Desde Milán

Con Diego Armando Maradona a la cabeza y acompañado por otros 21 jugadores, la selección nacional de fútbol comenzará hoy a defender el título ganado en México cuatro años atrás. El partido inaugural será frente a esta incógnita llamada Camerún, a la que algunos le adjudican mayores méritos que los que realmente tiene. Junto a Argentina habrá un reducido grupo de cinco o seis equipos más en igualdad de condiciones para llevarse esta XIV Copa del Mundo. Sólo puede haber un campeón y a nadie se le va la vida en esto. Por más "Mondiale dell'era moderna" que intente promocionar el apogeo económico de Italia y los voraces intereses monetarios de la FIFA.

Un Mundial debe dejar algo más que un campeón y una gruesa cuenta monetaria en Suiza para la chequera de Joao Havelange y su gente. Un Mundial debe dejar una idea, un concepto, una evolución. En lo que a la Argentina le toca, por los antecedentes de estos cuatro años y de los que Página/12 ha opinado sin dejar ninguna duda sobre su posición, es difícil que surja algo nuevo, renovador, un soplo de aire fresco. El propio Carlos Bilardo lo reconoce, y no de ahora. Pero Argentina tiene al mejor jugador del mundo. Que está motivado para jugar esta copa que considera "la última de verdad, por que si en Estados Unidos quieren jugar en cuatro tiempos, eso ya no es fútbol". Que es el líder natural, dentro y fuera del campo, de un equipo que no da seguridades y al que le caben las generalidades de la ley. Con Maradona, todo es posible. Hasta repetir lo del '86. Pero un título no cambia absolutamente nada. Basta con ver el fútbol que se juega cada domingo en casa.

"Si Argentina no gana el título, eso no significará perder el de México", comentaba ayer un Jorge Valdano convertido en periodista cuando quince días atrás pensaba en este partido con Camerún, pero del otro lado del mostrador. Nadie podrá quitar lo logrado con legitimidad. Tampoco otra vuelta olímpica. Al día siguiente de la eliminación o la nueva coronación, habrá que levantarse de la cama para ir a trabajar.

Hacer un pronóstico de lo que puede pasar esta tarde en el césped del espectacular estadio Gíuseppe Meazza es poco menos que una audacia. Pocos tienen nociones ciertas de lo que es Camerún. Tampoco, nadie puede afirmar cómo jugará Argentina porque al equipo que Bilardo confirmó el miércoles en Trigoria -"Bueno... va Pumpido. Simón. Fabbri, Ruggeri, Sensini, Lorenzo, Batista..., va Burruchaga, Basualdo y Balbo"- podrían surgirle modificaciones de último momento. Como que salga Fabbri, por ejemplo, e ingrese Serrizuela. Como que Ruggeri termine de lesionarse en el primer cruce o Burruchaga rompa su músculo en el primer pelotazo a Balbo. Tampoco puede asegurarse la respuesta anímica de un plantel que no manifiesta —o lo hace sin claridad— la medida de su temperamento como para sobrellevar el clima adverso que tendrá hoy en San Siro.

Aquí habrá mayoría de tifosi del Milán, el enemigo del Napoli en la disputa local, y Maradona, obvio, es sinónimo de Napóles. Argentina es el fuerte, Camerún aporta la nota exótica, simpática de este Mundial superprofesional y contará con el apoyo del público milanista. De poco servirá el charter de hinchas argentinos importados desde Buenos Aires, ni la gigantesca bandera celeste y blanca que desplegarán las barras bravas. Argentina, aquí, será visitante. Y, como si fuera poco, es el partido inaugural, donde se juega algo más que dos puntos. Empezar ganando es arrancar con media clasificación asegurada. Empezar ganando por amplia diferencia y jugando como hasta ahora no lo hizo esta selección marcará un futuro de final sin pronóstico para los argentinos. Depende más de Argentina que de Camerún.

* Nota publicada en Página/90, durante el Mundial de Italia 90.