A fines del siglo XIX, la explotación del quebracho colorado en el Chaco santafesino era sistemática. De este árbol, propio de Sudamérica, se utilizaba la madera para la construcción de muebles y edificios, durmientes ferroviarios, embarcaciones, puentes y postes de telégrafo. De su interior, se extraía el tanino para curtir y teñir la piel animal, y así evitar su descomposición, transformándola en cuero.
La Forestal, una compañía inglesa de tierras, maderas y ferrocarriles, llegó a la región en 1906. En poco tiempo, absorbió a sus competidores y pasó a controlar la producción y la distribución nacional e internacional. Se convirtió en la dominante absoluta de la industria del quebracho y puso fin a los intentos de convertir el norte santafesino en una colonia agrícola.
Los pueblos forestales de Santa Felicia, Villa Guillermina, Tartagal, Villa Ana y La Gallareta, analizados por el historiador y periodista Alejandro Jasinski, miembro del Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en su obra Revuelta obrera y masacre en La Forestal, tuvieron un rasgo común en sus inicios: “La precariedad de la situación social, la mala calidad de la vivienda, las delicadas condiciones de salud e higiene y la pobre alimentación”.
A comienzo de la década de 1910, los trabajadores comenzaron a organizarse con el fin de “reclamar mejoras en sus condiciones de trabajo y de vida”. La primera huelga general, en 1919, mostró que en el Chaco santafesino “existía una clase obrera pujante y combativa”.
Para Jasinski, aquel fue “un período mucho más activo y conflictivo de lo que representaban sólo uno o dos hechos puntuales que terminaron en masacres”. A su vez, “fue un conflicto olvidado, siempre relegado entre las huelgas patagónicas y de los talleres Vasena”, explicó el historiador.
La desmemoria sobre las luchas obreras se dio tanto a nivel nacional como local. La antropóloga Marcela Brac, del Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, señaló que la gente “lo que más recuerda es el rol de la empresa como proveedora de fuente de trabajo, y también de todos los bienes y servicios necesarios para la reproducción de la vida de las personas”.
–La historia de La Forestal habla de prácticas sociales que siguen presentes en nuestra sociedad.
AJ –La Forestal siempre nos habla de distintos modelos sociales de desarrollo. Es algo que no se acaba nunca. Si bien se cumplen cien años de las huelgas y se van a cumplir cien años de la masacre, porque es un proceso de dos años, La Forestal siempre trae esos temas que nunca están saldados: los modelos sociales y de control del trabajo, la violencia laboral, el extractivismo, la devastación ecológica, las lógicas del capital internacional. Es el capital global que controla primero un territorio, porque hay un recurso que descubre. Lo explota, hace beneficio con eso, y va viendo cómo lo hace en función de los recursos, de las lógicas internacionales de ese mismo capital y de las rentabilidades, pero también de los conflictos locales y de las resistencias que se presentan desde el trabajo y los Estados. En 1921 ellos deciden que van a deslocalizar y desarrollar fuerte la inversión en África y lo hacen con las ganancias que acumularon durante 20 años acá.
–¿Cómo se construyó la imagen benefactora de la empresa?
AJ –Después de la masacre, La Forestal presentó una reforma desde el directorio. Ahí se delinean dos imágenes muy claras: La Forestal latifundista, feudal, esclavista, negrera. Todos estos términos, que se le adjudican desde antes de la masacre, tomaron cuerpo de la mano de legisladores e investigadores, quienes denunciaban que La Forestal estafaba al fisco, defraudaba y practicaba el esclavismo. En paralelo, se fue construyendo otra imagen, que se observa también en la prensa, sobre “la maravilla de los pueblos forestales”. Esas líneas son las que se transmitirán y se mantendrán cuando La Forestal se haya ido. Encontramos textos como los de Gastón Gori y de Rodolfo Walsh, que en 1969 publica una crónica sobre Villa Ana, una fábrica que acaba de desinstalarse y hace una reconstrucción de la historia de la empresa, de por qué se fue, de cómo abandonó los pueblos. Por otro lado, aparece la historia oficial de la empresa, donde figuran los beneficios y por qué se tuvieron que ir.
MB –El modelo económico de La Forestal arrasó con los quebrachos colorados y también con las poblaciones humanas, que quedaron totalmente precarizadas con el cierre de las fábricas. Entre 2004 y 2005, en algunas comunidades se produjeron actividades para recuperar las memorias de ese período y “rescatar la cultura forestal”. Se trata de un gran esfuerzo para posicionarse de forma positiva en la zona norte de la provincia de Santa Fe. Este trabajo es encarado principalmente por agrupaciones de pobladores que se van nucleando con el objetivo de crear una nueva imagen del pueblo, vinculada a las expectativas de desarrollar actividades turísticas de perfil histórico-cultural. Los relatos sobre el pasado forestal, principalmente de las personas mayores, suelen tener un sesgo nostálgico. Sin embargo, se puede advertir la lucha que tuvieron que emprender para sobrevivir y no desaparecer. En otras palabras, para no convertirse literalmente en “pueblos fantasmas”. En esos relatos cuentan el esfuerzo que emprendieron, prácticamente en soledad, para seguir adelante cuando se quedaron sin trabajo. “La Forestal nos daba” es una expresión constante de la gente. En el imaginario colectivo, los beneficios forestales están representados como daciones de la empresa y no como producto de conquistas laborales.
–¿Cuál es la razón de esa falta de memoria sobre el rol de la organización obrera?
MB –Hasta hace muy poco tiempo, cualquier tema referente a la conflictividad laboral generaba mucha resistencia en la gente. Y no sólo las huelgas obreras de la década del 20, sino también la situación de los trabajadores del monte que se mantuvieron prácticamente siempre iguales. Estas resistencias se advierten cuando se hace referencia a los obrajes. El poblamiento que se dio en torno a la actividad forestal produjo flujos migratorios internos de Corrientes, Chaco y Paraguay. La gran mayoría de los trabajadores del monte, principalmente en las primeras décadas, eran indígenas (qom, moqoit, guaraní) que fueron forzados a trabajar en los obrajes para sobrevivir, como consecuencias de las campañas militares de conquista territorial. Además, les pagaban menos que a los criollos por el solo hecho de ser indígenas. El trabajo del monte también formó parte del universo forestal, pero recién ahora algunas personas comienzan a preguntarse por ese pasado y a pensarlo como parte integral del sistema de explotación de La Forestal.
AJ –En la construcción de esa imagen benefactora se encuentra parte de la respuesta. La Forestal operaba funcionando con la lógica del proveedor y del represor. Lo hizo fragmentando a los trabajadores. El empleado fabril, de quien la empresa intentaba conquistar su corazón y adquirir mayor adhesión, también observaba en el monte el aspecto más represivo y regresivo, donde no llegaban tanto los servicios. Eso funcionaba como un espejo distorsionado, un lugar al que uno no quería llegar. Eso implicaba un disciplinamiento.
–¿Qué motivó a que esas historias comenzaran a recuperarse?
MB –Nos encontramos con la emergencia de nuevos interrogantes y otra manera de significar este pasado. En 2019 empezamos a registrar distintas acciones tendientes a conmemorar las huelgas. En parte, esto se debe al cambio generacional. La memoria necesita de gestores. ¿Quiénes son los promotores de estas memorias que se reconstruyen? Mayoritariamente, personas que tuvieron un antepasado vinculado a la actividad fabril con residencia en los pueblos obreros. Por otra parte, hay que considerar las transferencias que hacemos desde las universidades quienes investigamos el tema, así como también los investigadores locales. Todos son insumos que quienes llevan adelante el trabajo de reconstrucción del pasado tienen presente.
–En ese sentido, ¿se avanzó en relación al rol de la organización obrera?
AJ –Ahora que tenemos una reconstrucción bien sólida sobre cómo se organizó el conflicto y de toda esa experiencia sindical, de lucha y conflictividad, que estaba borrada, hay que reconstruir otros períodos y episodios posteriores a la masacre. Es otro proceso de resistencia, que es parte de la experiencia de los pueblos forestales y que ha sido olvidado.
MB –Creo que estamos en un momento que podríamos definir como etapa de maduración de ese trabajo de memoria, en la medida que hay un reposicionamiento en torno al pasado y a los significados que se construyen. En este presente empiezan a surgir otras preguntas y a visibilizarse algunas ausencias, como la violencia empresarial, la violencia contra el medio ambiente, otros trabajos y las trabajadoras.
–¿Quiénes son los grandes ausentes en la historia de La Forestal?
MB –El trabajo de las mujeres es el gran ausente. Prostitutas, empleadas domésticas, trabajadores textiles, hacheras, telefonistas, empleadas de comercio y de almacenes de ramos generales, enfermeras, cocineras y maestras, entre otras. En el imaginario colectivo, el universo forestal industrial y extractivo es representado por la masculinidad. Sin embargo, en las entrevistas que realicé durante el trabajo de campo se mencionan muchas actividades realizadas por mujeres. Si pensamos la estructura armada por La Forestal, fábrica y pueblo obrero, donde el pueblo no solo significaba retener trabajadores en un espacio geográfico aislado, sino también concentrar familias para asegurar la provisión y reposición de fuerza de trabajo, entonces el trabajo femenino es fundamental. Creo que en el presente hay un cambio de posición en la manera de abordar el universo de trabajo forestal.
AJ –En un recorrido histórico, cuesta encontrar las fuentes. Y había doble invisibilización si era mujer y trabajadora, perteneciente a la familia obrera. En cambio, la mujer que era esposa del administrativo participaba de la comisión de beneficencia, de las damas católicas, de las organizaciones que trabajaban en la distribución de distintos beneficios. Eso era importante para La Forestal, por eso en algún punto ese estrato estaba visibilizado. Pero esa doble invisibilización de la mujer, que además es parte de la familia obrera, está mucho más marcada, hay que hacer mucho trabajo para poder encontrar qué rol cumplía. En los primeros trabajos académicos en los años 80 nadie se preguntaba. Hoy tenemos la obligación de dar respuesta a eso.
Fotos: Archivo General de la Nación (AGN)