Desde Milán

Los diarios de todo el mundo van a decir que en la apertura de la XIV Copa del Mundo, Camerún dio la sorpresa al ganarle a Argentina, el último campeón. No es así. Desde la coronación en el Azteca al gol de Oman Biyik, el equipo nunca jugó de acuerdo con la categoría que debe tener un campeón del mundo, excepción hecha de la victoria sobre Alemania Federal en Vélez -diciembre del '87- y del empate con España en Sevilla -al año siguiente-. Lo contrario es eludir la realidad o transformarse en un justificador permanente.

Por alguna maldad del destino que nos señaló con su dedo más perverso o porque es correcta la teoría de que cada uno hace su propia vida, a los argentinos se nos conoce más por los signos trágicos que por lo bueno que le damos al mundo. Un simple cantor de tangos como Gardel se convirtió en mito porque explotó su avión. La más terrible dictadura, el enjuiciamiento a sus responsables, el posterior perdón a medias, una economía que promete reconversión al precio de hacer aún más magra la vida de los más desposeídos, un presidente que juega al fútbol o se pelea casi públicamente con su esposa, son los mejores motivos por los que nos reconoce el Primer Mundo. En la lista podrían agregarse boxeadores condenados por crímenes, guerras suicidas, guerras sucias, enormes colas frente a los consulados de Buenos Aires de los jóvenes que no advierten ninguna posibilidad de progreso en su país y tantísimas cosas más. Hoy, en los diarios de todo el mundo, otra vez la Argentina será noticia por el absurdo. Esta vez es el fútbol el motivo para erigirse en el hazmerreír.

Los barcos se abandonan cuando llegan a puerto. A la hora del naufragio son las ratas las primeras que huyen y por ahí debe andar algún pícaro acomodándose, ahora, en la vereda de enfrente. También, ahora es fácil tomar el árbol caído, apuntarle con el hacha y hacer leña despacito, lentamente, disfrutando cada golpe. Ahora es fácil, una y otra.

"No dejé a la Selección después de México porque noté que nuestra idea no estaba plasmada en el fútbol argentino", aseguró Carlos Bilardo cuando anunció su retiro definitivo para después de esta cita de Italia. La idea nunca plasmó en el fútbol argentino. Ningún equipo juega como lo hace la Selección y la Selección está confundida -al menos por lo que demuestra en la cancha- y es imposible que pueda "plasmar" esa idea. Fue patético ver desde las alturas del San Siro, en los minutos finales, esa jugada en la que Néstor Fabbri intentó gambetear a tres africanos para entrar al área y terminar chocando, provocando un rebote que recogió Diego marcando la salida del de Camerún. Fue doloroso observar a la salida de un córner a los lungos de Argentina perder el cabezazo y a Maradona salvando el despeje como líbero.

Un cuarto de hora, nada más, apenas, para ilusionarse inútilmente. Cuando Maradona le respondía a la infernal silbatina que la acústica del San Siro repetía multiplicada hasta el infinito, con sus mejores momentos la Selección creó las dos clarísimas situaciones del primer tiempo. La primera, Balbo se olvidó la pelota, remató con dificultad y facilitó la atajada de N'Kono. La segunda, cuando Balbo bajó el centro de Maradona, Sensini le entró de lleno y otra vez tapó el arquero. Diego obligó a dos faltas terribles de Massing y de N'Dip que significaron tarjetas amarillas del correctísimo Vautrot para los africanos. ¿Qué más tiene que hacer Maradona? Provocó las dos jugadas de gol, puso al borde de la expulsión a su marca personal y a otro defensor. Sin contar que antes, cuando los italianos gritaban "for-za-Ca-me-rún" o silbaban el Himno o lo insultaban en todos los dialectos posibles al aparecer en la pantalla gigante durante la presentación inicial, fue el que rompió la fila para gritarles a sus compañeros impávidos, "vamos, carajo, huevo, eh". ¿Qué más tiene que hacer?

El equipo, ése que debe rodearlo, no apareció nunca. Sólo fueron obedientes ejecutores de un plan minuciosamente trazado que el error de Nery Pumpido -en absoluto único responsable de la caída- transformó en cristal apretado contra el piso el teorema matemático.

Simón de líbero. Ruggeri con M'Fede (el 10), Fabbri con Ornan Biyik (el 7), Lorenzo con M'Bouh (el 8). Batista con Kana Biyik (el 2), Sensini con Makanaky (el 20) y por derecha Basualdo tomando a Ebwelle (el 5), cuando soltaba a Burruchaga, o a Massing (el 4), cuando dejaba a Maradona. Después había que dársela a Diego y que se las arreglara. ¿Con quién? Tiraba pases y le devolvían granadas. Ruggeri, ¿puede ser eventual salida por derecha? Basualdo, con la eficiencia de un empleado público llenaba formularios: corro, quito, y entrego. Burruchaga ausente casi todo el primer tiempo. Balbo sólo arriba. Sensini preocupado por Makanaky, Lorenzo con M'Bouh. No hubo salida, no hubo distribución, no hubo creación, no hubo definición. ¿Y el equipo?

Makanaky se escapa de la marca de Sensini. (AFP)

Lesionado Ruggeri y con el cero más en contra que a favor, Bilardo puso en la cancha a Claudio Caniggia. Bajaron Lorenzo, Fabbri y Sensini a hacer hombre con Simón de líbero. Quedaron Batista y Basualdo para volantear y Caniggia, Maradona y Balbo adelante, más el breve renacimiento de Burruchaga. Hubo más llegada, otra intención, otra actitud y llegó la expulsión de Kana Biyik. Allí se definía el partido. Si Argentina resolvía el aparente sencillo jeroglífico de hacer pesar la superioridad numérica se ganaba. Si pesaba más la presión por ganar, se corría el riesgo serio de un contraataque mortal. En la jugada siguiente a la expulsión llegó ese centro centro, esa indecisión, ese salto y ese cabezazo de Oman Biyik, el error de Pumpido, el gol y la derrota.

Prueba de fuego para la última media hora. Pero, si el equipo no apareció en cuatro años. Si no había aparecido hasta ese gol de Camerún, ¿por qué iba a aparecer ahí, en ese momento?

Hubo alguna que otra situación -cabezazo de Balbo-, un córner cerrado, un remate apurado desde lejos. Siempre apareció N'Kono para resolver con suficiencia. Lo inevitable llegó. Michel Vautrot marcó el final y ahora habrá que ganarle a Unión Soviética y Rumania en Nápoles para pasar a la segunda ronda, especular con los otros resultados, con los goles a favor y en contra, con quien es el mejor tercero de las otras zonas. Lo de siempre. A sufrir. A lamentarse, que somos argentinos.

El barco no se hundió. Nunca navegó, que es distinto. El árbol no se cayó, nunca creció, que también es otra cosa. Alguien, irónico, al terminar el partido, dijo en el palco de prensa: "Que querés, si está Menem en la cancha". El Presidente no juega ni hace el equipo.

* Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia 1990


0 ARGENTINA: Pumpido; Simón; Ruggeri, Fabbri, Lorenzo, Sensini; Basualdo, Batista, Burruchaga; Balbo, Maradona. DT: Carlos Bilardo.

1 CAMERÚN: N'Kono; N'Dip; Tataw, Kunde, Massing, Ebwelle; M'Bouh, Kana Biyik, M'Fede; Makanaky, Oman Biyik. DT: Valeri Nepommiachi.

Estadio: Giuseppe Meazza (Milán). Árbitro: Michel Vautrot (Francia). Goles: 66m. Oman Biyik (C). Cambios: 45m. Caniggia por Ruggeri (A), 67m. Libiih por M'Fede (C), 69m. Calderón por Sensini (A), 82m. Milla por Makanaky (C). Incidencias: expulsados 61m. Kana Biyik (C), 88m Massing (C).