En tiempos en que la información se comparte a velocidades impensadas, cuando las bombas discursivas detonan antes de diseñarse y cuando un puñado de rumores es suficiente para edificar noticias maquilladas de verdad, las prácticas que definen al quehacer científico pueden ser útiles para pensar la actualidad del periodismo en Argentina. Ahora bien, vayamos al punto. ¿Qué características de las prácticas científicas podrían contribuir al periodismo? En principio, el rescate de la “rigurosidad”, un concepto sellado a fuego en las pieles ilustradas de los investigadores: seres acostumbrados al chequeo rutinario y pegajoso de los datos, a la entrega de papers milimétricos y al juicio mordaz de los pares. Como señala Daniel Barraco –ex decano de la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (Famaf) de la Universidad Nacional de Córdoba–, en una nota con este diario: “Los científicos aprenden a revisar fuentes, a pensar de forma lógica, a realizar comparaciones y análisis que contribuyen a crear un juicio independiente en la ciudadanía”. En esta línea, ¿los periodistas han resignado rigurosidad? No necesariamente, por supuesto que hay buenos y malos periodistas –como también buenos y malos científicos– aunque, para ser justos, los tiempos han cambiado. Washington Uranga asegura que en la actualidad “el periodismo prescinde de los criterios de veracidad, porque existe una absoluta liviandad con el manejo de las fuentes. Casi sin advertirlo, redactan textos que resignan la referencia de los datos para introducirse en el ámbito de los relatos”.
Luego, un segundo aspecto que puede denominarse “el cultivo de la paciencia”. En este sentido, si bien es cierto que no se pueden equiparar los ritmos del trabajo científico y el periodístico –en la medida en que las investigaciones se alimentan de procesos mientras que las primicias explotan de ansiedad– es vital aprender a respetar los tiempos si lo que se pretende es generar un producto de calidad. En su famoso “Decálogo del periodista”, Tomás Eloy Martínez apuntaba: “Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto y el espacio que necesita dentro de la publicación”. Por ello, cuando de periodismo se trata, mayores dosis de precaución equivalen a robustecer los lazos de solidaridad con el público lector. En tiempos de desinformación y valores mercantilizados, las redacciones precisan seres humanos, esto es, personas que demuestren apego a la verdad y compromiso ético. Para vender más ejemplares o cosechar más lecturas online no hace falta mentir ni disfrazar la realidad, ya que como señalaba Rogelio García Lupo “la información sigue siendo uno de los resortes que despiertan el interés del público”.
En tercer lugar, es posible rescatar a la curiosidad y a la creatividad como método. En el presente, el periodismo opta por repetir una y otra vez fórmulas desgastadas, agota los temas hasta dejarlos sin sentido, privilegia lo emocional antes que lo racional, y se estaciona en superficialidades de una agenda que prefiere el espectáculo y el entretenimiento antes que la información. Por otra parte –aunque en estrecho vínculo con lo anterior– las prácticas periodísticas deben recuperar su propósito general y primero: desde una perspectiva integral de derechos humanos, democratizar las condiciones de acceso y participación de la ciudadanía en el entramado público. Ello no equivale, por supuesto, a afirmar que todo es materia opinable, pues, tal como ocurre en el campo de las ciencias –si bien nadie puede prescindir de su subjetividad– existen límites para el relativismo absoluto.
La ciencia también tiene aspectos que debería imitar del periodismo. La apertura hacia nuevos estilos narrativos (menos esquemáticos, lineales y cuadrados) y la reflexión sobre la figura del público –que en los textos académicos parece estar anulado– podrían operar como puntos de partida. Es cierto, algún lector podrá escudarse y argumentar la diferencia entre los géneros, pues no es lo mismo construir un discurso dirigido al público masivo que a uno especializado. Sin embargo, algo queda dicho: los géneros se crearon para degenerarse. Incluso, hay quienes creen que un buen artículo científico debería parecerse a uno de divulgación. Quien no comprende las bondades de quebrar fronteras construye su propia jaula. De un lado o del otro de la reja.
A pesar de las diferencias, periodistas y científicos tienen algunas cosas en común. Ambos desean modificar una parte del mundo que les tocó. Son curiosos de ley, se preguntan y preguntan, se indagan e indagan todo el tiempo. A menudo, porque piensan que el mundo es demasiado lindo para no ser explicado y la vida es demasiado corta como para no intentar saberlo todo cuanto sea posible. Aunque en el periodismo la presencia del punto de vista del autor está mucho más clara, en la ciencia la participación de los científicos en los resultados de sus trabajos también asume protagonismo. Quien, como antropólogo, realiza una etnografía en una comunidad determinada, pero también quien observa un experimento a través de un microscopio, construyen una percepción muy específica respecto a su objeto de estudio que –a pesar de los diferentes grados de consenso, por supuesto– nunca es exactamente el mismo para todos por igual.
Ambos se entregan con pasión a la búsqueda de datos, insumos que funcionen como pistas capaces de develar las incógnitas subyacentes debajo de una superficie –la realidad– que no los convence. La incomprensión respecto a algún suceso, fenómeno o proceso los incomoda, los mantiene en estado de alerta constante. Necesitan hacerse de las mejores herramientas disponibles para cumplir con su trabajo: investigar y correr detrás de la más grande de las utopías: la verdad. En este sentido, tal como propone Eloy Martínez: “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquélla en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta”. De manera similar lo comprende el biólogo molecular Alberto Kornblihtt cuando apunta que “no es que la ciencia enuncie verdades, pero transita por la búsqueda de la verdad”. Por último, tanto periodistas como científicos asumen compromisos sociales, en tanto que pretenden –o bien mediante la información precisa o bien a partir del conocimiento– brindar contribuciones para que los ciudadanos del país puedan forjar el pensamiento crítico con el objetivo de conseguir decidir de una manera más razonable y, por tanto, saludable. Ciencia y periodismo constituyen dos campos que podrían alimentarse mutuamente, que deben reconocer sus potencias y trabajar en conjunto. Hoy el periodismo es periodismo científico.