Desde París
Las izquierdas avanzan hacia el futuro en bicicleta, pedaleando sobre una sólida armazón de alianzas entre líneas que jamás se habían juntado con tanta convicción y que, ahora, con la segunda vuelta de las elecciones municipales en la próxima esquina (28 de junio), ha dado lugar a una de los más inéditos procesos de acuerdos entre ecologistas y listas de izquierda.
Esa configuración puede dividirse en dos: por un lado, una izquierda de ruptura, radical, con, como componentes, el partido de Jean-Luc Mélenchon, Francia Insumisa, y, el NPA, Nuevo Partido anticapitalista: del otro, lo que en Francia se llama “la izquierda burguesa”, es decir, socialdemócratas, socialistas y ecologistas. París, Lyon, Marsella, Estrasburgo, Montpellier, Toulouse o Burdeos, rosas, rojos y verdes han confluido para protagonizar lo que podría convertirse en el gran batacazo electoral de la post pandemia. Los nombres de las listas son por demás evocadores: “alternativa ecologista”, “unión de las fuerzas de izquierda”, “bloque social ecologista”. Hasta lo que era impensable figura ya como posibilidad real: que un ecologista respaldado por una alianza de izquierda, Pierre Hurmic, gane el bastión de la derecha provincial. Se trata de la aristocrática ciudad de Burdeos gobernada desde hace 75 años por la derecha y cuya cabeza política es el ex primer ministro liberal conservador Alain Juppé.
La pandemia covid-19 aceleró el proceso y acercó a quienes, desde las mismas ideas, no habían logrado pactar una alianza. La Secretaria nacional adjunta de Europa Ecología los verdes (EE-LV), Sandra Regol, no duda en emplear el termino “histórico” para calificar un momento donde, agrega, ”los electores deben decidir qué mundo quieren para mañana”. La sensación de que las victorias son posibles es tanto más fuerte cuanto que, ya en la primera vuelta de las elecciones municipales celebradas en marzo (la segunda fue pospuesta debido al confinamiento), muchas listas de ecologistas y de izquierda llegaron primero. La fusión de las izquierdas y los ecologistas y la fortaleza de sus propuestas obligó a la derecha y al partido del presidente Emmanuel Macron a aliarse para contener la ola arcoíris.
Más allá de esta coyuntura electoral se originó en Francia una suerte de diálogo generalizado entre todo lo que existe a la izquierda. Durante el confinamiento, los líderes políticos que antes no se hablaban empezaron a entender que allí había una brecha. Zoom o Whats App sirvieron de soporte de comunicación para pensar y actuar en un mundo post coronavirus. Eric Piolle, el Intendente ecologista de Grenoble, dice: «las mentes están más libres. El confinamiento abrió una brecha en los viejos hábitos. Hemos aprendido a hablar, a trabajar juntos”.
A medidos de mayo, el socialista François Lamy recibió en su móvil una llamada de Jean-Luc Mélenchon. Habían trabajado juntos hacia mucho tiempo, pero llevaban tres años sin hablarse. François Lamy es uno de los pilares del llamado común firmado por 50 personalidades ecologistas, socialistas y comunistas para llevar a cabo una “convención común”, renovar la acción política y construir una alternativa (14 de mayo). La historia política y las ambiciones personales han pesado mucho en esta dinámica. La izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon y el Nuevo Partido anticapitalista no se asocian a estas iniciativas y los demás, sobre todos los comunistas, no superaron el trauma del fracaso de 1977 con el “programa común de la izquierda”. Los otros sectores de esa “izquierda burguesa” se subieron rápidamente al tren. Saben, como los moribundos socialistas, que, en esta modernidad, sin una alianza con los ecologistas y otros partidos de la izquierda no hay salvación electoral posible. Unirse o morir en un rincón. La enemistad entre el movimiento de Mélenchon y las otras izquierdas más moderadas es, por ahora, insuperable. Francia Insumisa se desliza con su propia dinámica, considera que esas alianzas “no están en el centro de gravedad de la izquierda”, que su propia fórmula de “federación popular” está en pleno crecimiento y que no cree en esos grandes pactos, ni tampoco en una “izquierda new look” que agruparía a socialistas, ecologistas, comunistas, extremas izquierdas e izquierdas radicales. La aspiración común es, sin embargo, una realidad que se ha ampliado y acelerado a una velocidad vertiginosa. El confinamiento desconfinó las ideas y amplió horizontes.
El pasado 26 de mayo, 20 organizaciones presentaron un pacto de reconversión de la economía. Movimientos antiglobalización, asociaciones ecologistas, ONG del campo internacional, sindicatos y asociaciones de lucha contra la pobreza presentaron 34 medidas programa. Jamás antes se había constatado una convergencia tan amplia. Las izquierdas no se saltaron la cita. 11 movimientos, incluidos el PS, Francia Insumisa, los comunistas y los verdes asistieron a la presentación de un programa que empezaron a elaborar la CGT y los ecologistas en diciembre de 2019, en plena huelga contra la reforma de la jubilación. La presión se ejerció aquí desde las ONG y los sindicatos hacia los partidos políticos. Hubo, de hecho, dos inmensos terremotos sociales que, entre 2018 y 2019, sacudieron la maquina inmóvil de los partidos, incluso a la izquierda: el movimiento de los chalecos amarillos y las huelgas contra la reforma de la jubilación. En ambos casos, la calle restauró lo que se veía como demodé: la lucha de clases. El confinamiento vino a mostrar que “la clase” no era un concepto del Siglo XX sino una figura palpable. Las clases medias y altas estaban confinadas, las otras, las clases trabajadoras, en los puestos de trabajo de los escasos sectores de la economía que funcionaban. El célebre demógrafo Emmanuel Todd analiza este hecho como una oportunidad feliz porque, escribe, “salimos de lo exclusivamente social y de los valores sobre la identidad para reencontrar lo socio económico”.
Esa reintroducción de la clase en el debate político es otro de los senderos por donde se mete la izquierda en estos tiempos. Ese concepto cimiento del pensamiento marxista no requiere ya su explicación, ni tampoco es visto como propaganda: la sociedad lo vivió día a día durante los dos meses de encierro mientras descubría a esa clase trabajadora a la cual algún apresurado llamó “los invisibles”. Al final, casi todos los líderes y militantes de las izquierdas coinciden cuando dicen que “la enfermedad propagada por el coronavirus empezó a curar la política”. La pandemia también reubicó valores esenciales de la izquierda: la igualdad, la solidaridad, los servicios públicos, los salarios. Aún no existe la gran alianza que sintetice esas prioridades, ese partido revolucionario ecologista y socialista, pero está en marcha, gestándose, buscándose en un campo social donde las palabras prohibidas de antaño vuelven a circular cargadas con la fuerza de una alternativa verosímil .