Ante la pandemia, que hoy vivimos como lo que estaba en nuestro imaginario por novelas históricas o películas contando episodios de pestes, de relatos fantásticos y distópicos, y que se nos presenta en la experiencia de una realidad contundente, han habido y siguen habiendo hipótesis que podemos calificar de urgentes frente a lo que no pertenece a un género literario, sino a ensayar elucidaciones ante lo que parece desafiar creencias y perspectivas realistas.
Una de ellas, y no menor, es la que postula el investigador portugués Boaventura de Sousa Santos, quien suma a su larga lista de escritos, el más reciente, titulado La cruel pedagogía del virus. Para este autor, hay en la intervención de intelectuales algo similar a lo que observa en el campo político: una distancia respecto de la vida cotidiana de los sectores que muchos de ellos dicen representar o interpretar. Desde allí critica a Giorgio Agamben o a Slavoj Zizek (a las opiniones recientes de ambos compiladas en Sopa de Wuhan).
Boaventura de Sousa Santos refiere al contexto histórico en que tiene lugar esta pandemia remontándose a la imposición del neoliberalismo en los años ochenta. La lógica del capital financiero provocó un estado de crisis permanente. Pese a parecer una contradicción -si se piensa la crisis como un momento puntual-, exhibe su larga duración cuando la luz encandiladora, normativa y normalizante del triunfo capitalista deja ver, “de la peor manera posible”, lo que se trataba de ocultar. Esto es la desnuda intemperie en la que viven quienes se hallan fuera de las mínimas condiciones de subsistencia en el mundo. Eso otro que se ha tratado de silenciar se vuelve tan notorio que apenas hace falta “mirar por la ventana” para constatarlo.
La pandemia del coronavirus destruye la idea de que no hay otra alternativa que adecuarse a las reglas instauradas por el capitalismo global para mostrar la cara oculta de lo que aparecía como la sola posibilidad.
Si la aparente solidez del sistema visto como único “se desvanece en el aire” ante un virus que quiso ser definido en términos ideológicos como “el virus chino”, postulado por los Estados Unidos contra su contendiente por la hegemonía mundial, hoy se ha desbaratado ante la amenaza que es para todos y que destruye un bastión ideológico del neoliberalismo como la “seguridad”. Pero, contrariamente a lo que se ha dicho, el virus no es democrático, en tanto es más nocivo en todos los sectores vulnerables (o vulnerados) de la sociedad.
Boaventura erige la situación de pandemia como una alegoría, esto es, implementar una figura retórica --allo agorein, lo que dice algo de otra cosa--. La cuarentena como aislamiento remite a los marginados del discurso dominante, así se detiene a considerar la situación de mujeres, trabajadores precarizados, vendedores ambulantes, gente sin casa, habitantes de favelas, asentamientos, villas miseria, campos de refugiados, inmigrantes sin documento, discapacitados, ancianos y otros muchos similares cuya misma condición ya implicaba una “cuarentena” en tanto separados de sus derechos.
Considera Boaventura que nos hallamos en la finalización de una etapa histórica que se iniciara en el siglo XVII, y que ahora, en su versión omnímoda de globalización, manifiesta su acabamiento tanto en las crisis inminentes --como esta de la pandemia--como en las de larga duración --tsunamis, catástrofes naturales, epidemias más o menos localizadas por zonas, clases sociales, discriminaciones genéricas-- que evidencian el peligro de la continuidad de la vida en la Tierra, en la cual la especie humana suma un ínfimo porcentaje.
La situación de cuarentena generalizada deja ver la permanente condición de cuarentena de los soslayados de la lógica del mercado. Al nombrado capitalismo se suman el colonialismo y el patriarcado, indisolublemente relacionados. Al plantear la reencuarentenación de todos los que caen fuera de estos intereses, puede establecer una especie de toponimia entre el norte y el sur. No remiten según su idea a lugares geográficos sino a lo que domina y a lo que está dominado --incluyendo también a quienes reproducen la ideología del dominador--, mientras que del otro lado está la cuarentena reforzada y se hacen patentes las “asimetrías”, que se notan más ante las reacciones de quienes han naturalizado su lugar de seguridad, ahora quebrada.
Para Boaventura hay un corte decisivo producido a partir de 1989 cuando el fantasma enemigo --la URSS-- implosiona y se postula como única salida el capitalismo, incluso en la versión de un capitalismo más humano. Definición que resulta para el autor, consecuente con su análisis, una verdadera contradicción en tanto que si prevalece la razón mercantil tanto el Estado como la comunidad quedan sujetos a la rentabilidad, lo cual va en detrimento de estos dos. Si se habían pensado y debatido alternativas económicas, sociales y políticas para ver de qué modo morigerar los males inducidos por el capitalismo, todo esto mayormente se abandonó cuando la política se pensó en términos de gestión y la participación intelectual se redujo a querellas internas a ese campo.
Las lecciones que daría la pandemia son entonces verificar de qué modo operan los medios de difusión, de que hay sectores más expuestos, de que el capitalismo ha llevado a una generalización de sus males, de que los gobiernos menos obedientes al neoliberalismo han conseguido actuar mejor contra la pandemia, de que la derecha extrema y la derecha hiperneoliberal han quedado desacreditadas pese a su crecimiento, de que las epidemias se convierten el problemas graves cuando afectan a las poblaciones de algún modo favorecidas o sometidas por el orden global.
La pregunta que subsiste es la del día después: ¿volver a qué “normalidad”? Si es la de continuar en un mismo estado de cosas, el coronavirus sería sólo un episodio o un prólogo de desastres mayores. Por tanto se hace necesaria una nueva articulación entre “procesos políticos y civilizadores” para salir de las cuarentenas, es decir, de las segregaciones de enormes sectores de la población mundial y del ataque capitalista a la naturaleza.