Los ojos de Marco Bellocchio continúan observando y creando a través del lente de la cámara. Tan inquietos ahora, a los ochenta años, como lo fueron a los veintiséis, cuando el joven realizador debutó con I pugni in tasca (1965), no con un lamento, sino con una gran explosión y polémica. El director de El diablo en el cuerpo, Vincere, Buongiorno, notte y Sangre de mi sangre –entre otras dos docenas de títulos que atraviesan nada menos que seis décadas– comenzó su carrera como miembro insigne de la tercera generación de cineastas italianos renovadores de posguerra, manteniendo una saludable independencia creativa y variedad temática en casi todas sus películas. Il traditore, sin embargo, marca una primera vez. Según sus propias palabras, en declaraciones a la prensa durante el lanzamiento mundial del film en el Festival de Cannes, “es una película diferente, en el sentido de que no hay una ligazón o identificación directa con mi personalidad. No hay nada que haya tomado de mi vida personal. Fue un desafío particular porque tuve que dejar mi estampa personal en la narración, pero dejando afuera todo mi bagaje psicopatológico, si se quiere. Algo que, siendo parte de mi biografía, se ha filtrado en mis películas”. Con el título El traidor de la mafia, el último Bellocchio puede verse bajo el sistema de alquiler de la plataforma Claro Video, presentado como un relato de mafiosos convencional y sin mención explícita a su realizador. Pero el film es bastante más que eso y en sus dos horas y media de metraje se entrelazan los conflictos y dilemas personales con la gran política, los placeres de la ficción con la Historia. El protagonista, interpretado con gran riqueza interpretativa por Pierfrancesco Favino, es el mafioso siciliano Tommaso Buscetta, famoso por transformarse en el primero de su raza en traicionar las reglas no escritas de la Cosa Nostra, olvidando por completo la omertá (el código de silencio y honor al cual alguna vez juró honrar con su vida) y señalando en juicio público a todos aquellos que alguna vez fueron sus pares. La de El traidor de la mafia es una historia de violencias, infamias, confabulaciones, pactos y tristezas. La historia de un pequeño gran hombre.

Escaparle a ese tótem llamado El padrino no es tarea sencilla y El traidor de la mafia ofrece en su primera y potente escena una concurrida reunión familiar (en el sentido más convencional de la palabra y con todas las connotaciones del concepto famiglia) en la cual varios de los conflictos que no tardarán en hacer eclosión permanecen aún en estado larvario. Buscetta se mueve en ese ámbito como pez en el agua pero su condición de “soldado” no le permite ingresar al recinto más íntimo de las discusiones entre los capos. Este hombre nunca quiso llegar a la cima de la pirámide, a pesar de sus obvias condiciones de líder –como se lo hacen notar en más de una ocasión–, optando en cambio por un tranquilo puesto en Río de Janeiro, un lugar en el cual continuar con el lavoro mafioso y disfrutar al mismo tiempo del clima, el ambiente relajado y la familia. La propia, la cercana, la íntima. Por una vez, las reglas de la coproducción (hay aquí aportes italianos, desde luego, pero también franceses, alemanes y brasileños) no se sienten forzadas: la historia real ubica una parte de la biografía de Buscetta en Brasil y su esposa, de ese origen, es interpretada por la actriz Maria Fernanda Cândido. El montaje paralelo, otro cimiento narrativo en la trilogía de Coppola, se pone de inmediato en funcionamiento mientras un contador avanza en pantalla enumerando los asesinatos que comienzan a alterar el mapa de los clanes mafiosos. Los Corleonesi están dispuestos a quedarse con el negocio del narcotráfico y para ello es necesario eliminar del camino a enemigos y aliados por igual. Bellocchio entrega sus buenas dosis de violencia explícita al tiempo que el protagonista, del otro lado del océano, comienza a reflexionar sobre los pasos a seguir. Sin duda, la decisión de regresar a su país y acceder a “abrir la boca”, a transformarse en un pentito, estuvo influenciada por los asesinatos múltiples de uno de sus hermanos, dos de sus hijos, su yerno, su cuñado y cuatro sobrinos. Si bien el gesto que más se repite en la película es el signo de los cuernos hecho con la mano, no es difícil imaginar al futuro “traidor” metiendo su dedo índice doblado en la boca y apretando los dientes en señal de furia.


La metamorfosis

“Lo que me gusta del personaje de Buscetta es que no se trata ni de una víctima ni de un héroe”, declaró Bellocchio en una entrevista con el medio especializado Variety. “Es un hombre muy determinado, que está siempre escapando. Es un sobreviviente. Buscetta debe navegar continuamente por situaciones realmente peligrosas. Debe volar a Brasil porque sabe que hay una guerra dentro de la Cosa Nostra y que él pertenece a la facción perdedora. Pero nunca pudo haber imaginado que los ganadores irían tan lejos como para exterminar a su familia. Continuamente intenta reconstruir su vida. Ama a su familia y para sobrevivir decide gradualmente colaborar con la justicia y, por lo tanto, traicionar a la mafia”. Antes del regreso a Italia, Buscetta fue detenido por la policía carioca y, según el guion de Il traditore, torturado física y psicológicamente (la escena con los dos helicópteros en vuelo, que no conviene describir en detalle, logra poner los pelos de punta). Más tarde, un intento de suicidio que pudo haber sido otra cosa se transforma en el prólogo de la deportación. Ya en Sicilia, el mafioso deja de serlo gradualmente para transformarse en otra cosa. Y en su nuevo calabozo, en plena metamorfosis, las noches comienzan a acecharlo con los más extraños sueños, imágenes de velatorios que lo tienen a él como centro de atracción, atrapado en los angostos márgenes del ataúd mientras su madre lo llora devastada. Es el único momento onírico del film y una instancia ciento por ciento Bellocchio, el único vestigio onírico de una narración naturalista en extremo. “A veces ocurre, durante una entrevista o una retrospectiva, que tengo la oportunidad de mirar hacia atrás. Soy muy crítico conmigo mismo cuando reveo mi trabajo y las cosas que noto más son aquellas que puedo definir como errores. Cosas que ahora haría de manera diferente. Por otro lado, no me interesa quedarme en eso, y si tuviera que hablar sobre esta película en particular… Sí, es una película sobre la mafia y no creo que vuelva a hacer otra, porque me gusta explorar temas e historias diferentes”.

Hablada en italiano y en siciliano, Il tradittore fue estrenada en su país natal con subtítulos en aquellas escenas en las cuales la lengua romance de la isla meridional se impone en la pista sonora. Para Bellocchio, “la comida de Sicilia es espléndida, pero ningún plato de la región viene a la mente como preferencia sobre otros. Hay muchas cosas feas en Sicilia, casi todas hechas por el hombre, porque obviamente la naturaleza allí es fantástica. Pero lo único que realmente me viene siempre a la mente es el lenguaje. No es un típico dialecto del italiano, es una lengua en sí misma completamente separada. La mayoría de los actores del film o son sicilianos o tienen raíces en Sicilia, de manera que pudieron llevar a la pantalla un gran nivel de verdad. Cuando los escuchaba hablar entre ellos, a veces uno no podía comprender nada de lo que estaban diciendo, pero es realmente fascinante oír este idioma diferente”. Corre el año 1983 y Buscetta se reúne por primera vez con el juez Giovanni Falcone, quien será asesinado por la mafia casi una década más tarde en un atentado de tintes espectaculares, reproducido en la película de Bellochio en otra escena de alto impacto. La relación entre esos dos hombres comienza con tibieza, un cigarrillo prestado y algunas palabras amables. De a poco, sin embargo, el ex mafioso se convencerá de que “hablar” es la única opción disponible. Aunque ello implique, desde luego, comenzar una nueva existencia, una vida de confesiones y escarnios públicos, de identidades secretas en países lejanos, de cotidianeidades en “casas seguras” tanto para él mismo como para su esposa e hijos. Arrepentirse y colaborar tiene sus beneficios pero también trae aparejadas muchas complicaciones. Transportado en un automóvil por la policía y varios miembros del poder judicial, una marcha de vecinos en una ciudad siciliana le deja en claro que su “traición” no será perdonada. “Viva la mafia que nos da trabajo”, reza la pancarta sobre la multitud, rabiosa por la pérdida de sus fuentes de trabajo, sostenidas durante varias generaciones por la estructura mafiosa. Irónicamente, en una de las entrevistas Falcone le dirá a Buscetta que le teme más al estado que a la mafia. Los grandes poderes deben enfrentarse con un gran sentido de la responsabilidad o no enfrentarse en absoluto.

La nueva familia

Con el correr de los años, Tommaso Buscetta se convirtió en una figura pública y Bellocchio describe la conformación de una nueva familia, integrada por quienes también se transformaron en traidores y aquellos que lo acompañaron desde la fiscalía en sus múltiples declaraciones judiciales. El traidor de la mafia incluye varios fragmentos de noticieros y grabaciones hogareñas del Buscetta real, incluido un notable momento en el cual el protagonista canta en un pequeño escenario durante una fiesta en su homenaje. “Antes que nada, este personaje fue una figura central en la lucha contra la mafia, la primera vez que el estado se enfrentaba a toda la estructura y no solamente a crímenes individuales”, recuerda Bellocchio en la entrevista mencionada. “En el norte de Italia, obviamente la gente estaba muy contenta de que Buscetta colaborara. Pero el concepto de traidor no fue adoptado solamente por los mafiosos sino por la población de Sicilia en general. ¿La razón? Uno no colabora con el estado. Eso fue así a tal punto que, durante la investigación para la película, nos quedó claro que ‘ser un Buscetta’ o ser acusado de serlo se ha transformado en un insulto en Sicilia. Si delatas a alguien uno está ‘haciendo una Buscetta”. No hay que hablar, no hay que colaborar, no hay que delatar ni siquiera crímenes violentos. Estos deben ser resueltos internamente, nunca desde afuera”. Rodadas en el lugar real de los hechos, las escenas en las cuales el ex mafioso es indagado por los jueces conforman uno de los núcleos centrales del drama. Sentado en una suerte de cubículo de vidrio y de espaldas a aquellos que está traicionando, Buscetta habla, recuerda nombres y fechas, detalla crímenes propios y ajenos. Desde las jaulas que empapelan el fondo del recinto, pequeñas celdas habitadas temporalmente por miembros encumbrados de la Cosa Nostra, se escuchan los insultos y maldiciones de los traicionados, entre ellos los del hombre que acabó con la vida de los hijos del protagonista. En ese momento, cuando la acumulación de violencias del pasado vuelven al centro de la escena, cuando los unos y los otros relatan sus salvajes perfidias y vilezas, El traidor de la mafia suma a la ecuación una reflexión profundamente humana. Esos hombres poderosos y gritones que tuvieron mucha influencia (y todavía la tienen, incluso tras las rejas) y aquel que los enfrenta con su delación legal encarnan la descendencia de un sistema pútrido. Poderosos en grupo e individualmente. También tristes. Y tristeza es lo que transmite sin filtros la imagen de Buscetta, encerrado en su propia terraza en un departamento de Florida, en los Estados Unidos, aferrado a un fusil semi automático mientras espera que los tiros le lleguen desde algún lado, sin saber con certeza si alguna vez llegarán.