El documento difundido por un grupo de llamados “intelectuales”, científicos, académicos, “personalidades”, sostiene que en la Argentina se ha instalado una “infectadura” y que la “democracia está en peligro”.
En nuestro país hay libertad de expresión y todos tienen el derecho de opinar (y opinan): eso es esencia de la democracia (y no de la dictadura). Celebro entonces el debate de ideas, la deliberación pública, y también el alerta que puede hacerse sobre los límites al poder, la apelación a los controles, a la ampliación de voces para la toma de decisiones, pero lo que no puedo compartir es la desmesura, la banalidad, la utilización deliberada de categorías, la comparación de procesos que sorprenden y decepcionan.
Mis desacuerdos principalmente son los siguientes:
1) Dicen: “El presidente Fernández anunció que comenzaba 'la hora del Estado', una expresión que recuerda a la famosa frase de Leopoldo Lugones. La verdad, confundir la “hora del Estado” con la “hora de la espada” al que la pluma del escritor sirvió para la dictadura de Uriburu que derrocó a Irigoyen es un despropósito malintencionado. Está claro que la referencia a la “hora del Estado” en medio de una pandemia estaba referida a la revalorización del rol del Estado y de la salud pública frente a posturas que privilegian el mercado. Descontextualizar esa idea y pegarla a los golpistas, es temerario e injusto.
2) Y no es la única referencia que pretenden relacionar con la dictadura: también con la del '76. Sostienen: “En nombre de la salud pública, una versión aggiornada de la seguridad nacional, el gobierno encontró en la “infectadura”… ¿Versión aggiornada de la “seguridad nacional...”? A ninguno de los firmantes se les puede escapar que esa inclusión, cuyos antecedentes fueron la Doctrina de la Seguridad Hemisférica y la de la Contrainsurgencia, hace referencia a la doctrina utilizada por Estados Unidos e inculcada a las fuerzas armadas latinoamericanas tendiente a cambiar su “misión” y fundamentar su intervención para instaurar el terrorismo de Estado e implantar las dictaduras de mediados de los 70. Se puede disentir con el gobierno, –y yo lo hago en algunos aspectos y lo he publicado– pero me parece desmesurado y grave unir determinada política de salud pública con la alguna versión de la seguridad nacional. La doctrina de la seguridad nacional sirvió para matar y desaparecer gente. El aislamiento social y la cuarentena como política pública han servido para salvar gente de la muerte. Introducen maliciosamente una insólita y pretenciosa denominación tipológica sobre las formas de gobierno: la “infectadura”. Adviértase que no dicen, por ejemplo, “infectocracia”, es decir, una “malversación” en todo caso de la democracia. No. Incluyen la palabra dictadura. Como he repudiado las acusaciones de dictadura al gobierno de Macri y que fueron también rechazadas fervientemente y justamente por todos los actuales firmantes que ahora la utilizan, repudio esta nueva formulación. Es una enormidad banalizar las dictaduras y asimilar procesos que nada tienen que ver. Hoy, después de los repudios recibidos, insólitamente, nadie se está haciendo cargo de la palabra “infectadura”. “Se entendió en modo literal”, dice provocando alguien; fue “un disparador" para que los medios lo tomaran pero la intención es abrir el “diálogo” (sic), argumentan otros. Sorprendente manera de proponer un debate democrático sincero involucrando al otro con dictaduras.
3) Por fin, alertan: “La democracia está en peligro. Posiblemente como no lo estuvo desde 1983”. No comparto que la democracia esté en peligro, para nada, pero en todo caso, puede ser una hipótesis, una especulación (muy controvertida) como cualquier otra que la evidencia corroborará o no. Pero que se afirme que la democracia esté en peligro como “no lo estuvo desde 1983”, es verdaderamente innoble. Y me extraña porque algunos de los firmantes vivieron el gobierno de Alfonsín, y no desconocen lo que significó el Juicio a las Juntas, los días de incertidumbre amenazada por los militares y sectores afines en la débil transición democrática. Y saben lo que fueron los levantamientos carapintadas, salvo que ahora compartan la postura de un radical (?), el ex ministro de Macri, Oscar Aguad, quien dijo que aquellos hechos de Semana Santa de 1987 eran “un acontecimiento chiquito en la historia que no tuvo ninguna implicancia”, falseando precisamente la historia y a los que defendieron la democracia y la paz en contra de la violencia.
Tergiversar la historia, confundir los enemigos de la democracia, banalizar la dictadura, alarma y lejos de propiciar un diálogo democrático lo obtura.
* Doctor en Derecho y docente de la UNR.