El rugby femenino está en expansión: en 2019 creció un 15 por ciento y acumula 121 por ciento de progreso en los últimos cinco años. Los datos de la Unión Argentina de Rugby (UAR) confirman lo que antes de la pandemia ya se sentía en los clubes: las chicas se están adueñando de la ovalada y van por todo.
Antes del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, Calzada Rugby Club estaba por iniciar actividades articuladas con una escuela primaria de Burzaco. “Hay que empezar a romper el molde de que es un deporte solo para hombres”, dice Cristian, fundador y entrenador del equipo, y remarca la importancia de foguear a las nenas desde la edad escolar para que se interesen en el rugby. Un sueño a futuro que el contexto no favorece: la vuelta a los entrenamientos se ve más lejana que para otras disciplinas por tratarse de un deporte grupal y de contacto, y el horizonte se aleja todavía más en el área metropolitana, donde las medidas de aislamiento se flexibilizarán más tarde por la concentración de casos positivos de Covid-19. Panorama poco alentador que jugadoras y clubes enfrentan estoicos con actividades virtuales (que sirven tanto para seguir entrenando como para fortalecer la unión de los grupos) y sin perder de vista los dos efectos más serios de las medidas preventivas, la crisis económica y el incremento de la violencia contra las mujeres.
En Lanús Rugby Club también proyectaban la articulación con una escuela. “Ahora no nos queda otra que aprovechar este tiempo para estudiar y capacitarnos lo más que podemos con todo el material que generamos en redes sociales”, cuenta Agostina, la capitana del equipo, que visualiza una etapa post-cuarentena con prácticas presenciales más reducidas y manteniendo distancias, como están haciendo algunos países europeos.
El femenino del Centro Naval de Núñez por ahora consigue sostener la actividad disminuyendo mes a mes el valor de la cuota y con videollamadas de entrenamiento a las que se conectan unas 20 jugadoras cada vez. Pero hay otras realidades, entre las jugadoras de Rugby Social Lomas por ejemplo, hay muchas que no cuentan con servicios de internet; entrenadores y vecinos con WiFi las ayudan para que no pierdan el ritmo. “Acá es todo a pulmón, por suerte las jugadoras más grandes –que en algunos casos son mamás inclusive– apoyan a las más chicas y les sirven de guía y contención”, destaca Juan Cruz, el entrenador que también colabora con la Municipalidad para que a las familias del barrio no les falte comida.
“El club nunca te deja solo”, sentencia Carolina, de Espartanas de Avellaneda, dejando en claro lo que todas sus colegas repiten: la compañía de los equipos funciona como red de contención y apoyo en el aislamiento. Tener un contacto activo no solo es importante para ejercitar el cuerpo por Zoom, sino también para mantener la unión del grupo y sortear esta etapa fuera de las canchas.
El rugby femenino tampoco le quita el cuerpo a la violencia contra las mujeres y asume su rol como espacio de contención y ayuda para las víctimas. “Estamos más atentas en estos momentos y en contacto frecuente con todas las chicas del equipo”, dice Abril, capitana del Paisanas de Hurlingham, y señala que el vínculo que formaron hizo que algunas compañeras pudieran contar episodios de violencia que ellas mismas sufrieron. Con el apoyo de todas, las denuncias se formalizaron en la Comisaría de la Mujer y en otros organismos que les están dando curso.
Mientras algunos clubes son profesionales inscritos en la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA), otros no tienen ni siquiera predio para entrenar. En cada caso, la cuarentena golpea distinto pero todos comparten el desafío de romper los cánones establecidos en un deporte históricamente negado a las mujeres y pelean por un rugby más igualitario.