En una de las primeras escenas de Carol de Todd Haynes, Therese (Rooney Mara) conversa con un joven periodista que la lleva a conocer la redacción del Times durante la noche, entre cervezas y negativos fotográficos. Therese, que quiere ser fotógrafa pero todavía no está convencida, se interroga sobre la conexión entre las personas, sobre aquello que hace que alguien nos conmueva, nos interese, y de alguna manera forme parte de nuestra vida para siempre. “Todos sentimos afinidad por ciertas personas”, le responde Dannie. “Nos gustan ciertas personas. Y no sabemos por qué nos atraen ellas y no otras; lo único que sabemos es que nos sentimos atraídos… o no. Es como la física”. La escena no existe tal cual en la novela original de Patricia Highsmith pero conserva su espíritu. Allí Dannie no era periodista sino físico y observaba maravillado ese mundo vivo a su alrededor basado en sus inesperadas atracciones. “Creo que hay una razón determinante para cada amistad al igual que hay una razón para que algunos átomos se unan y otros no. Las razones de esa unión pueden estar completamente ocultas para las dos personas, a veces incluso para siempre”.

Las ideas sobre el amor romántico se fundaron en esa especulación. Una especie de flechazo entre los amantes, un amor “a primera vista”, un destino de encuentro establecido por voluntades superiores, destinos, o fortuna que se vuelve clarividencia. “Eran el uno para el otro” es la señal de esa fórmula tan recurrente en las artes y la cultura. ¿Pero qué hay detrás de su apariencia? Normal People, la miniserie basada en la segunda novela de Sally Rooney, la irlandesa convertida en una meteórica celebridad literaria hace apenas dos años, explora esos caminos desde una mirada inteligente, humana y despojada de manierismos. Con fecha de estreno para el 16 de julio en la plataforma StarzPlay, la ficción recorre el encuentro entre Marianne (Daisy Edgar-Jones) y Connell (Paul Mescal) a través de los mares de la adolescencia y las turbulencias familiares, los desafíos de la vida adulta y las desigualdades económicas, los miedos y las ansiedades, los entornos abusivos y las inevitables separaciones. Su historia no es solo la de la magia del encuentro, esa que la física puede leer en los átomos y las partículas que se atraen o rechazan sin remedio, sino el tejido de una persistente conversación, en la que dos personas entrelazan sus caminos, se hieren y se salvan, recorren los senderos más espinosos, las crueldades de los otros y las propias, las infinitas facetas de todo pretendido amor.

CHICO POPULAR, CHICA RARA

Connell es el chico popular del colegio. Deportista, atractivo, tímido, aquel que encaja en la norma a pesar suyo, porque su intento de pasar desapercibido lo hace querible, aceptable. Comparte todas las ceremonias de esa adolescencia de pueblo chico en Sligo, los bailes, los partidos de fútbol, los chismes varoniles. Pero Connell no comparte todo con sus amigos, sus ambiciones e inquietudes están ocultas bajo esa normalidad saludable. Sus gustos literarios, su sentido de la justicia, su irrenunciable respeto por los otros. De vez en cuando, Connell visita la casa donde su madre limpia dos o tres veces a la semana. Es una mansión retirada, imponente, signo de estatus y extrañeza. Espera en la puerta con el auto en marcha, a veces toca el timbre y deambula unos minutos en la sala de la planta baja, hasta que su madre baja para volver a casa. Allí vive Marianne, perdida en los recovecos de ese hogar frío y hostil. Su padre ha muerto hace tiempo, su madre la somete a su gélida indiferencia, su hermano a desprecios y maltratos. Ella también va a la secundaria del pueblo y comparte el aula con Connell, pero es la “chica rara”, la que contesta airada a los profesores, la que esgrime su inteligencia como última protección.

Connell y Marianne apenas se cruzan en la escuela, pero en esos fugaces encuentros durante las tardes en la mansión nace una íntima conexión, que incluye una ardiente atracción física pero también cierto desafío intelectual. Día a día, y luego año a año, las vidas de ambos se entrecruzan, se enredan en silencios y malentendidos, en un arduo proceso de emancipación y aprendizaje que los lleva a la vida adulta, en una dinámica cotidiana y fascinante que tiene en el sexo y la intimidad su vertiente más luminosa y desgarradora. Adaptada por la propia Rooney, en colaboración con Alex Birch (guionista de la excelente Lady Macbeth y parte del equipo creativo de Jesse Armstrong en Succession), Normal People asume la estructura de la novela: comienza en 2011 y recorre, a través de una serie de estratégicas elipsis, distintos momentos en las vidas de Connell y Marianne. Al prescindir del narrador, los dilemas interiores y las inseguridades de los personajes se concentran en el físico de sus actores y en la radiante puesta en escena de Lenny Abrahamson y Hettie Macdonald.

Paul Mescal sedujo a todos con sus inmensos ojos y esa cadenita de plata que lleva colgada al cuello. Su Connell transmite una rara inseguridad escondida bajo su cuerpo de atleta, una conciencia de su condición social que lo lleva a limitar sus aspiraciones universitarias y a soñar con convertirse en escritor solo cuando Marianne cree en él. La relación con su madre, definida por el amor y el compañerismo, nunca es condescendiente ante sus errores; Lorraine (Sarah Greene) es la severa voz de su conciencia, precisa y nada indulgente, de una cálida firmeza que resulta determinante para Connell. Daisy Edgard-Jones brinda a Marianne una solidez intelectual que es capaz de percibirse en el tono de su conversación, en sus acaloradas inflexiones, en sus ojos encendidos de coraje y resistencia. Pero Marianne también es vulnerable, vive su tóxica situación familiar en soledad, en la dolorosa certeza de que se merece los castigos, que su lugar en el mundo es el de la exclusión, el del desamparo, el del sometimiento. Ambos gestan, en cada interacción en la puesta en escena, en los roces de sus cuerpos y el ardor de su intimidad, en las conversaciones tensas o en las nocturnas videollamadas, una conexión que no necesita ser formulada, que está allí para palpar su verdad, para sentir su dimensión física.

Lenny Abrahamson (La habitación) dirige los primeros seis episodios, los del descubrimiento, el entorno provinciano y la llegada a Dublín, los de la ternura adolescente, la crueldad familiar y el desarraigo espiritual. Abrahamson recorta los planos con precisión quirúrgica, nos revela los besos desde los labios y la saliva, nos muestra el sexo en su maravillada incomodidad, los cuartos juveniles como mundos inmensos, las fiestas escolares como disputas de clase. Su cámara registra la perspectiva de los personajes, en una diáfana aproximación al estilo de Rooney, ingenioso y descarnado. Es una historia de contradicciones, de permanente tensión entre la propia convicción y la mirada de los otros, entre la rareza y la normalidad, entre la conquista de la libertad y la necesidad de aceptación. Los episodios dirigidos por Hettie Macdonald (Howards End) se introducen en conflictos más erráticos, con una densidad que se traduce en planos más duros, en situaciones de creciente tensión e irritación subterránea. Como en su registro visual del mundo de E. M. Forster, Macdonald da genuina expresión a las desigualdades, al intento de los personajes de hacer del amor y la amistad un intercambio equitativo, igualitario, capaz de enriquecer sus vidas y hacerlas un poco mejores.

PAUL MESCAL Y  DAISY EDGAR- JONES

CONVERSACIONES CON SALLY

El capitalismo es para las jóvenes mujeres de Rooney lo que el catolicismo fue para los varones de Joyce, una fe nacional putrefacta con la que lidiar, aunque la forma exacta de resistir el capitalismo, cuando ha penetrado tan profundamente en la condición humana, sigue siendo una pregunta abierta”, escribía Alexandra Schwartz en The New Yorker, a propósito de la publicación de Conversaciones con amigos, el debut literario de Sally Rooney. Esa ácida e ingente lectura del presente social que elaboran sus personajes fue uno de los aspectos más llamativos de su fulgurante aparición en la escena literaria en 2017. Conversaciones con amigos de inmediato se convirtió en una sensación y la publicación de Gente normal, apenas un año después, vino a confirmar el talento de esta joven irlandesa nacida en 1991, con una maestría en literatura norteamericana, editora literaria y campeona de oratoria, que dejó su trabajo en un restaurant para dedicarse a la escritura.

Luego de ganar el premio de “Escritora del Año” entregado por el Sunday Times en 2017, el éxito de Gente normal no hizo más que acrecentar esa popularidad que venía sacando a la escritora de los selectos círculos dublineses. Una presentación en una librería de Brooklyn se convirtió en un desfile interminable de sus admiradores, que se multiplicaron luego de la edición de Gente normal en Estados Unidos, a mediados del año pasado. Recomendada por celebridades como Lena Dunham, Sarah Jessica Parker o Zadie Smith, Rooney recogió buenas ventas y excelentes críticas, una declaración presurosa que la convertía en la voz literaria de la generación millennial, con un estilo que aunaba la exploración de los amores en clave social heredera de Jane Austen y la agudeza modernista de James Joyce. Demasiada presión, demasiadas expectativas. A sus 29 años, Rooney escribe sobre un mundo cercano, sus personajes transitan sus mismos dilemas e intereses; como Marianne y Connell, ella estudió en el Trinity College de Dublín; como Frances, su narradora de Conversaciones con amigos, es escritora y asidua del mundillo literario; como todos, batalla con los desafíos de su clase y su generación.

“Nací en el mismo año en que una tienda de Virgin fue allanada por vender preservativos sin la presencia de un farmacéutico en Irlanda. Dos años antes de la despenalización de la homosexualidad. Cuatro años antes de la legalización del divorcio”, relata en una entrevista con The Guardian. Su personalidad introvertida, sus reparos ante la fama, la cautelosa asunción de su perfil público la llevan a distanciarse de esa exigencia de representar la voz de sus congéneres, de ser la recomendación de los famosos, la portada de Instagram. “Me interesa escribir sobre personajes que tienen cambios importantes en sus vidas, no muy diferentes de los que yo he experimentado”, contaba a la revista Vanity Fair a propósito del anuncio de la adaptación televisiva de Gente normal. Esa madurez en la descripción de las voces interiores de sus personajes, la naturalidad para abordar al sexo más allá de la idealización o el cinismo, la combinatoria entre un franco discurso político y la conciencia de las limitaciones de cualquier entorno, todo en el marco de historias de amor y amistad, aprendizajes juveniles y crónicas universitarias, hicieron de su aparición una estridente epifanía. No solo los premios y las celebraciones sino ese impulso a la lectura febril que instala su estilo, esa sensación de no poder salir de esos mundos, de querer quedarse allí para siempre.

Rooney terminó de escribir sus dos primeras novelas casi en simultáneo. Cuando consiguió la beca en el Trinity, como les ocurre a Marianne y a Connell –aunque ese triunfo implica cosas distintas para ambos en relación a su condición de clase, para la primera una validación personal, para el segundo un respaldo económico- y tuvo asegurado el alojamiento y una comida diaria, pudo empezar a pensar seriamente en la literatura. “Mis padres me habían apoyado económicamente pero no creo que hubiera sido realista para ellos seguir haciéndolo si decidía estudiar una maestría. Ganar la beca me dio una sensación de seguridad y me permitió mantener mi lugar en el Trinity por un período de tiempo más largo”, relata a The Guardian. Mientras seguía sus estudios perfiló el borrador de Conversaciones con amigos en apenas tres meses y casi al mismo tiempo comenzó a escribir pequeñas viñetas de la vida de Connell y Marianne, que terminaron debutando en la ficción en el relato breve At The Clinic, publicado en una revista literaria. “Siempre pensé que Conversaciones era mi novela de prueba, así que me di el permiso para escribir sobre el mismo mundo en mi segunda novela”.

SALLY ROONEY

Conversaciones con amigos cuenta la compleja y contradictoria relación entre cuatro personajes: Frances es la narradora, una joven de 21 años que estudia literatura y forma junto a Bobbi un dúo escénico dedicado a la lectura de monólogos y poesías. En la secundaria Frances y Bobbi fueron pareja, ahora son amigas. Bobbi es locuaz, enérgica, tiene un agudo sentido del humor y sale airosa de todas las discusiones. Frances es más reflexiva, es una observadora sagaz cuyas inseguridades impulsan su creatividad. En el inicio de la novela conocen al matrimonio integrado por Melissa y Nick; ella es escritora, fotógrafa, integrante de la bohemia literaria dublinesa, él es actor, tímido y atractivo. La novela es de una intensidad inusual, signada por debates sobre teoría cultural, estados políticos y feminismo; la escritura de Rooney es precisa en el recorrido por el interior de su narradora, el anhelo de control sobre un entorno que se le disgrega, la experiencia del placer sexual, las dolorosas relaciones con su padre. Las desigualdades económicas aparecen como elemento decisivo en los vínculos sociales y las dependencias afectivas, y Rooney ensaya ese original “socialismo de los sentimientos” en el que los encuentros amorosos pueden ser emancipadores.

Pese a los dichos de la propia Rooney, Gente normal no es una variación de Conversaciones sino su complemento. Ahora Rooney sale del interior de un personaje para observar la dinámica desde afuera. La estructura de Gente normal recorre el final de la secundaria y el comienzo de la vida universitaria de Connell y Marianne en momentos claves, signados por los mutuos encuentros, que también reconstruyen ese tiempo escatimado a partir de sus huellas en el presente. Rooney vuelve a utilizar el motivo de la conversación como nexo entre ambos. En Conversaciones eran las charlas de madrugada entre Frances y Bobbi, los intercambios de extensos mails entre Frances y Nick, plagados de coqueteo y hostilidad, las filosas cartas de Melissa, las llamadas interrumpidas entre Frances y su padre alcohólico. En Gente normal los encuentros comienzan fuera del colegio, en esas escapadas a la habitación de Connell para explorar el sexo y el deseo, pero también la íntima conexión que los une. Luego se extiende en los mails que se escriben con paciencia y dedicación cuando están de viaje, cuando Marianne se recluye en su casa familiar luego de un viaje a Suecia, cuando Connell atraviesa una depresión.

“Él y Marianne solo pueden hablar por correo electrónico, utilizando esas mismas tecnologías de comunicación que sabemos que están bajo vigilancia. Por ello en ocasiones parece que la relación ha sido capturada en una compleja red de poder estatal, que resulta una forma de poder en sí misma, conteniéndolos a ambos, y conteniendo los sentimientos del uno por el otro “. Pero junto a esas prolongadas conversaciones que unen a sus personajes, Rooney enlaza otros vínculos. Para Frances el enigma de la creencia se combina con sus propias búsquedas profesionales, la lectura de la Biblia con sus dolencias físicas como extraño signo de renacimiento, los silencios de su padre con la construcción de su independencia económica. Para Marianne la dolorosa frialdad de su madre, la impostura de esa bohemia universitaria que parece celebrarla y luego convertirla en blanco de sus chismes, las relaciones con amantes crueles y vanidosos forman parte de ese abanico que la revela en toda su intimidad; al igual que Frances, en su cuerpo y su palabra. “Esta noche me he desmayado en una iglesia –le escribe Frances a Bobbi-, lo habrías encontrado de lo más gracioso. Siento haberte ofendido con mi relato. Creo que la razón por la que te dolió es porque podía sincerarme con alguien aún cuando no había sido sincera con vos”.

El ágil estilo de Rooney adquiere su mayor expresividad cuando se trata de sexo y placer, a los que conecta con un lenguaje abrasivo, sin rodeos ni pudores innecesarios. “Tenía la cara ardiendo y me descubrí haciendo mucho ruido, aunque no pronunciaba palabras, solo sílabas. Cerré los ojos. Por dentro, mi cuerpo era como aceite hirviendo. Estaba poseída por una energía intensa y abrumadora que parecía amenazarme”. Así relata Frances su primer encuentro sexual con Nick. Para Connell y Marianne la frase “no es lo mismo con otra persona” se vuelve recurrente, pero nunca se despoja de su verdadero significado, que implica tanto esa conexión única que comparten como las vicisitudes que han definido su relación a través del tiempo. “Gran parte de nuestro vocabulario sexual tiene el potencial de ser degradante”, continúa Rooney en la entrevista con The Guardian. “Hay un lenguaje arcaico del placer que hoy suena anacrónico, falso, y está el lenguaje de la pornografía que tampoco es verdadero. Yo intento ser verdadera. Lo que me interesa en gran medida es la intimidad, la incomodidad, la pérdida de uno mismo, de ser penetrado literal y psicológicamente”.

TWITTER AVANZA

Sally Rooney está en pleno proceso de escritura de una nueva novela. Pero su mundo ha cambiado desde el éxito casi simultáneo de Conversaciones con amigos y Gente normal. La fama incipiente, la atención de la prensa, las filas de fans que siguen las vidas de sus personajes con devoción alteraron el panorama. Hace un tiempo escribió un encendido ensayo sobre la despenalización del aborto en Irlanda en London Review of Books, se enredó en debates virtuales que recordaban sus años adolescentes de oradora pública, abandonó Twitter luego de varios intercambios intensos –“a veces a los novelistas se les da demasiada prominencia política”-, dejó de leer las reseñas de sus libros, se concentra en la escritura y en el tiempo que le espera. “Hasta hoy los libros que he escrito tratan de gente como yo. Personas cuyas vidas son similares a la mía. Ahora mi vida es diferente, no sé hasta qué punto puedo seguir haciendo lo mismo o cuánto de mi mundo social puedo integrar a mi escritura”.

 

El trabajo de adaptación de su novela le dio la oportunidad de ensayar otra forma de trabajo, más colaborativa, capaz de transmitir en imágenes esa verdad buscada en la escritura. El reconocimiento crítico de Normal People, que se estrenó en Gran Bretaña a través de BBC y en Estados Unidos en la plataforma Hulu, le abrió las puertas a la adaptación televisiva de Conversaciones con amigos, que todavía está en preproducción sin detalles sobre el equipo creativo. La repentina popularidad de la compleja historia de amor entre Connell y Marianne también se trasladó a los actores; las ondas del pelo de Daisy Edgard-Jones se convirtieron en un estilo a copiar por las adolescentes y la cadenita de plata que lleva Paul Mescal en el nuevo fetiche de la imaginería romántica de los centennials. De alguna manera, la curiosa identificación que despiertan los personajes se cristaliza en sus reiterados fracasos al asumir una pretendida “normalidad”. En uno de los pasajes finales de la novela, Rooney reflexiona sobre los intentos de Connell de ser aceptado: “Nada le había importado más a Rob que la aprobación de los demás. Habría traicionado cualquier confianza por la promesa de la aceptación social. Connell no era quién para juzgarlo. Él también había sido así, o peor. Solo quería ser normal, esconder las partes de sí mismo que le resultaban vergonzosas o confusas. Había sido Marianne quien le había enseñado que otra vida era posible”. El encuentro entre Connell y Marianne abre para ellos ese otro mundo, nunca exento de temores y crueldad, de traiciones y arrepentimientos. Pero es un mundo humano que puede ser cálido y amoroso, igualitario de alguna manera, resistente de muchas otras.