Sobria, a medida, casi delicada, la ceremonia inaugural del XIV Campeonato Mundial de Fútbol Italia '90 llevó indeleble el sello del "bel paese", el país industrializado y cultural del norte, toda una marca de sensibilidad y buen gusto. Sin autoritarias demostraciones gimnásticas ni ostentaciones artísticamente rebuscadas, el Giuseppe Meazza de Milán se inundó durante apenas veinte minutos de música, globos y moda.

La fiesta del fútbol fue lanzada al mundo con la ejecución del himno del Mundial, "Un verano italiano", interpretado en apreciable playback por Edoardo Bennato y Gianna Nannini. Los veinticuatro balones repletos de globos que rodeaban un globo aerostático, ocupando el centro del campo de juego, pronto se vieron rodeados por dos centenares de jóvenes vestidos con los colores representativos de los países intervinientes en la competencia, llegados desde las cuatro esquinas de la cancha, portando banderas y desplazándose siguiendo la suave coreografía imaginada por el especialista peninsular Pietro Zuffri.

Cambiaron los sonidos cuando por la pasarela comenzaron a desfilar las 160 modelos vestidas según el criterio de cuatro exponentes de la haute couture europea. El rojo intenso del estilista Valentino representó la fogosidad americana. El negro orgulloso que tomó Missoni para sintetizar al África, pincelado de colores brillantes, contrastó con el vaporoso amarillo con que Mila Schoen dibujó a los representantes del Asia. El final del desfile quedó a cargo de la inventiva de Giancarlo Ferré, un verde ecológico y sugestivo que quiso sinonimizar a Europa.


Por el sistema de altoparlantes, la música giró sobre sí misma sin pausa, y mezcló el compás dos por cuatro con el compás del paso doble, el rock con el ritmo africano, sin olvidarse de las armonías orientales, el Himno a la Alegría de Beethoven, la cadencia árabe, para cerrar con Los Beatles.

En ese momento, y mientras las modelos se esparcían dulcemente por el campo, la ceremonia hizo honor a la Era Moderna de la que se precia este torneo. Desde la pantalla electrónica en las alturas del estadio llegaron los primeros acordes de Va Pensiero, el coro de prisioneros de la ópera Nabucco de Giuseppe Verdí —un hijo de la región lombarda—, directamente desde la Scala, ejecutados por la orquesta del teatro dirigida por el maestro Riccardo Nuli. Mientras, el globo aerostático partía al cielo junto con los globos en forma de maximargaritas que los balones dejaban escapar.

En las tribunas, un número de espectadores bastante menor al esperado por los organizadores italianos presenciaba con ambiente relativamente frío la ceremonia, como mostrándose a tono con el carácter del evento, sencillo y sin pomposidad. El único momento en que demostraron entusiasmo fuera de lo común fue cuando ingresaron las mannequins que simbolizaron a la Europa anfitriona. El griterío se hizo silencio con la música clásica y volvió a crecer gradualmente con la partida de los globos. Ya Argentina y Camerún estaban dentro del campo cuando la mayoría tomó conciencia del final. Una ola a la mexicana fue su cuota de colaboración. II Mondiale estaba en marcha.

* Nota publicada en Página/12, durante el Mundial de Italia 90.