El poema es como ladrarle a una sombra; sin misterio, sin ambigüedad, no habría poesía. “No es la musa cantora ni el pájaro chillón,/ ni el muñeco parlante ni la dama que dicta./ Es una Sordomuda,/ que te muestra la lengua por sólo una moneda./ La lengua está vacía./ La moneda tiene que ser de oro”. Los versos de “Pordiosera”, incluidos en Tráfico/Estiba, editada por Hemisferio Derecho, tienen la impronta inconfundible de Jorge Boccanera. El libro reúne los once poemarios publicados entre 1974 y 2016: Los espantapájaros suicidas, Noticias de una mujer cualquiera, Contraseña, Música de fagot y piernas de Victoria, Poemas del tamaño de una naranja, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso, Palma Real y Monólogo del necio. El volumen se completa con un apartado titulado “La poesía es un mal necesario”, con poemas que fueron musicalizados por Alejandro del Prado, Litto Nebbia y Raúl Carnota, entre otros.
Boccanera (Puerto de Ingeniero White, Bahía Blanca, 1952) recibió en febrero el premio de Poesía José Lezama Lima, otorgado por la Casa de las Américas (Cuba). Cuando publicó su primer libro, Los espantapájaros suicidas (1974), era “un tipo inquieto interesado en muchas cosas”, que después del golpe militar se exiliaría en México. “La época tenía una energía particular. Por esos años hice revistas, un taller literario, una cooperativa editorial, exposiciones de poesía visual con el diseñador Jorge Sposari, las primeras canciones con Alejandro del Prado, el grupo “El Ladrillo”, con Vicente Muleiro, María del Carmen Colombo y otros poetas. Todo eso más la cuestión política y gremial. Siento que aquel joven me sigue marcando el camino”, confiesa el poeta en la entrevista con Página/12.
--“Para entreabrir la boca/ hay que cerrar los ojos”, dice la voz poética en uno de los versos de ese primer libro. ¿Cómo es la relación voz y mirada en tu poesía?
--Se complementan. La voz es plural, porque está hecha de muchas voces escuchadas y leídas. Por otro lado el “decir” está ligado al “ser”, lo que uno afirma va dibujando quién es. Eso va del balbucir de San Juan de la Cruz al farfullar de César Vallejo, y por supuesto a los silencios del decir. Sobre la mirada, suscribo la idea del poeta cubano Eliseo Diego respecto a una calidad de atención del poeta; un modo de observar, vislumbrar, que lo singulariza.
--“Contraseña”, de 1976, es tu libro donde los protagonistas son los negros. ¿Qué ecos y resonancias encontrás a la luz de las protestas y manifestaciones en Estados Unidos por el asesinato de George Floyd?
--Muchas resonancias, desde ya. En un pasaje del poema “Blues”, de Contraseña, los manifestantes toman las calles de varias ciudades. El poema denuncia que el negro en Estados Unidos pasó de la esclavitud a ser considerado tres quintos de hombre. De adolescente me interesó el tema del movimiento negro, por esos años apareció el partido Pantera Negra contra la brutalidad policial; yo leía a escritores que eran activistas negros; James Baldwin, Eldridge Cleaver. El asesinato de George Floyd se enmarca en el odio del supremacismo blanco que colgaba negros ya a fines del siglo XIX.
--¿Qué consecuencias tiene que, como afirmás en un verso, “los poetas no figuran en los planes de nadie?
--Eso está entre mis primeros textos y alude a la marginalidad social a la que se relega al poeta o a la idea de que el poeta es un tipo que escribe mensajes encriptados o empalagosos versos de amor. Más tarde entendí que la poesía no se autoproscribe, sino que en un mundo donde se fabrican individuos en serie, la gente se aleja de su propia espiritualidad; no sabe quién es, el mundo del consumo piensa por ellos. Hoy, con la situación que estamos atravesando, me llama la atención una promoción inusual de la poesía; como si descubriésemos a los animales porque la pandemia les devolvió sus lugares y ahuyentó a los depredadores.
--“Hay que incendiar a la poesía/ y cantar luego/ con las cenizas útiles”. ¿Por qué la poesía, desde la perspectiva de estos versos, es como el ave fénix?
--Porque no es una moda, digo, entre otras cosas; y porque Rimbaud es cada vez más joven, y porque verdad y belleza concurren juntas en el hecho poético. Además, porque es vaticinio. Si no, releamos “Poeta en Nueva York” donde García Lorca escribe: “Asesinado por el cielo… con el árbol de muñones que no canta”, y va tejiendo una atmósfera de desesperación y extravío; cadáveres, gusanos, féretros, alaridos. Para el crítico español Agustí Bartra, Lorca se anticipa quince años a Hiroshima. Yo coincido y agrego que se adelantó casi un siglo a esta pandemia.
--¿Recordás cómo surgió la Sordomuda que aparece en varios poemas del libro homónimo?
--Recuerdo poco el origen de mis poemas, pero en este caso se me quedó grabado un sueño que tuve en un viaje en 1989 a la isla de Chiloé, sur de Chile. Me soñé en un bar; en el mostrador había una niña sentada que de pronto abrió la boca y desenrolló una lengua larga, de tela blanca. Yo miraba hipnotizado esa lengua como si fuese un telón de cine donde pasaban paisajes de colores. Esa mañana, cuando me levanté, empecé a borronear el libro Sordomuda; a delinear ese personaje que acompaña el proceso de escritura con espacios de incertidumbre y misterio.
--¿Cómo estás viviendo este momento del mundo con la pandemia de coronavirus?
--Con zozobra, constatando día con día cómo el neoliberalismo a nivel internacional echó por la borda, entre otras cosas, la salud pública y dejó sociedades desarticuladas, vulnerables. Me llama la atención lo irracional de una derecha que se alarma y se arma cuando escucha la palabra solidaridad y reacciona ante cualquier atisbo de trabajo conjunto, en equipo. Los que hablan de grietas son los mismos que siempre pusieron las alambradas y los muros.
--¿Cómo imaginás el mundo post pandemia? ¿Te parece que lo que está pasando va a cambiar la forma de escribir?
--Es difícil pronosticar el día después, pero de este cimbronazo no vamos a salir inmunes. Las crisis siempre las pagan los más humildes, aunque los Trump no se la están llevando de arriba. Las protestas exigen un cambio de paradigma; una transformación profunda por fuera de los manejos obscenos y guerreristas de un “Primer Mundo” que a la luz de la pandemia resultó ser cartón pintado; una comedia grotesca de banalidad y consumo dirigida por los grandes centros financieros. Respecto a la escritura, sólo aspiro a que la imaginación y la conciencia sigan yendo del brazo.