Treinta años atrás, el Mundial 90 se convirtió en una marca indeleble, pese a que la Selección de Maradona y Bilardo no pudo coronarse después de un debut con derrota inesperada y un sufrido periplo por las canchas de Italia. De aquel torneo, sin embargo, hay un símbolo que lo sobrevive, "Un'estate italiana”, la canción oficial, considerada como el mayor himno jamás compuesto para un evento deportivo.
Edoardo Bennato y Gianna Nannini fueron los encargados de ponerle la voz a la canción que, desde el 8 de junio de 1990, cuando la Copa del Mundo se inauguró en Milan, atronó en todo el planeta. Aquel día, antes del Argentina - Camerún que abriría el XIV campeonato mundial, y apenas iniciada la transmisión, ambos entonaron una versión corta de la canción en el estadio Giuseppe Meazza.
La canción fue encargada por el Comité Organizador, presidido por Luca di Montezemolo (el hombre fuerte de la automotriz Ferrari), a uno de los nombres fuertes de la música de los 70 y 80: Giorgio Moroder, ganador de tres Oscars y autor de la música de Expreso de medianoche, Flashdance y Top Gun, entre otras películas. Junto al letrista Tom Whitlock, ambos hicieron la canción en inglés. Se llamó "To Be Number One" ("Para ser número uno"). En 1989, un grupo creado especialmente para la ocasión, Giorgio Moroder Project, grabó el tema.
Sin embargo, al músico no le gustó la letra en inglés y convocó a Nannini y Bennato. Ambos eran músicos populares en la escena del rock italiano. Ella, además, era conocida por ser hermana de Alessando Nannini, destacado piloto de Fórmula 1. La decisión de Moroder lo distanció de Whitlock.
La letra en inglés aludía a los aspectos más elementales del fútbol: los italianos le dieron otro vuelo. Fue la que se impuso, en términos futbolísticos, por goleada, a pesar de que Whitlock figura como coautor, para evitar conflictos de propiedad intelectual.
Por una cuestión fonética, no faltó quien pensara que el tema se titula "Un estadio italiano", cuando en verdad se traduce como "Un verano italiano". Es lo que pasó cuando se grabó la versión en castellano, a cargo de Susan Ferrer.
Es una de las pocas canciones oficiales de eventos deportivos que se impusieran en un idioma que no fuese el inglés. La excepción pudo haber sido "La Copa de la vida", que Ricky Martin grabó en castellano para Francia 98, lo cual realza el logro de Nannini y Bennato.
En el ínterin, en Estados Unidos 94, la canción oficial había sido "Gloryland". Ni esa, ni las que vinieron, pudieron acercarse al impacto de "Un'estate italiana”. Los dos músicos siguieron grabando, pero sin el impacto global de aquel hit.
En el caso de la Argentina, la canción pegó fuerte. Quizás por el vínculo con un Mundial que la Selección estuvo a punto de ganar, y al que quedó asociado el potente tema. Cada cuatro años, cada vez que se disputa otro campeonato y suena la canción oficial, las comparaciones se vuelven inevitables y, de manera previsible, "Un'estate italiana”, sigue ganando las preferencias del público.
De hecho, no faltan la publicidades alusivas, cuando se acerca el Mundial, en las que suena la canción de Italia 90. En rigor, además de ser un tema pegadizo y de calidad, la canción fue lo que fue porque nunca antes, desde que en 1962 se adoptaron temas oficiales, se había compuesto algo de semejante nivel.
Italia 90 resultó, en gran medida, el primer Mundial de la globalización, algo más de seis meses después de la caída del Muro de Berlín. Tres de los 24 países que concurrieron a la cita en la península dejarían de existir en los meses siguientes: la URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia, en este último caso con una cruenta guerra civil.
Fue un Mundial con mayor cobertura que el de México (la Selección de Bilardo no era candidato para casi nadie en 1986 y llegó a Italia como campeón del mundo), en Europa, con epicentro en un país que tenía como ídolo a Diego Maradona y, encima, se jugó en la ciudad que lo idolatraba: Nápoles, mientras en la Argentina aun se vivían los efectos de la hiperinflación y se llevaban adelante las privatizaciones.
Aun no existía Internet y todavía había cierto romanticismo, pese a las dimensiones que había adquirido el negocio. No se manejaban cifras astronómicas en las compras de jugadores y el mercado europeo estaba mucho más equilibrado con el cupo de tres extranjeros como máximo por club, un esquema que el Caso Bosman cambió para siempre en 1995.
A eso quizás aludían los versos iniciales de la canción oficial del 90: "Tal vez no sea una canción para cambiar las reglas del juego".