Con la democracia se vive al límite, se escucha rock todo el día y se consiguen drogas psicodélicas para la ampliación de la conciencia. Semejante profanación de las verdades alfonsinistas se convierte en puro sentido común al interior de Charly presidente. Una excursión al país de los García (Sudestada), del escritor, periodista y piloto de ultramar Juan Bautista Duizeide. Un recorrido minucioso y distópico por la obra de García que comienza con él como presidente de la Argentina. Gobernando en un mundo donde los muros ominosos que perforaba Roger Waters en The Wall ya fueron derribados hace mucho tiempo. Aquí la imaginación tiene el poder y nadie esconde su compasión y simpatía por el demonio. ¿Qué podría salir mal?
Las primeras medidas de Charly son aleccionadoras: nacionalización de los bancos y todos los sectores clave de la economía; desconocimiento de los compromisos financieros tramados a espaldas del pueblo; transformación de la residencia presidencial en el Parque Say No More, al que podrán entrar a grabar y tocar todos los músicos populares del planeta. En ese territorio inestable se para Duizeide para darse vuelta y observar el largo y sinuoso camino de Charly García. ¿Qué pasaría si le entregamos el timón del barco?, se pregunta entonces. Y sale a buscar una respuesta entre todos esos espejos del presente que construyó García: sus canciones. Y lo que encuentra detrás no es otra cosa que las aguas turbias en las que navegan el arte y el poder. Una tensa conversación entre enemigos íntimos.
“Charly ha sido una vanguardia dentro del rock y el programa con el que se presenta es el de la vanguardia política de la época de sus primeras canciones. A partir de Instituciones, de Sui Generis, ya tiene una muy fuerte mirada política de la realidad argentina, con un alto nivel poético al mismo tiempo”, asegura Duizeide en conversación telefónica con Página/12, desde su casa en el delta del Tigre. “Charly nunca fue un bajador de línea. Siempre fue muy sutil y por eso sus canciones se pueden seguir escuchando a lo largo del tiempo. Se lo podría definir con palabras que empleó Spinetta: es un perfecto téster de violencia”.
En Charly presidente, como en varios de sus recitales, la figura central se sube tarde al escenario. La obertura queda a cargo de un seleccionado de músicos (no tan) lejanos. Duizeide toma como punto de partida la candidatura presidencial del trompetista y director de orquesta Dizzy Gillespie en 1964. En los años sulfurantes de la Guerra Fría, presentó un gabinete que incluía Louis Armstrong y Ray Charles y que no contaba con un Ministerio de Guerra, “porque no tendremos ninguna”. Un símbolo de paz que funciona como entelequia del libro, en el que la figura de Charly García se convierte en un prisma para dilucidar las entrañas sociedad argentina, las implicancias emocionales del exilio o las disputas simbólicas en torno al Himno Nacional. Un extraño catalejo hecho de canciones y discos por el que se pueden observar el recorrido de sus raíces.
“Me encanta el adjetivo 'extraño' para este libro”, dice Duizeide apenas aparece esa posible definición. “No es un libro de análisis musical ni de anécdotas de rock porque no es lo que me interesa, sino cómo pensar a Charly en relación a la cultura, el cine, la televisión, la publicidad, la literatura, la poesía. Buscar los vasos comunicantes entre su poética, sus intervenciones en público, y la historia y la política del país”. Surgen entonces lecturas meticulosas del sonido de Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán, pero más aún de sus letras, su contexto y los nuevos mundos que abrieron. Ahí conviven el ilustre tridente ofensivo que fueron sus primeros discos solistas –Yendo de la cama al living, Clics modernos y Piano bar– con la obra de Ezra Pound, William Shakespeare y Martin Scorsese.
“Los artistas más ricos son los que permiten más capas de escucha, lectura, interpretación, los que conectan y disparan con una mayor cantidad de sentidos. Charly es alguien que no inventó ningún movimiento del rock sino que fue actualizando al rock argentino”, asegura Duizeide, quien publicó también los libros Luis Alberto Spinetta. El lector kamikaze y Federico Moura. Ironía y romanticismo, ambos por Sudestada. “Creo que las canciones de Charly alcanzan la perfección por la forma en que dispone los elementos sonoros, semánticos, cómo se conjugan. 'Viernes 3am' por ejemplo, no falta ni sobra nada: la salida de la adolescencia, la fantasía del suicidio, la presión en la época de la dictadura. Una canción con múltiples formas de ser entendida”.
-Después de trabajar otra figura clave del rock como la de Spinetta. ¿Qué distancias y puntos de contacto encontraste entre ellos?
-Creo que Charly es más clásico y menos vanguardista que el Flaco… Hay una anécdota de Piazzolla, que era arreglador de Troilo: Astor quería tocar en tres minutos y medio de tango todo lo que había estudiado y Troilo le borraba notas. No es que estuviera "mal", pero le parecía sobrecargado. Después Piazzolla después hizo la suya y ya sabemos lo que fue. Son dos momentos del tango, así como dos caminos distintos del rock. Tocan distintas zonas de la experiencia humana. En ese sentido el universo imaginario de Spinetta es más cósmico y el de Charly más terreno, lo que no quiere decir que no sea profundo y complejo.
-En el libro le adjudicás a Charly un programa político cercano a la izquierda de los '70, que tuvo largos desencuentros con la cultura rock. ¿Cómo pensaste ese vínculo?
-El rock se afianza como algo muy fuerte en la cultura juvenil a partir de los '60. Pero nunca fue de insurgencia ni fue la revolución política y social. Aunque estuvo bastante cerca. Hay una imagen de Lenin y el poeta dadaísta Trsitán Tzara, ambos exiliados en Zurich: nunca compartían el mismo bar para sentarse a jugar al ajedrez. Muchos años después, de forma similar, la revolución fue una cosa y el rock otra. Pero tenían en común un punto importante: para el establishment ambos eran disruptivos.
-¿En dónde se cristaliza esa diferencia entre el rock y la política en torno al poder?
-El rock rápidamente hizo una alianza con la industria, en más de un sentido. No es un género de ruptura, por más que se lo quiera ver así, sino que es un género que tensiona. Tensiona las industrias culturales, el sentido común. En algunas épocas más que en otras. El caso de Charly, Spinetta y Virus, que han vivido en las entrañas del monstruo, se parece al del gran cine hecho dentro del sistema de estudios de Hollywood. Una mirada limitada supone que lo que se hace ahí es malo porque solo tiene “intenciones de lucro”. Sin embargo, Hitchcock, un máximo hacedor de formas, hizo la parte más importante de su carrera dentro de ese sistema, discutiendo con productores. Esa restricción que se piensa como falta de libertad, lejos de aquietarlo, permitió que hiciera ese cine tan inquietante. Eso mismo fue lo que ocurrió con Charly García.