Desde hace semanas que "los runners" son protagonistas de las demandas al Gobierno frente a la dificultad que implica (para ellos en especial, como sujetos activos) el confinamiento. Entre sus reclamos, aluden al incumplimiento de normas cívicas elementales. También los comerciantes, trabajadores informales y padres de niños buscan obtener permisos de apertura y flexibilización de la cuarentena. ¿Existe un reclamo más legítimo que otro? ¿Quién determina lo urgente? ¿Bajo qué condiciones los runners se convirtieron en los (nuevos) sujetos de derecho? El debate sobre la vulneración de libertades se instaló y llegó a los medios de comunicación donde los especialistas en medicina dieron sus recomendaciones, que oscilaban entre evitar la propagación del virus y la necesidad de mantener una vida activa, con salud física y mental.
En la anterior conferencia de prensa, el presidente Alberto Fernández ya había esbozado la posibilidad de conceder autorizaciones y considerar propuestas de las provincias conforme a posibilitar algún tipo de movilidad para la actividad física. Para quienes mantenerse quietos, recluidos y apartados de su grupo de pertenencia es un padecimiento, este fue un mensaje alentador. Más aún cuando correr en un departamento, completar maratones en balcones y seguir clases por streaming en contextos de aislamiento perdía el encanto. ¿Cómo se construye una persona cuando no tiene la oportunidad de ser parte de un colectivo? Para ellos, transitar los entrenamientos "puertas adentro" durante más de 80 días fue complejo, sus interacciones en las redes sociales perdieron fuerza, cayeron en la monotonía, y el modo de subjetivar el éxito y reafirmar su identidad (a través del movimiento, el desafío y la adversidad) empezó a diluirse.
Para estos corredores comprometidos con el rendimiento y la autosuperación, en cuarentena, sus vidas perdieron un poco el sentido. Aunque parezca incomprensible para algunos, ellos obtienen satisfacción en (el dolor placentero de) recorrer varios kilómetros. Así aumentan la confianza y la seguridad propia, se liberan de presiones y rutinas diarias, y despejan la cabeza. Al salir a correr encuentran un grupo del cual sentirse parte, incrementan su sociabilidad, afianzan vínculos y entablan amistades, además de incorporar hábitos saludables y trabajar por un cuidado de sí, por "un cuerpo mejor". El running team es para ellos un espacio de oportunidades, donde también circulan el capital social, el prestigio, el reconocimiento y la distinción, que –al igual que otros ámbitos– no escapan del espíritu del capitalismo y del modelo neoliberal actual.
Los anuncios del jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta días atrás retomaron los argumentos del discurso de la salud y la concesión del permiso de hacer actividad física se vivió como un regreso democrático. Los runners habían ganado el primer lobby. Los que se asumen comprometidos con la práctica y corren "en serio", prepararon sus zapatillas, cargaron sus relojes para controlar las distancias y salieron bien temprano, antes del amanecer del lunes. "Volvimos. Volvió la libertad. Volvió la alegría. Volvimos a ser felices". Expresiones de celebración y conquista de derechos emergieron en los grupos de WhatsApp y en las redes sociales de corredores porteños.
La vuelta no fue festejada sólo por los deportistas amateurs. Referentes de running teams y empresarios ligados a la organización de carreras y eventos deportivos venían trabajando en el diseño de protocolos y propuestas de estrategias que permitieran volver a correr en la Ciudad de Buenos Aires. Al igual que otros sectores de la economía argentina, para ellos también implica una pérdida económica: el running se organiza bajo las lógicas de mercado y antes de la pandemia funcionaban más de 200 grupos de entrenamiento organizados y se programaban alrededor de 80 competencias anuales en Buenos Aires.
"Horacio esto está mal", dijo Alberto Fernández a Rodríguez Larreta después de ver las imágenes de los parques desbordados el lunes por la noche. Ante la posibilidad de que se revisen las salidas y se tomen medidas preventivas por la falta de distanciamiento, algunos corredores se mostraron decididos: “Cuidemos lo que nos restituyeron: instantes de libertad para hacer lo que amamos". Para muchos de ellos la democracia se había puesto en jaque, la habían recuperado y ahora están dispuestos a defenderla. Quienes "corren en serio" advierten que quienes llenaron las plazas entre las 20 y las 22 no son los que se ejercitan con frecuencia. Se distancian de "los improvisados" y manifiestan responsabilidad cívica y conciencia ciudadana al hacerlo en espacios no conglomerados y en otros horarios.
Los memes colmaron las redes sociales. "El virus no te busca, lo vas a buscar vos", denunciaba un tweet. "Están locos, ¿qué necesidad tienen? 'Millennials estúpidos'", "nos van a matar a todos", decían otros. ¿Qué hay detrás del odio runner que se desató en las redes sociales y se instaló como una nueva grieta que entrecruza la condición y la posición de clase? La mirada acusadora, personificada en el vecino policía que denuncia, controla y cacerolea, convive con las acciones colectivas, las redes de resistencia y solidaridad.
Por momentos el aislamiento saca nuestra peor faceta, exhibe nuestras miserias más oscuras y nos divide, por otros nos une y nos vuelve empáticos y solidarios. Al igual que todo grupo social “los runners” no son un grupo compacto y homogéneo. La verdadera dificultad está en relativizar, corrernos de los estereotipos, objetivar sentidos, comprender prácticas y entender los significados que tienen para quienes las realizan. Y en lugar de reconocer la diversidad de elecciones y prioridades que tenemos como sociedad, caemos en repudiar formas culturales (morales, sociales, estéticas) que están más alejadas de aquellas con las que nos identificamos.Así, cuando nos enfrentamos a algo inesperado (como centenares de personas corriendo por los parques en medio de una pandemia) recurrimos a rebajarlos como "locos", "irracionales", "inconscientes", "idiotas", para calificar lo distinto en el otro.
¿Salir a correr es entregarse al virus? ¿No hacerlo te hace buen ciudadano? ¿Sobre qué bases morales se está pensando la legitimidad? En definitiva, quienes salen a correr no están haciendo nada ilegal. En un escenario donde la cantidad de casos de infectados viene en ascenso, con un brote inminente en nuestro país, la concesión del permiso para la práctica de la actividad física regulada actualiza una nueva grieta y pone en escena tensiones que van más allá del running.
El desafío está en (al menos intentar) suspender nuestras valorizaciones morales, para comprender que hay prácticas que tienen significado y otorgan sentido a la vida de las personas. Puede que para algunos sea el running. Puede que esas elecciones (para algunos) parezcan ajenas y extrañas. Puede que (aunque cercanos) sean otros. Y en estos dilemas, lo que sí es una certeza es que apuntando con el dedo acusador y prohibiendo la práctica del running (en los distinguidos parques de Palermo, o bien en Parque Centenario, Chacabuco o Lezama) no vamos a resolver las históricas desigualdades estructurales que se acentúan aún en tiempos de pandemia. La deuda también es tolerar ciertas prácticas de los otros, comprender los sentidos que tienen desde sus propias lógicas, para lograr convivir con las diferencias. Y así entender que no significa para todos lo mismo. Para no olvidar que distintas actitudes y diferentes miradas hacen a nuestra diversidad cultural.