de las cuentas de Montoneros, y todavía estaba exiliado en Ginebra. Al momento de recibir a Galimberti, el periodista estaba por publicar el libro El crimen de Graiver, que contaba cómo el dinero del secuestro había pasado a manos del banquero. Gasparini se comprometió a ratificar lo que había escrito en el libro en el marco de la causa judicial. Fue así que finalmente el 26 de abril de 1990 declaró en la causa Born. El 14 de agosto de ese mismo año, Menem lo indultó. El 27 de diciembre, el fiscal Juan Martín Romero Victorica -pieza clave del mecanismo- citó oficialmente a Gasparini como testigo. Al día siguiente Menem concedió el indulto a Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Mario Firmenich.
A partir de la asunción de Hugo Anzorreguy como secretario de Inteligencia, Galimberti pasó a colaborar en forma plena con la SIDE, mientras aprovechaba el neoliberalismo de los 90 para hacer negocios.
Ese mismo 28 de diciembre, Galimberti se divorció de Mónica Trimarco, su primera mujer, con quien seguía casado a pesar de que se había separado de ella hacía años y entablado una relación larga con Julieta Bullrich. Lo hizo para poder casarse con Dolores Leal Lobo. La fecha del casamiento fue el 11 de enero de 1991 y el lugar escogido Punta del Este. Al evento asistieron empresarios, personalidades del Poder Judicial y de los servicios de inteligencia. Jorge Antonio, el empresario que había sido sostén económico de Perón durante su exilio, fue padrino de la boda. Al poco tiempo Born le consiguió trabajo a Galimberti en su empresa Caldenes S.A, y si bien en los papeles Galimberti cobraba el sueldo mínimo, el trabajo servía de pantalla para los otros “asuntos” que realizaba para el empresario.
El 30 de enero de 1990, el abogado Hugo Alfredo Anzorreguy asumió como secretario de Inteligencia. Con ese cambio de esquema, Galimberti empezó a colaborar en forma plena para la SIDE. Pero esa no fue su única actividad. El contexto neoliberal abierto en los años noventa fue aprovechado por Galimberti para hacer negocios. A mediados de la década conoció a un joven diseñador, con experiencia en actividades empresariales vinculadas al marketing, pero quebrado económicamente luego de una serie de proyectos frustrados. Su nombre era Jorge “Corcho” Rodríguez, y conocer al Loco representaba para él una nueva oportunidad. Al poco tiempo Galimberti, a quien el joven le había caído muy simpático y compartían la pasión por las Harley Davidson, lo llevó a conocer a Born, y juntos, en octubre de 1995 fundaron la empresa Hard Communications. La empresa era la nueva plataforma desde la cual Galimberti hacía negocios y contactos de todo tipo.
Entre Susana Giménez y la CIA
En 1996 el Corcho fue a visitar a una vieja amiga del ambiente publicitario, Claudia Segura Reynals. Rodríguez le contó acerca de Hard Communications y la invitó a trabajar en un proyecto: un concurso telefónico para el programa de Susana Giménez, asociado con alguna fundación que le diera un fin benéfico. Segura Reynals era el eslabón necesario para que Hard llegara a la diva. Para Galimberti, la oportunidad de dar un salto a través de Susana era fundamental porque generaría plata propia, es decir, por fuera de sus ingresos opacos, relacionados a ex militares y servicios de inteligencia. Finalmente lo lograron: en abril de 1997 firmaron un contrato con Telefé y con la conductora. Con la garantía de Born, consiguieron un préstamo de 8 millones de dólares para impulsar el proyecto. El programa fue un éxito en rating y en recaudación.
Para su cumpleaños de 50, el 7 de mayo de 1997, Galimberti montó una fiesta lujosa, en la que su socio Rodríguez le regaló la inscripción al Buenos Aires Golf Club, que había logrado gracias a la aprobación por parte del empresario Mauricio Macri, entonces dueño del club. El capital simbólico que significaba esa credencial para Galimberti era un escalón importante en la construcción de su nuevo semblante. Por su parte, el Corcho llegó a ser más que socio de Susana Giménez. Comenzaron un romance que provocó la separación de la diva del polista Huberto Roviralta.
Los negocios rendían cada vez más frutos con el recurso de las llamadas, que también tenían el fin benéfico de colaborar con la Fundación Felices Los Niños, dirigida por el sacerdote Julio Grassi, el mismo que años después fue condenado a 15 años de prisión por abuso sexual infantil, por una causa que había comenzado en 1991. Pero al poco tiempo se reveló que el negocio era una estafa. En febrero de 1998 se inició una investigación que reveló que de los tres pesos más IVA que cada participante pagaba por su llamada, el porcentaje que recibía la fundación beneficiada era mínimo. La fiscalía descubrió que, en total, de 18.500.000 pesos que se facturaron por las más de 6 millones de llamadas que se hicieron al programa, Felices Los Niños sólo habría recibido unos 400 mil pesos. Por esas irregularidades, fueron procesados Born, Galimberti, Rodríguez, Susana y directivos de Telefé, que fueron absueltos en septiembre de 2002.
En junio de 1999 Galimberti puso la firma para la creación de otra empresa, esta vez dentro del rubro de seguridad. Universal Control entraba al negocio de la inteligencia privada, por esos años en auge en Argentina, y con socios idóneos en el área: dos ex oficiales de la CIA, David Manners y Frank Anderson, y otro del Servicio Secreto del Departamento del Tesoro, Ronald Luziana. La empresa abrió una oficina en Washington, y empezó a operar en Argentina en el año 2000, ya bajo la presidencia de Fernando De la Rúa. El principal cliente de Universal Control era el grupo Exxel, fondo manejado por el uruguayo Juan Navarro, quien designó a la empresa de Galimberti la custodia de sus empresas controladas OCA, Edcadassa, Interbaires y MasterCard. Según los biógrafos del Loco, su vinculación con la CIA no se limitó a Universal Control. En una conversación con un amigo suyo y funcionario del gobierno, Javier Martina, le confirmó el rumor que ya circulaba en el ámbito empresarial: Galimberti era “contratado” de la CIA.
Esa fue la última “aventura” del ex montonero, exiliado, combatiente de la OLP, conciliador con los torturadores de sus ex compañeros, empresario, estafador, servicio de inteligencia. El 12 de febrero de 2002, Rodolfo Galimberti murió por una afección en la aorta abdominal durante una operación, en el Sanatorio San Lucas de San Isidro. Tenía 54 años.
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De Spinetta a Firmenich, el recorrido político de Rodolfo Galimberti
Rodolfo Galimberti, delegado de la juventud en Puerta de Hierro
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