“Mira, soy un hombre latino, homosexual, casado con un hombre árabe viviendo en los Estados Unidos: o sea, yo soy una amenaza para esta gente, por donde lo veas”.
En estas últimas declaraciones para la sopa news (lasopa.com) Ricky explica todo o casi todo lo que queda por decir. A veces un discurso puede usar la retórica de la conmiseración para provocar un efecto de impacto. Pero negar a un artista su compromiso social es una forma de la persecución.
O ¿qué pensaban? ¿Que no era un artista comprometido desde su primera canción? ¿No entendieron que cuando decía “livin’ la vida loca” lo que se mostraba era parte de un empoderamiento de una sujeta que está luchando frente a lo que comprende como un avance de las derechas en el mundo? ¿No se daban cuenta que la loca esa de la que hablaba era una sujeta trans? Y mucho antes… ¿nadie entendió que en el pasito pal ante y pa atrás había supuestas vacilaciones del hombre frente a la revolución latinoamericana?
Como sea… Hubo un tiempo en el que un artista era una persona que corría un riesgo. En América Latina los ejemplos son tantos que una lista, cualquier lista, Mercedes Sosa a Violeta Parra, no los agota. Pero mucho más hubo un tiempo, que fue ayer nomás en el que constituir la voz de un intelectual era hacerlo contra la opinión, contra el estado y contra la ceguera de los que no veían. Y esa era su función en la sociedad. El modelo perfecto y original de ese gesto es el caso Dreyfus de fines del siglo XIX y el maravilloso texto de Emile Zola (Yo acuso) en el que denuncia al Estado francés, a los militares, a los periodistas y por el cual mereció exiliarse de su patria.
Ahora estamos en este otro tiempo que Ricky puede explicar perfectamente. La estrategia es conocida y se puede ejercitar sin problemas: se trata de un artista, (puede ser un intelectual, un investigador o un periodista), que trata de dar con la palabra perfecta para encontrar en la discursividad general el lugar de víctima de los otros y entonces poner en juego su táctica: queja o denuncia.
Ahora claro, encima casado con un árabe, este chico es casi Bin Laden generando una catástrofe a fuerza de “mordiditas”. Aia!!!!!! No hay más que pensar en su ultimo hit, “Disparo al Corazón”, para que nos demos cuenta de que está dispuesto a tomar las armas. El ranchito que mostró en Architectural Digest, escondía un búnker.
Es verdad, Ricky ha sido perseguido, le han disparado como si se tratara de uno de los peores terroristas internacionales. Pero lo que pasa es que los flashes lo encandilaban. Se pensó que era un interrogatorio, pero lo que todas queríamos saber, y lo único que el nos podía comunicar, ¡¡¡si los zapatos eran de Gucci y el saquito de Armani!!! ¡¡¡Pobre amor!!! La única persecución que verdaderamente sufrió (y la única que provocó) es la de los paparazzi en la playa para verlo en sunga… Ahora claro, que tiene al amenazante árabe que lo encuadra en Instagram, se consiguió guerrillero propio in-house. ¡Todo de terror!