En los barrios populares son cientas las mujeres que todos los días están en la primera línea de la lucha contra la pandemia. Ramona Medina, de la Villa 31, era una de ellas, pero no fue la única que falleció denunciando las duras condiciones en la que debe enfrentarse el virus en esos barrios: en los últimos días murieron también Carmen Canaviri, coordinadora de un merendero en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores, y Ramona Collante, la primera víctima por coronavirus de la Villa 21-24. Frente a esta situación, diputados del Frente de Todos presentaron un proyecto de ley para que quienes trabajan en los comedores reciban un bono de cinco mil pesos durante los meses que dure la emergencia sanitaria. “Creo que está bien presentar ese proyecto, pero las necesidades van mucho más allá. Hay que estar al lado de las miles de Ramonas. Tenemos la suerte de que la intervención de ellas va a estar siempre, pero hay que cuidarlas”, dice a Página/12 Norma Morales, coordinadora de Barrios de Pie en provincia de Buenos Aires y trabajadora de un comedor en Danubio Azul, Dock Sud, Avellaneda. Cuatro mujeres que “paran la olla” todos los días en distintos barrios de la Ciudad y del Conurbano Bonaerense cuentan lo que viven en los comedores donde trabajan todos los días.

Flavia Romero vive en la Villa 21-24 de Barracas desde hace 35 años y trabaja en el club popular "El Dari" desde hace más de 17. Es militante del Frente Popular Darío Santillán y responsable de la agrupación en el barrio. “Aunque con la pandemia empeoró todo, hace mucho tiempo que venimos trabajando y cocinando para los vecinos. No es nuevo que acá las familias no tengan para comer y no tengan laburo”, expresa. También indica que la mayoría de las personas que trabajan en su comedor son mujeres. "Estamos sirviendo almuerzo, merienda y cena porque la necesidad es muy grande", detalla y explica que “los vecinos que hacían changas ya no las tienen y necesitan un plato de comida para sus hijos”.

Un día de Flavia es similar al de muchas mujeres que trabajan en los comedores. Ella vive con su marido, sus tres hijos y su nieto y detalla que todos los días se levanta y lo primero que hace es salir a caminar el barrio. "Junto con compañeras recorremos los comedores para ver que no falte nada y todos los días peleamos con el Gobierno de la Ciudad para que lleguen las cosas. Ayudamos a los vecinos que necesitan hacer el testeo, le llevamos a los abuelos comida y remedios y tenemos compañeras que salen a desinfectar los pasillos y recolectar la basura para estar higienizados”, describe.


Imagen: Enrique García Medina.


Antes de la pandemia, al comedor de Flavia iban cerca de 300 personas. Hoy el número se cuadruplicó y si suma la cantidad de ollas que hacen en varias manzanas, la referente de la 21-24 asegura que llegan a los 1970 platos por día. “Lo hacemos de lunes a viernes y cuando es necesario también los sábados. Hay vecinos que el viernes preguntan si al otro día hacemos y nos cuesta decirles que no”, aclara.

En su barrio hay más de 300 contagiados y, al igual que en la 31, en la 21-24 tampoco hay agua. “Lo denunció Ramona y nos dolió mucho su muerte porque nosotros acá nos sentimos igual. En nuestro barrio una vecina, que también se llamaba Ramona, murió porque la ambulancia llegó tarde. Es algo que hacen con las que somos más vulnerables y vivimos en los barrios más humildes”, lamenta. “Incluso en los comedores tenemos a bastantes compañeras aisladas porque tuvieron contacto con infectados”, agrega.

Aunque el trabajo en el barrio es riesgoso y les lleva casi todo el día, Flavia indica que no reciben retribución monetaria alguna. “Lo sostenemos como podemos. Si nos falta un cucharón juntamos plata entre todas o hacemos una rifa para comprarlo. Algunas cobran los 8500 del Salario Social Complementario, pero la mayoría no cobra nada”, cuenta. “Lo más triste es que muchas hoy trabajan por un plato de comida”, concluye.

Mariluz vive en Villa Itatí, de Quilmes, y trabaja en dos comedores del Frente Darío Santillán. Pegada está Villa Azul, donde hubo un brote que obligó a aislar el barrio. Cuando arrancó la cuarentena en ambos comedores entregaban 250 viandas por día. “Ahora se desbordó y estamos en el doble”, resalta. En Villa Azul se cuentan 300 casos de coronavirus, en Itatí, a partir del relevamiento del programa DetectAr, 57. "Estamos trabajando mucho para que no pase como en Villa Azul y nos cierren el barrio. Venimos articulando con el municipio y la provincia en un comité de emergencia barrial”, cuenta.

En contacto diario con posibles contagiados, la situación de estas trabajadoras es compleja. “La venimos remando para que nos den kits de limpieza y protección, pero a veces sentimos que nos ponen en un segundo lugar. Todos los días dejamos a nuestros hijos para cumplir con el trabajo de cuidar al barrio”, resalta Mariluz. Al igual que Flavia, asegura que los 8500 pesos del salario social son insuficientes, “y lo peor es que hay muchas que ni siquiera cobran eso”. 

“Es una constante lucha porque se trabaja el día entero frente al peligro. Muchas incluso dejaron de estar en el comedor porque se contagiaron cuando hacíamos los recorridos”, cuenta. La tarea que realizan, según resalta la referente, “es esencial e imprescindible y debería ser reconocida”. Otro de los problemas es que en su barrio faltan los tres servicios básicos: “Hacer la cuarentena en un barrio vulnerable es duro e insostenible, pero peleamos para que, por lo menos, a partir del comité barrial las familias puedan acceder al agua potable para lavarse y limpiar lo mínimo”.


Imagen: Enrique García Medina.

Nancy trabaja en el merendero “Rayito de Luz”, en el barrio Bancalari, de Don Torcuato, y es militante de Movimiento Evita. “La situación es caótica, teníamos una ración por día de 50 viandas y la demanda se duplicó. Tres días damos almuerzo y dos merienda. Dábamos merienda todos los días, pero al no tener insumos ahora damos dos”, resalta. “Todos los días abrimos el portón, baldeamos con lavandina, ponemos una mesa para que los chicos no pasen y los atendemos de a uno. Antes de que reciban su vianda les rociamos las manos con alcohol y les damos en una bolsita el pan o la torta frita”, describe las tareas que hace con sus compañeras todos los días. Además, explica que, al igual que en los demás barrios, hay protocolos que no les permiten ser muchas en la cocina. En general son tres o cuatro y tienen un equipo que va rotando en la semana. “Nos dividimos: tres en la cocina y dos que reciben los recipientes, les pasan una rejilla con agua y lavandina, sirven y entregan la comida”, cuenta.

Norma Morales está a cargo de 23 puntos solidarios en Avellaneda, y es coordinadora de Barrios de Pie. “No teníamos en todos los puntos olla popular, en muchos sólo dábamos merienda a niños y nunca superaban los 60. A partir de la pandemia se cuadruplicó y no sólo vienen niños sino familias completas. Además incorporamos vianda”, relata. Norma cuenta que vive en un asentamiento de Dock sud que tiene unas 500 familias. El suyo fue uno de los primeros barrios populares en tener casos positivos. “A partir de esos primeros casos surgió temor y falta de información. Las cocineras tenían miedo de venir, pero ahora lo hacen igual”, subraya. Al igual que compañeras de otros barrios, denuncia que en Danubio Azul tampoco tienen agua potable: “Los que tienen posibilidad de comprar bidones los compran, y los que no les decimos que la hiervan, o le pongan media cucharadita de lavandina”.

“Sabemos que somos parte de la solución, pero a veces sentimos que eso no se materializa. Venimos escuchando aplausos, pero el reconocimiento no llena la olla, ni paga la boleta o compra remedios”, denuncia Morales. “Hoy nuestras cocineras abren los centros comunitarios a las siete de la mañana y son las últimas en cerrar”, dice y agrega que a ellas “les faltan horas del día, porque no solo llenan la olla sino que contienen a las familias que están aisladas, llevan recomendaciones oficiales, saben qué hacer cuando un vecino da positivo”. 

Para graficar la situación, Norma cuenta que “doña Elsa”, la histórica cocinera de uno de los comedores, le dice que “trabaja por amor”. “Eso es cierto y se nota, pero hay que empezar a darle valor monetario a lo que hacen. Está bien lo del amor, pero con eso no alcanza”, razona.

Informe: Melisa Molina.