El Grande Racordo Circolare es una especie de Avenida General Paz que abraza a Roma y de la que salen las rutas hacia toda Italia. Cuatro manos perfectamente señalizadas llevan, viajando en cualquier sentido, hasta la Uscita (salida) 26 que conduce a Trigoria, donde la selección nacional había prometido recibir a la prensa después del partido inaugural.
El grueso portón verde de la entrada se cruza exhibiendo el enorme cartelón que nos acredita como periodistas. De frente, un vagón alberga las cabinas telefónicas que no siempre funcionan y, a un costado, la playa de estacionamiento cobija el micro Iveco del plantel, el Mercedes Benz blanco, la Ferrari negra y la Testarossa de Diego Maradona y algunos autos más. El campo deportivo de Roma está al pie de una cadena de montes verdes desde donde desciende una brisa fina, húmeda y fría. El silencio es la única voz que se escucha.
No más de 20 periodistas esperan que alguien acceda al diálogo, como se había prometido antes del partido con Camerún con el horario establecido a las 19, un cuarto de hora después de los partidos de ayer. A las 20 salió Carlos Bilardo. Un rato antes habían salido Troglio y Basualdo. Los que tuvieron suerte, encontraron a Simón antes de URSS-Rumania. Ninguno de los numerosos dirigentes que acompañan a esta delegación estaba en Trigoria. Varios de los hombres de prensa más consecuentes con el pensamiento de Bilardo tampoco estaban y algunos de los que fueron decían cosas que nunca escribirán.
Cuando se pidió por los jugadores, un empleado dijo "Ruggeri no, Maradona no, Pumpido no" y el lock out de prensa empezaba a gestarse. Es lógico. ¿Qué había para decir? De Troglio se pueden extraer sólo dos o tres frases hechas y comprensibles. Basualdo admitió que "cuando terminó el partido estaba duro, no podía moverme. El médico me dijo que era la tensión nerviosa". Otros, en Milán, habían aceptado que el marco, la presión, la necesidad de ganar los había apichonado. "No puede ser que no demos pases a un metro", decía Basualdo en su mea culpa.
La selección dejó Milán después de la derrota. A la medianoche del sábado estaban en Trigoria y conversaron largamente hasta las 5 de la mañana. Habló Bilardo, hablaron los "históricos" del plantel y hoy empezará la tarea de pensar en los soviéticos, de hacer el trabajo fino en los jugadores más jóvenes, que son quienes están más doloridos por la humillante caída, y a pensar en las modificaciones. Ruggeri difícilmente juegue. Un poco por la lesión, otro poco por su actuación, y sería Serrizuela su reemplazante. "No podemos inventar nada ahora. Tácticamente vamos a jugar igual, no hubo tiempo de modificar nada, ustedes lo sabían... en estos veinte días en Trigoria tratamos de hacer lo que hicimos desde el '84", dijo Bilardo ayer cuando no tuvo más remedio que atender al periodismo. Más de lo mismo. Otra vez lo de siempre. El silencio rodeaba el predio y ahí estaba Bilardo. Sólo. Sin gente.
Algunos conocedores de la intimidad del plantel aseguran que también hay cierto resquebrajamiento en el cuerpo técnico y apuntan algún dato. "Cuando llegó Pachamé, se fue Trossero, no se llevan bien". "A Romeo lo ubicaron en el Nimes porque no comparte algunas cosas". "Carlos no tiene con quien hablar", dicen. Verdad o imaginación, el técnico fue el único que dio la cara, forzado por la situación y el reclamo insistente.
Sin embargo, ¿qué hay que explicar? ¿Qué hay que decir? Si los mismos que se encandilaron en el '86 dando vueltas olímpicas a la Plaza de Mayo hoy piden la cabeza de Bilardo, Maradona, Pumpido, Ruggeri. Y como las noticias llegan rápido desde Buenos Aires a Trigoria, ya sea por comunicaciones con familiares o por el servicio de prensa que llega a la concentración con los títulos y los comentarios de los diarios argentinos, Bilardo admitió que "ya sé lo que pasa allá y bueno... nosotros ahora tenemos que levantar el ánimo de la gente. Vamos conversando pieza por pieza y hablando con los más chicos... ahora sabemos que tenemos que ganar los dos partidos y ver si entramos segundos o terceros... nosotros sabemos que la gente quiere ganar".
Ya no se dice que "todos los equipos europeos nos copian". Ya no se asegura que, a la larga, los centros de Burruchaga en París que Ruggeri cabeceaba en Madrid son un arma importante de ataque. Pero, lo peor, por lo artero, es que quienes hasta hace unos meses endiosaban a Bilardo y su pensamiento ahora digan, sueltos de cuerpo en la sala de prensa, que "esto demuestra que el Mundial de México lo ganó Diego solo".
Es mucho más digno que Bilardo salga y repita las mismas cosas de siempre. Al menos es coherente.
El campeón del mundo está abatido. Es "i campion uscenti", dicen los italianos que no se explican una actuación como la del San Siro. Lo mismo que los españoles, franceses y los japoneses que pretendieron aprender algo de esto llamado fútbol inventando clínicas con el técnico campeón del '86. Los colombianos, más directos, sobre todo después del 2-0 de los suyos sobre los árabes, bromean a los periodistas argentinos y preguntan "¿cuándo van a escribir un tango con este equipo?". Por ahora, que quedan soviéticos y rumanos por delante, tenemos ganas de pedirle a Bilardo y su gente "contame una historia con gusto a otra cosa". Si no, van a tener que cantarle a Gardel.
* Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia 1990