Después de que termine la pandemia del coronavirus, la sociedad mundial habrá tenido un aprendizaje. Su contenido dependerá de la apertura que cada sociedad tenga para evaluar los daños y lo que hay que modificar a futuro. ¿Y el psicoanálisis? ¿Cuál será el aprendizaje que dejará esta especie de trauma colectivo? ¿Se modificará la práctica del análisis? ¿Cuáles serán las consecuencias subjetivas? ¿Cómo se podrán recomponer los lazos sociales? De estos temas habla el doctor en Psicología Pablo Muñoz, también Magister en Psicoanálisis, profesor de las materias Psicoanálisis Escuela Francesa y Psicología Fenomenológica Existencial de la Facultad de Psicología de la UBA, donde además ejerce el cargo de secretario de Extensión, Cultura y Bienestar Universitario. Muñoz también es uno de los autores de El deseo en cuarentena, el psicoanálisis después de la pandemia: el director de la editorial Letra Viva, Leandro Salgado, pensó un aporte a la reflexión sobre la pandemia y sus consecuencias y convocó a destacados psicoanalistas para este eBook, que es de difusión gratuita y se puede leer desde cualquier PC o tablet y en el que Muñoz escribió el capítulo “Ciberanálisis”.
--¿Cómo imagina el psicoanálisis pospandemia?
--Ahí no habría que responder universalmente sino particularizar. Hay dos grupos. Hay un grupo de psicoanalistas que está formado en una orientación que pone fuertemente el acento en el encuadre; es decir, en mantener ciertos elementos que componen la situación analítica rígidos, firmes y de manera generalizada para todos los pacientes. Por otro lado, estamos los que seguimos la orientación de Lacan. En parte de su obra, Lacan se dedicó a objetar, a poner en cuestión la rigidez de ese encuadre y liberó el marco analítico de modo que pueda ajustarse a cada paciente, a cada situación. Entonces, esos grupos van a tener respuestas distintas, como las están teniendo actualmente ante la situación. A futuro, los analistas de orientación lacaniana no sé si estamos pensando en grandes diferencias porque justamente nos hemos formado en la modificación del encuadre. Y por eso no hemos tenido ninguna dificultad en pasar a la teleterapia o el ciberanálisis. Mientras que aquellos que se han mantenido firmes en la doctrina teórica del encuadre fijo y muy regulado están encontrando dificultades hoy en día para atender. Creo que se van a encontrar con dificultades en el futuro porque hasta que el tema del coronavirus se resuelva, haya vacuna y cure pueden pasar un par de años y no es pensable salas de espera llenas de gente. Hay medidas de distanciamiento y de higiene que se van a tener que tomar. Hoy mismo podríamos empezar a pensar en atender pacientes en el consultorio con medidas de higiene, de distanciamiento, con un protocolo firme que podríamos cumplir. Y me parece que eso, desde la perspectiva del marco y del encuadre va a cambiar. Hay cosas que se empieza a ver que van a cambiar.
--¿Qué lugar le queda al cuerpo si de aquí en más se utiliza masivamente el ciberanálisis?
--Esa es un debate interesante: ¿cuál es el cuerpo del que se ocupa el psicoanálisis?, podríamos decir. Hay una imagen social muy instalada del paciente recostado en el diván y el analista sentado en el sillón detrás del diván. Si bien eso es cierto y funciona de ese modo, también es cierto que cuando Lacan justifica el uso del diván lo hace de una manera distinta a como lo hace Freud. Freud lo plantea en términos de una cuestión personal: le incomoda que esté siendo objeto de observación de los pacientes durante siete, ocho, diez horas por día. Entonces, elige eso porque le resulta más sencillo y más cómodo. Pero Lacan, cuando plantea el uso del diván lo justifica como un lugar desde donde se habla de un modo distinto. Tiene que ver con un modo del decir en el análisis. Es el modo de decir que adopta el analizante, que es un modo de decir distinto al del analista. Entonces, uno se puede preguntar, como hizo Freud en algún momento, si es posible un análisis que no sea de cuerpo presente. Y si bien esa imagen social arraigada tiende a decirnos: "No es posible el análisis si no hay cuerpos que se encuentren”, también es cierto que la voz del teléfono es una manera de presentarse, de presentificar el cuerpo. Y lo he verificado en estos días: a veces, una intervención por un llamado telefónico a un paciente le resuena en el cuerpo, lo toca, se siente tocado.
--¿Se puede decir que la pandemia modificó sólo un punto del carácter trifásico que usted menciona en el libro: la práctica y no tanto el discurso y muchos menos el modelo teórico?
--Sí, exacto. La modalidad de la práctica, el encuentro en el consultorio, el ritual de la llegada y la despedida en el consultorio, eso es lo que se está viendo modificado. Incluso, me llama la atención en pacientes que viven muy lejos. Como una paciente que tiene dos horas de viaje de ida y dos de vuelta para venir a mi consultorio, el otro día me dijo: "Mirá, yo creo que después de esto, vamos a seguir así. Alguna vez iré, pero...". Le está funcionando, ¿por qué no? Y cuando sea necesario puede venir presencialmente. Quizás en el futuro, después de esta pandemia, al psicoanálisis haya que pensarlo de este modo, donde las visitas al consultorio sean eventuales, justificadas, cuando sea necesario.
--¿Qué es lo que lo virtual no va a lograr sustituir a pesar de que muchos sujetos recurran a la práctica psicoanalítica a distancia en un futuro?
--Hay algo del encuentro de los cuerpos que esto no logra sustituir y que tiene que ver con algunas contingencias que suceden cuando, de pronto, un paciente que durante años te dio la mano, un día te da un beso. Y se queda sorprendido. Algo que ponga en contacto los cuerpos. O algo que ponen las miradas de un modo que estos recursos no lo permiten. Aun cuando uno esté haciendo una videollamada, la conexión con la mirada no es la conexión con la mirada. Uno está viendo una pantalla. ¿Qué está viendo el otro cuando está viendo mi imagen? ¿Qué parte de mi imagen está mirando? No lo sé. Y viceversa. Situaciones que, a veces, son muy llamativas y muy ricas clínicamente, como que después de una sesión en la que no pasó prácticamente nada, el analizante dice algo sumamente significativo en el ascensor cuando estamos bajando y que puede ser una oportunidad para una interpretación cuando uno lo está despidiendo en la puerta del edificio. Esas son situaciones que esto no reemplaza. Pero tal vez estos recursos permiten otras situaciones. A veces, un lapsus de internet, que señala una especie de corte en la señal, produce un efecto de significación en sí mismo y uno interviene sobre eso, y que en el encuentro presencial no sucedería. Es imposible.
--¿Se puede decir que toda la coyuntura en torno a la pandemia produjo una caída del deseo?
--Hay una deflación del deseo. Podríamos proponer una especie, no psicopatológicamente hablando sino descriptivamente hablando, de una depresión generalizada. Hay mucha gente que se ve coartada en su futuro, en sus proyecciones. Es una interrupción brusca de las imágenes en las que se proyectaba a futuro. Y la incertidumbre que sigue reinando, por más que haya acuerdo en que la mejor manera de protegernos es quedarnos encerrados. Es la incertidumbre económica, la incertidumbre de la salud propia y de nosotros. Todo eso está marcando una caída fuerte del deseo, en términos generales, no sólo el deseo sexual sino el deseo como orientación para la acción. Hay una especie de expectativa angustiada: "Estoy esperando medio angustiado, medio tratando de calmarme a ver qué pasa cuando pueda volver a retomar proyectos, actividades, lazos".
--¿Cómo se pueden pensar a futuro el afuera y el adentro para un sujeto a partir de esta pandemia?
--El afuera y el adentro son variables también. Hoy, para mucha gente, el adentro (de su casa), el no poder salir y mantenerse seguro en su casa es una sensación de resguardo. Vive una sensación de protección al estar en su casa y se vulnera cuando tiene que salir a hacer las actividades imprescindibles que tiene que hacer. Pero para otros no funciona así. Para otros, el adentro es riesgoso, inseguro, quizá con situaciones familiares de violencia o de maltrato, que no es un interior que acepte y que contenga. Entonces, el adentro y el afuera hoy tienen esas coordenadas subjetivas que hay que evaluar para cada quien. Probablemente, en el futuro la virtualidad se instale de una manera mucho más fuerte. Hoy en día, el teletrabajo está funcionando, así como las terapias funcionan a la distancia en muchos casos. Es probable que haya una reconfiguración del adentro y del afuera y que en el futuro no estemos tan habituados a pasar todo el día fuera de nuestras casas. Que nuestras casas se empiecen a convertir un poco más en el lugar donde haremos un montón de cosas: terapia, trabajo, además de hacer las cosas que hacemos en casa.
--Siempre se dice que el psicoanálisis sobrevivió a dos guerras mundiales y varios conflictos del mundo. ¿Qué cree que se perdió y que aprendizaje le permitirá a quienes trabajan en la práctica analítica?
--Lo que extraigo como saldo de saber momentáneamente es que el padecimiento subjetivo encuentra siempre la manera de expresarse. Hoy, mucho padecimiento subjetivo está revestido de los temas de la actualidad, del momento, que es la pandemia, el encierro, el temor a encontrase con otro en la calle, el temor a la enfermedad, la incertidumbre económica. Para decirlo de manera más precisa, el síntoma se reviste del tema del momento, del tema de la actualidad, pero en el fondo siempre se trata de lo mismo: se termina expresando ahí qué es lo que no funciona, qué es lo que pone la piedra en el zapato que detiene el andar. Y, en ese sentido, el psicoanálisis como práctica encuentra los modos de tratar ese malestar. Eso es algo que se está viendo y es un aprendizaje interesante justamente para aquellos que, desde una perspectiva teórica distinta y contraria al psicoanálisis, intentan refutarlo o debatirlo. Y, en este momento, aprovechan en poner énfasis en que se deberían tratar las personas en una psicoterapia más breve y focalizada en el padecimiento actual. Es algo que perfectamente los psicoanalistas estamos en condiciones de hacer porque estamos haciendo. De un día para el otro muchos temas que se venían tratando en el análisis se terminaron y pasamos a hablar con los pacientes de esto, de lo nuevo que esto trajo, nuevos conflictos que aparecieron en sus familias, en sus parejas al convivir todo el día y trabajar todo el día juntos. Y estamos focalizados en esto. Me parece que esto muestra que no es cierto que el psicoanálisis no puede trabajar el aquí y ahora. Lo estamos trabajando. Esa imagen de que el psicoanalista solamente te pregunta por cosas que te pasaron cuando eras chiquito es una imagen un poco engañosa.
--¿Cuáles son las consecuencias subjetivas que deja la propagación del virus?
--La propagación del virus como consecuencia subjetiva nos presenta una especie de temor generalizado al afuera y al lazo con el otro. Se ha vuelto una situación frecuente la incomodidad de toparse de frente con alguien en la calle. O que en la fila del supermercado alguien se te acerque más de lo debido. Se empieza a dar la incomodidad y los cuerpos. Alguien da unos pasitos y se ve cómo se aleja de aquel que se acercó demasiado. Los lazos sociales se van a ver afectados, en principio, de una manera notable. Probablemente, con el paso del tiempo, podamos seguir reconstruyendo los lazos y los vínculos; sobre todo para los argentinos: el abrazo, el beso, cosa que no es nada frecuente en otros lugares del mundo. Es algo muy nuestro, muy de los vínculos no solamente familiares sino laborales. A veces, con desconocidos a los dos minutos ya estamos a los besos y los abrazos. En ese sentido, yo creo que hay una conmoción fuerte. Y hay una sensación de aislamiento y soledad que no tiene que ver sólo con el encierro sino con una sensación de aislamiento que llegó para quedarse. De aquí adelante: "Ojo, vamos a tener que quedar distantes, se acabaron los besos, se acabaron los abrazos, el saludo con el codito en el mejor de los casos, si no a la distancia". Y me parece que eso produce un efecto de soledad bastante difundido que va a conmover los vínculos sociales a futuro.
--¿O sea que para usted, tras la pandemia vendrá un momento de temor y de desconfianza entre las personas?
--Hay algo estructural que quizás aquí se ponga de relieve, con mucha más claridad, que es que el otro, el semejante, desde la perspectiva del psicoanálisis, siempre es maligno. En lo que Lacan llamó "el vínculo imaginario", el otro, el semejante siempre genera una situación de rivalidad, de tensión, de agresividad. Eso es estructural en la medida en que para Lacan el yo se constituye a partir de la identificación con la imagen del semejante. Desde esa perspectiva, que es estructural, creo que eso hoy está mucho más acentuado. El otro hoy es maligno porque podría encarnar el virus, me lo podría estar trayendo. Ahí hay un efecto de rechazo al lazo, al vínculo y al encuentro con el otro, que es muy notable. Es algo que realmente se veía en patologías de fobia social muy específicas. Hoy es algo que se escucha de una manera muy difundida.
--¿La pandemia dejará una marca de trauma colectivo?
--Podríamos decir que estamos atravesando un trauma generalizado. Estamos todos traumatizados por una situación ante la que nos vemos obligados a responder. Pero después, ahí está la particularidad de la respuesta de cada quien. Es como si llegara un tsunami y el tsunami se retirase. Eso dura poco tiempo, lo que dura un tsunami. Después, abrimos los ojos, vemos con qué nos encontramos y cada uno responde con lo que tiene, con lo que puede. Se empiezan a ver las respuestas particulares, que hacen a la individualidad, a cada uno y a sus vínculos, sus posibilidades, sus recursos. Entonces, creo estamos en una situación de tsunami en cámara lenta. Es una situación traumática generalizada pero después las respuestas serán particulares. Y ahí es donde vemos quiénes logran tramitarlo subjetivamente, quiénes tienen más recursos, quiénes no los encuentran. Ahí es donde vemos las diferencias entre cada uno.