El recientemente fallecido sociólogo Zygmund Bauman en la obra que lo catapultó a la fama, “Modernidad líquida”, brinda herramientas para comprender a las sociedades actuales describiendo lo que él refiere como modernidad sólida, etapa precedente a la que da título a su libro, cuyas características centrales pasan por ser sociedades que tuvieron lugar en la denominada Edad de Oro del capitalismo, situado temporalmente entre 1945 y 1975. Las mismas brindaron una poderosa red social que sustentaba a los ciudadanos, donde el empleo, la salud, la educación y la vivienda eran contemplados como derechos. En esa primera etapa el rol de los sindicalistas para garantizar ese orden social fue relevante. Por el contrario, la modernidad líquida, tiene como epicentro a lo individual y es esencialmente inestable. Allí lo que prevalece es el derretimiento de lo sólido, que eran las instituciones que contribuían a darle certeza a la vida de las personas. Podemos afirmar que si en un caso se trata de una exacerbación de lo colectivo, a través de un vasto entramado social, en el otro hablamos de una marcada primacía de lo individual, donde las funciones sociales del Estado se debilitan progresivamente.
Para el pensamiento neoliberal el sindicalismo es una rémora del Estado de Bienestar existente en el periodo de tiempo aludido y se encuentra asociado indefectiblemente al peronismo, el peor de todos los males. De ahí la despiadada campaña de los grandes medios nacionales contra todos aquellos que lucharon por ampliar los derechos y la ciudadanía a lo largo de la historia y en particular en los últimos doce años. Sin dudas que en un contexto de elevada creación de empleo y con un Estado preocupado en recuperar la capacidad de incidir para disminuir la pobreza de manera significativa, tal lo acaecido entre 2003 y 2015, el rol de los sindicatos creció de modo significativo. En el otro espectro ideológico se buscó instalar que la suerte individual se encontraba desligada de la colectiva, cuestión que la realidad se encarga de desmentir con el cierre de miles de industrias y emprendimientos comerciales de modo cotidiano. Es por eso que las usinas intelectuales y periodísticas ligadas al macrismo se encargan de vituperar a luchadores sociales como Milagro Sala o algunos sindicalistas. En una sociedad altamente individualista, que elige un Presidente afín a ese esquema de pensamiento, todos aquellos que están afiliados a un sindicato y luchan por mejorar las condiciones de trabajo son vistos como una molesta piedra en el zapato.
Un ejemplo de lo mencionado lo constituyó la salvaje campaña contra el sindicalista Roberto Baradel llevada adelante los últimos días. La duda sobre su título, el mafioso mensaje presidencial y las amenazas incentivadas por esa desidia del Gobierno, que no obstante se revela extraordinariamente activo cuando de perseguir twitteros se trata, fueron el principal “modus operandi” del gobierno de Cambiemos y sus aliados periodistas. Por caso, en su programa de TN el periodista Nicolás Wiñaski se encargó de sembrar esa duda y de maltratarlo junto a Luciana Geuna. Los muchachos de la factoría de Lanata, fueron fieles a sus postulados y equipararon a Roberto Baradel con el voluntario al que estaban entrevistando, buscando dejar en claro que el trabajo docente lo puede hacer cualquiera que tenga la voluntad de hacerlo. Pero si el voluntario fue tratado con manos de seda, el tratamiento que recibió el sindicalista fue de hostigamiento permanente. Lógico si consideramos que el público que mira ese canal está compuesto por un alto porcentaje de profesionales independientes, quienes en sus vidas cotidianas perciben a los sindicalistas y a los trabajadores sindicalizados de un modo negativo. Podríamos establecer la analogía con el trato recibido por los encargados de edificio, llamados despectivamente porteros por los propietarios que moran allí, demostrando la antipatía ante cada aumento de salario o cada período vacacional. Beneficios que poseen los trabajadores sindicalizados y muchos de los dueños de viviendas no, lo que redunda en una larvada enemistad.
En síntesis, lo que las crónicas periodísticas vinieron a conformarnos es que estamos en presencia de una confrontación de modos de ver la realidad y vivir la vida. Desde la perspectiva de los grandes monopolios comunicacionales, tesis a la que adhieren millones de personas, se trata por un lado de la exaltación de lo individual, en detrimento de una mirada que prioriza los derechos colectivos. Ciudadanos y sindicalistas. Estos últimos son vistos como una traba al desarrollo y a la remanida lluvia de inversiones que no vendrá mientras el populismo tenga algún poder.
* Magister en Ciencias Sociales, UBA-Undav-Unahur.