Si la finalidad de un noticiero es informar y la de una ficción es contar una historia atrapante, la de un ciclo de entretenimientos es... entretener. Que el televidente encuentre en ese programa un pasatiempo más o menos divertido. No hay discusión en esto. En la especificidad de un ciclo de juegos, la clave parece estar en lograr que el público encuentre un espacio que sea capaz de disfrutar, a la vez que lo haga partícipe con las preguntas y respuestas que responden los invitados, o en los distintos desafíos que enfrentan. Si nada de eso ocurre, el programa corre el riesgo de ser objeto de su propio colmo: ser un ciclo de entretenimiento que no entretiene. Algo de eso le sucede a Mamushka, el programa de preguntas y respuestas que acaba de estrenar El Trece (lunes a viernes a las 18.45), y que devolvió a Mariana Fabbiani a la animación de un ciclo de entretenimientos, tras los siete años al frente de El diario de Mariana. La baja audiencia en su primera semana al aire confirman la apatía que genera la propuesta.
Mamushka es la más reciente demostración de que comprar un formato extranjero no es garantía de nada. Original de Israel, el ciclo que tuvo versiones en Gran Bretaña, España y Turquía se estrenó la semana pasada en El Trece con el objetivo de apuntalar la franja nocturna. La idea era clara y parecía no asumir demasiado riesgo: reemplazar un programa de juegos (Pasapalabra, con Ivan de Pineda) con otro ciclo del mismo género. En tiempos de parálisis televisiva por la pandemia y de mayor estadía familiar en los hogares, el estreno de un programa “para todos” y de producción propia podía acaparar una nutrida audiencia. Sin embargo, nada de esto sucedió: el debut de Mamushka alcanzó los 7 puntos, para después entrar en un espiral descendente que tuvo el lunes su piso, con un promedio de 4,4 puntos de rating, según los datos de Kantar Ibope Media. Por debajo de la audiencia que conseguía no sólo Pasapalabra, sino también sus repeticiones.
El comportamiento de la audiencia parece ser la consecuencia de lo que transmite el ciclo producido por Mandarina. De entrada, el juego en sí es sumamente complejo, y en cada nueva emisión Fabbiani se toma el tiempo de explicarlo una y otra vez, sin dejar nunca de hacer chistes -ella y los invitados- sobre su dificultad. En síntesis, el juego consiste en que la pareja invitada debe responder preguntas de distintas categorías (desde “Espectáculos” hasta “Cultura general”, pasando por “Deportes”, o las más laxas “Mucha calle” y “Parece que fue ayer”) y a medida que acierta va abriendo cada una de las 10 mamushkas, las cuales esconden distintos montos de dinero. Así, los concursantes avanzan y acumulan su pozo, el cual pueden perder si abren una de las dos muñecas vacías, en cuyo caso se quedan sin nada y tienen que volver a empezar. Los participantes recién pueden “plantarse” e irse con el dinero acumulado una vez que abrieron 8 de las 10 mamushkas.
Más allá de la complejidad del juego, de que el pozo se acrecienta y disminuye pero sin que eso deje afuera a los participantes, Mamushka carga con varios problemas, los cuales se acumulan uno dentro de otro como la mismas muñecas que forman parte de su escenografía. El primero y más evidente es el de su gélido formato, que de tan estructurado se vuelve poco dinámico. Mamushka es un ciclo lento, por momentos tedioso, producto de un formato que funciona como un corsé más ajustado de lo necesario. Y que Fabbiani tampoco -hasta ahora- parece tener intenciones de aflojar. Sumida en su corrección, la conductora no desentona pero tampoco descontractura un formato que pide a gritos flexibilizarse. A veces hay que romper para avanzar.
La rigidez de la propuesta hace que Mamushka carezca de agilidad. Las razones son muchas. En primer lugar, en cada programa participa una pareja que no compite contra nadie, sino que lo único que hace es elegir muñecas y contestar preguntas. No hay dos equipos compitiendo. A su vez, el hecho de que sean diez las mamushkas a abrir, que a su vez tienen otras tantas adentro, hace que no haya ni siquiera rotación de participantes: son siempre los mismos. La monotonía del formato no se limita a los mismos concursantes durante la hora y cuarto de emisión: Mamushka tampoco cuenta con variedad de juegos o desafíos. No cantan, no bailan, no hacen juego de letras ni tienen que descubrir algo. Sólo responder por V o F. Así, el programa es un continuado de pregunta-respuesta-elección de mamushka, pregunta-respuesta-apertura de mamushka... No hay sorpresa alguna. El ciclo carece de atractivo y tensión.
Como si todo ese combo no bastara, Mamushka cuenta con un detalle que lo vuelve aún más lento, profundizando el tedio: ese esquema inalterable se reproduce sin ningún límite de tiempo. Los participantes, entonces, pueden tardar minutos en definir la categoría de las preguntas, otro tanto en responderlas y mucho más en elegir abrir a Anuska, Galuska, Elenuska, Petruska, Betuska, Marushka, Inushka, Lairuska, Maitushka y Tanushka, las diez mamushkas que estáticas aguardan al fondo de la escenografía. Una decena de muñecas cuyo mecanismo de apertura demora más que lo que se tarda en destrabar una vieja tranquera de campo. Programa sin tiempo ni sorpresa, Mamushka resulta ser una propuesta tan fría como el país de origen de las muñecas que le dan su nombre.