Hay un primer doble dato que no se puede soslayar. Pablo Sergio Alonso, músico, periodista y docente, basó su tesina para la licenciatura en Comunicación de la UBA en Frank Zappa. Y del loco ese que dio vuelta al rock, pasó a otro que lo intentó, pero le quedó como un sueño de juventud: Roberto Sánchez. O Sandro de América, para las muchachas. Pero todo tiene una explicación, claro. “Zappa decía que en la secundaria, por falta de educación musical formal, no le hacía diferencia escuchar un blues de Lightnin’ Slim, The Jewels, que era un grupo de doo wop, o la música académica de Stravinsky, Webern o Varèse. Para él todo eso era buena música. Con educación formal adquirida con los años, a mí me pasa lo mismo con Zappa y Sandro, aunque me guste más Zappa: ¡un libro así sobre su obra hubiese necesitado cinco mil páginas!”, destraba el intrépido Alonso que precisamente acaba de publicar un suculento libro sobre Sandro, cuyas setecientas páginas lo transforman en un fangote. “No bien Sandro murió, me puse a pensar en una nota para una revista donde se reconstruirían oralmente distintos tramos de su carrera en el estudio, a partir de testimonios de músicos como Jorge López Ruiz o Pedro Aznar. A partir de esa nota surgió la posibilidad de hacer el libro”, cuenta el autor sobre los orígenes de La música de Sandro, cuyo objetivo es revisar cómo se hicieron sus canciones, más que en otros aspectos de su vida. Es más obra que vida, dicho de otra forma.  

“La verdad es que me pareció un experimento en el sentido de cómo aplicar el modelo de investigación y escritura que uno disfruta en libros sobre artistas anglosajones dentro de las limitaciones del medio argentino, donde escasea la voluntad para conservar debidamente los archivos y catálogos tanto como para investigar debidamente y ejercer rigor crítico”, desarrolla el autor que nació en 1981, año en que Sandro hacía furor en Venezuela con la canción “Cuando yo te amo” a la vez que se separaba del inefable Oscar Anderle, con quien el pibe de Alsina había trabajado durante quince años. “Sandro no estaba en la lista de sujetos que se piensan para una investigación así, pero ahí está el desafío”, sigue Alonso. “Además, por el tipo de carrera que tuvo, se pueden contar un montón de historias sobre el negocio tanto de grabar como de vender discos en toda la región, de una manera que otros artistas no habilitan. En los Estados Unidos, los músicos de sesión tienen tanto un documental como un libro dedicados a ellos. Mi libro también es un aporte a contar esa historia en nuestro país”, sostiene Alonso.

El libro, básicamente, es un trabajo de hormiga. Una labor minuciosa que le va poniendo lupas al Sandro que vive en los estudios de grabación, y todas las circunstancias que rodean la alquimia entre el músico y sus colegas, arregladores y técnicos. Además, como dice el autor, hay un plus no desdeñable vinculado a contar, a través de un músico popular, el devenir de la industria musical discográfica argentina, durante la segunda mitad del siglo XX. “En tiempo neto de trabajo, el libro me llevó unos dos años, distribuidos entre escuchar relajadamente los discos e ir tomando nota hasta la corrección final”, cuenta el autor, quien aquilata haber encontrado hallazgos como el rol de Sandro en La Cueva o el funcionamiento de grabar versiones, en sus primeros discos. “En lo musical, me sorprendió el poder que tenía para manejarse en el estudio de grabación, pudiendo grabar hasta tres veces una misma canción, cada una con un arreglador distinto; o cómo tenía equipados no uno sino dos estudios en su casa en Banfield con los últimos instrumentos, como la Linn Drum, la máquina de ritmos que en esa época usaba Prince y que Soda Stéreo le quiso alquilar para su primer disco... ¡pero no tuvieron la plata! También poder constatar cómo Sandro a veces escribía las letras justo antes de entrar a grabar, en los mismos papeles del estudio de grabación; y las docenas de canciones que escribió pero nunca grabó; muchas de ellas, muy alejadas de lo que se esperaba de él”, dice el músico y periodista, que basó su larga y profusa tarea en archivos de prensa, televisión y radio, más unas sesenta entrevistas directas con productores, arregladores, técnicos y músicos testigos presenciales del mundo Sandro. 

“Cada vez que investigo sobre música, me da satisfacción el hecho de salir del proceso aprendiendo algo nuevo, independientemente del resultado de su publicación. Pero puntualmente, revisar las planillas de grabación de CBS, poder leer los manuscritos y carpetas personales de Sandro y comprender su proceso creativo; y obtener algunos testimonios puntuales relativos a distintos momentos, sean los días de La Cueva o su proyecto de sello discográfico independiente, Excalibur, fue lo que más satisfacción me provocó”, señala Alonso, que asegura, no sin cierta vehemencia, que Sandro no es valorado como amerita. “No es valorado, claro que no. En la historia del rock nacional que hizo Fernández Bitar, por ejemplo, figura toda la discografía de Alejandro Lerner, y ni un sólo disco de Sandro: ¿Cuál es el rigor metodológico o crítico para sostener esa postura? Pero más allá de su lugar dentro de la historia del rock, Sandro no ha sido debidamente reconocido ni como autor de canciones ni como intérprete. Además, fue de los pioneros en ser propietario tanto de sus derechos editoriales como de sus discos, y había montando un estudio profesional en Banfield cuando unos pocos, con suerte, tenían una portaestudio”, remarca Alonso, que ahora se encuentra preparando un libro de conversaciones con Litto Nebbia, a lo Hitchcock/Truffaut, y está trabajando también sobre la música de Charly García con el “molde” que usó para el de Sandro: disco a disco, canción a canción. “Aunque por las características de su obra, el análisis musical en Charly es más profundo que el de Sandro y menos centrado en el negocio o la industria. Tengo un borrador sobre un primer volumen, que va de Sui Generis a Serú Girán”, adelanta.

–Volviendo a Sandro, ¿por qué el foco está puesto en indagar en cómo se hicieron sus canciones y no en el personaje más que fue?

–Porque justamente nadie le dio bola verdaderamente a su música, y de lo otro ya se escribió bastante, aunque más mal que bien. No hay una verdadera biografía realizada de manera rigurosa como, por ejemplo, las que hizo Peter Guralnick sobre Presley. En verdad, en la Argentina no hay biografías de peso sobre casi nadie: ¿dónde hay una buena biografía sobre el Negro Olmedo, por caso? Yo reuní suficiente info para hacer una biografía sobre Sandro, que seguramente vendería muchísimo más que este libro, pero preferí hacer esto, porque me interesó más.

–¿Cómo fue su primer acercamiento a la figura de Sandro? 

–A Sandro es imposible no conocerlo desde chico, aun tangencialmente. Le empecé a prestar atención conscientemente a fines de los noventa, cuando se reeditan en CD sus discos de los sesenta. Después, fui a sus últimos dos espectáculos en el Gran Rex. Por eso es importante que los catálogos se manejen debidamente: la mitad de su discografía está descatalogada. En los discos y colecciones que se siguen reeditando, parece que no hubiese hecho nada de valor entre 1972 y mitad de los ochenta. 

–¿Escuchá mucho sus discos?, ¿cuáles y por qué?

–Obviamente hubo un período de escucha intensiva en algunos tramos de la investigación. A la distancia, los que más vuelvo a escuchar son las grabaciones del 65 al 67 con el Black Combo –tremenda banda capaz de tocar tanto rock and roll como soul, con toques de jazz– y del 67 al 70 con Jorge López Ruiz, donde Sandro estaba en un momento muy prolífico y Jorge le dio el sonido que necesitaba para llegar al gran público. Del que salió en Brasil en el 78 (Sandro Brasil) me gusta cómo los músicos de sesión de ese país estaban mucho más cerca del funk, el soul y el rhythm and blues que sus colegas argentinos. Y Vengo a ocupar mi lugar, del 84, también fuera de catálogo, lo muestra aggiornado a la época con sintes, máquinas de ritmo, alguna guitarra a lo Van Halen (del recordado Eduardo Rogatti, luego durante muchos años guitarrista de Gieco), y una madurez tanto en la composición como en el canto.

–¿Qué mitos cree que derriba el libro?

–Que Sandro no tuvo nada que ver con el rock argentino en sus comienzos, que Anderle era el responsable de las canciones de Sandro, o que éste no era un buen músico, cosas que todavía muchos siguen creyendo.