El cine suele contar historias en las que la víctima (en cualquiera de sus formas) recorre un camino para superar el trauma y logra sobreponerse, o cae en los abismos de la locura, la adicción o la muerte. En otras el victimario (sea cual fuere la modalidad) transita hacia su redención o paga su transgresión de las más variadas maneras. Pero en la película argentina El cazador el tránsito va de uno a otro, de víctima a victimario, en una historia sobre el despertar (homo)sexual de un adolescente de clase media acomodada involucrado en una red de pornografía infantil.
“Cuando leí el guión, que fue el día en que me enteré que iba a hacer el personaje de Ezequiel, me pregunté cómo encarar semejante desafío, por el vaivén de emociones por las que pasa el personaje”, le confiesa Juan Pablo Cestaro al NO acerca de su debut cinematográfico en esta película de Marco Berger, que ya está en la plataforma Cine.ar.
Cestaro tiene 22 años y su personaje 15. “Es mucha diferencia”, se ataja, y explica que para interpretarlo se fijó en cómo son sus conocidxs de esa edad. “Son más cerrados: no hablan mucho, no te miran, están todo el día con el celular. Si les preguntás algo te contestan, charlás y todo bien”, describe. Y afirma: “Me centré en interpretarlo como si tuviese 15 años. Quise encarar el personaje de la forma más real posible y evitar representar el estereotipo que yo pudiera tener”.
Con ese “estudio” logró armar un personaje fuertemente expresivo en su minimalismo. Sin ampulosidades, con gestos milimétricos y silencios estruendosos, Cestaro construye la personalidad de un pibe en el que la aparición del deseo y la exploración homosexual –concientemente oculta por el sometimiento al régimen heteronormativo y la búsqueda de cierta apariencia de “normalidad” en su vida– se dan al mismo tiempo en que se ve sumergido en los abismos de la pornografía gay adolescente en la deep web por el mensaje de WhatsApp de un desconocido.
Construcción y deconstrucción de Ezequiel
“El cazador genera cierta incomodidad, porque no sabés qué va a pasar. Te encierra de a poco. ¡Pobre pibe! Tiene que pasar por todas esas... ¡juntas!”, remarca el protagonista. Es que la película, el séptimo largometraje del director Marco Berger, construye distintos climas para desarrollar la historia, entre la luminosidad y la oscuridad de los ambientes en los que transcurre, algunos barrios de Buenos Aires como escenografía y una toma de sonido ambiente que da cierta intimidad entre personajes y espectadorxs.
Y a pesar de la complejidad del tema, y la actitud de algunos personajes, el film no se plantea como una reflexión moral sino que ilumina situaciones gede sin proponerse resolverlas, para mostrar que están allí. Cada unx hace lo que puede, con lo que es y lo que tiene. Pero, ¿es posible ponerse en la piel de un personaje tan ambivalente sin juzgarlo? “Me lo planteé desde un costado actoral: el personaje, lo que le sucede y cómo va atravesando cada situación”, responde Cestaro. “No juzgué a los personajes ni si está bien o mal lo que hacen”, se planta.
Juan Pablo reconoce que al terminar el rodaje se sintió “un poco triste” porque se preguntaba qué le pasaría a Ezequiel. “Al haberle puesto tanto, uno queda un vacío. Me llevó una semana, hasta que volví a la facultad, a estudiar y la vida siguió. Pero fue interesante ese proceso de sentirme vacío por haber dejado absolutamente todo en ese rodaje”, asegura.
El cazador llegó a estrenarse este año en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, que se hizo entre fines de enero y principios de febrero, antes de que el planeta se desquiciara por la pandemia de covid-19. En Argentina no llegó a la pantalla grande: fue directo al mundo online.
Cestaro recuerda que tras la exhibición en el festival mucha gente opinaba sobre el final. ”Durante el rodaje me iba imaginando distintos finales, y el día de la grabación de la escena final jugué al que más me servía dramáticamente. Quiero creer que va a estar todo bien... ¡Me encariñé con el personaje!”, justifica.