Algunos años atrás, Michael Madsen pensó que estaba terminado. “Atravesé un momento de mierda”, recuerda, con la voz tan grave como si hubiera tragado el contenido de un cenicero. Algunas de esas cosas estaban fuera de su control, como los incendios de Malibu que quemaron su casa hasta los cimientos en 2018. Algunos, en retrospectiva, podría haberlos manejado con un poco más de cuidado. “Tuve un grave accidente en moto y me tuvieron que operar de la espalda. Me hicieron algunas multas por manejar ‘bajo la influencia’. Pasé momentos terribles, terribles. La fama no es lo que todos suponen. No me estoy quejando, porque he tenido una gran vida. Pero puede desencadenar la destrucción sobre vos si no estás protegido. Afortunadamente, ahora estoy en un lugar mejor. Ya no estoy ansioso. Incluso estoy haciendo entrevistas de nuevo. Quiero decir, ¿cuándo fue la última vez que alguien estuvo interesado en hablar con Michael Madsen?”
Si en los últimos 30 años se hubieran visto solo las películas de Quentin Tarantino, parecería que Michael Madsen nunca se fue a ningún lado. Como el Mr. Blonde que rebanaba una oreja en Perros de la calle, y más tarde en una cadena de villanos y antihéroes en Kill Bill Vol. 1 y 2 (2003 – 2004), Los ocho más odiados (2015) y Había una vez... en Hollywood (2019): Madsen forma parte de la escenografía de Tarantino. También trabaja de manera constante, con esos portfolios de la Internet Movie DataBase algo ridículos que presentan unas 30 películas en posproducción... aun cuando él insiste que la mayoría no son reales. Pero el actor de 62 años es extrañamente poco utilizado, demasiado asociado a thrillers de “directo a video”, demasiado a menudo requerido por directores que creen que sus habilidades empiezan y terminan en cuán bueno es disparándole a gente en pantalla.
Madsen dice que últimamente ha estado mirando mucho hacia atrás, y que la cuarentena lo ha vuelto pensativo. No es solo que algunas de sus películas –como Sin City (2005) y Especies, de 1995- celebran aniversarios este año, sino también porque se roba cómodamente el show en QT8: The First Eight, una nueva carta de amor a la obra de Quentin en la que expresa su profunda gratitud hacia el hombre en cuestión.
“Lo ves con un respeto mucho mayor”, dice desde su nuevo hogar en Malibu, donde se encuentra aislado con su esposa y sus cinco hijos. “Muchas de las cosas que hice no me gustaron cuando se estrenaron. ¿Pero ahora? He sido policía, asesino, líder de banda de motoqueros, jugué al béisbol en The Natural. Incluso Liberen a Willy, por Dios. ¡En esa salvé a la ballena!”
La carrera de Madsen siempre fue alocada. Ciertamente, es la única persona que puede decir que estuvo en Thelma y Louise (1991), Donnie Brasco (1997) y en un videoclip de Rita Ora. También encabezó un montón de películas con títulos como Secuestro en Rumania y Piranhaconda (“A Quentin le encantó esa”, se ríe), y salió cuarto en una edición con celebridades de Gran Hermano, arriba de Sonia de EastEnders pero debajo de Denise Welch. Es difícil sujetarlo a una sola cosa.
Madsen es apuesto, conmovedor e intimidante a la vez, una mezcla de personalidades que hace tiempo lo convirtió en uno de los actores ideales de Hollywood para representar una masculinidad cruda, auténtica. Virgina Madsen, su hermana, dijo una vez que creía que estaba a salvo de lo peor de Hollywood porque la gente asumía incorrectamente que su hermano era “un tipo peligroso”. En sus propias palabras, Madsen dice que esa “idea” de quién era él tomó forma después de Perros de la calle (1992), y nunca lo abandonó: “Hice un montón de películas en las que era otra clase de tipo, pero de las que rara vez se habló”.
El actor nació en Chicago; su padre era bombero y su madre trabajaba en el mundo de las finanzas, para luego dedicarse a las artes. En su adolescencia era algo así como un alborotador, mudándose a menudo a causa del trabajo de su madre (sus padres se separaron cuando él tenía nueve años) y siempre como “el pibe nuevo” de la escuela. En esos años anduvo robando autos e involucrándose en la delincuencia menor. Madsen solo descubrió la actuación tras asistir en una cita a una producción de la Steppenwolf Theatre Company.
Inspirado por las clases que tomó entonces con John Malkovich, cofundador de la Steppenwolf, Madsen se mudó en 1983 a Los Angeles, donde encontró trabajo intermitente en shows como División Miami mientras se ganaba la vida como mecánico en Beverly Hills. Allí fue donde se mezcló con varios de los grandes, cargándole nafta a vehículos propiedad de gente que podía ir a Cicely Tyson a Warren Beatty. Jack Lemmon “estaba siempre apurado”, recuerda. Fred Astaire apareció una Navidad con una goma pinchada. “Le pregunté si quería que la reparara o la cambiara, y él solo me dio un billete de 100 dólares y se fue”, dice. “No tengo idea de dónde se fue, pero supe que estaba en el lugar indicado. Cien dólares era un montón de plata entonces”.
El padre de Madsen nunca entendió por qué quería actuar. Aun cuando su hijo empezó a conseguir más y más trabajo, en películas como Kill Me Again (1989) y The Doors (1991), siguió sin mostrarse impresionado. “Para él, ser un actor de cine era como si me hubiera ido al espacio exterior”, señala. “No lo entendía. Quería que fuera policía o bombero, como él, pero ese no era mi destino”.
Al principio Madsen tenía un criterio específico sobre la clase de carrera que deseaba tener. En QT8 recuerda su malhumor al enterarse que sería asesinado en pantalla por Tim Roth, entonces un británico desconocido del que nunca había escuchado hablar. “Estaba muy afectado por las viejas películas”, explica. “Era muy fan de Humphrey Bogart, Robert Mitchum, Lee Marvin... sabía que todos esos tipos eran muy cuidadosos con sus roles, con quién actuaban o a quién mataban en pantalla. Así era como te convertías en protagonista”. En ese entonces a Madsen solo le preocupaba ser la estrella, y encontraba poco atractiva la idea de ser un jugador de equipo o incluso un actor de reparto. “Me veía como un héroe romántico”, explica. “Quería ser Errol Flynn. Quería cabalgar por las colinas junto a la chica en el final de la película. Me preocupaba hacer el personaje de Mr. Blonde porque pensaba: ‘Si le corto la oreja a este tipo y después me mata Tim Roth, ¿adónde iré después?’”.
Resultó que terminaría yendo a lugares violentos. En la ola de Perros de la calle, Madsen se encontraría cada vez más encasillado entre los policías y los criminales. Entonces fue el protector padre de Liberen a Willy (1994), y el ex novio poco ambicioso de Dolly Parton en Famosa por error (1992), pero desarrollaría un nicho poco inspirador en películas con títulos como Dead Connection (1994) y Man with a Gun (1995). Es por eso que considera su trabajo más sólido a Strength and Honour, un drama de 2007 en el que interpreta a un boxeador irlandés criando a su hijo tras la muerte de su esposa. Es además la única película por la cual Madsen se ganó un cumplido de su padre, quien murió en 2015. “Sé que mi padre me amaba, pero nunca me lo demostró”, dice Madsen. “Creo que muchos tipos de mi edad crecieron en esa clase de situación. Al final estaba muy frágil, pero puedo decir que estaba orgulloso de mí”.
Madsen sigue decepcionado de que pocos sepan que Strength and Honour siquiera existe y sospecha que su desaparición tiene algo que ver con Harvey Weinstein. El violador convicto y ex magnate del cine es una figura entremezclada con el reino de Tarantino, un hombe que financió sus películas y acosó sexualmente a varias de sus estrellas (incluyendo a Uma Thurman, Daryl Hannah y Rossanna Arquette). Madsen se aseguró de que viera Strength and Honour, con la esperanza de que viera algo en ella y Weinstein Company, productora muy amiga de los Oscars, la impulsara a la cima. Pero quedó enterrada en una ola de litigios y mala distribución.
“Nunca le gusté a Harvey”, dice. “No sé si alguna vez le gustó alguien, pero estoy seguro de que yo no le gustaba. Nunca me quiso en ninguna de las películas de Quentin. Creo que solo estoy en ellas porque Quentin me defendió cada vez, y le dijo que iba a trabajar conmigo le gustara o no”. Sus recuerdos de Weinstein son el único momento de la conversación en el que Madsen se pone tenso. “Pensás en los sueños de la gente, sabés, porque Hollywood es una fábrica de sueños. La malevolencia de eso es su parte más oscura: sacar ventaja del sueño de alguien. Es monstruoso.”
Madsen habla de las mujeres que aspiraron a algo grande que fueron manipuladas y acosadas por Weinstein, con sus carreras en ruinas. Pero también trae a la mente el modo en que se asocian los sueños con la juventud y la vulnerabilidad. Al hablar con él resulta claro que sigue sintiéndose impulsado por lo que puede llegar a ser, tan ilusionado por el futuro como cuando llenaba el tanque de las estrellas del cine. “Podría haber sido un gran hijo de Harry el Sucio”, asegura. “Podría haber sido el hijo de Harry el Sucio recién salido de la cárcel. Honestamente, también creo que podría haber sido un gran Batman. Pero nadie iba a dejar a Michael Madsen ser Batman porque no tenían imaginación. Todos quieren apostar a lo seguro”. Y continúa: “El tipo de personaje que creo que interpreto muy bien es el de alguien que no es perfecto, con los bordes algo irregulares... no alguien salido de una revista, alguien que puede fumarse un cigarrillo de vez en cuando o que puede necesitar una afeitada pero te apuesto lo que quieras que puede hacerlo bien. Ese es el verdadero Michael, más que nada, y deseo que pueda ser capturado en el cine”.
El actor dice eso parado en el porche de su casa, con el ruido de su hijo más chico con los videojuegos de fondo. Dice que está ansioso por volver a algún set, donde sea. También se está produciendo un documental sobre su vida y carrera, que dice que lo tiene algo preocupado. “Usualmente hacen esas cosas cuando la gente ya murió”, se ríe. “Es una película maravillosa, pero no quiero que nadie se lleve una idea equivocada al verla. Estoy saludable, fuerte y no me veo mal. Cada mañana, cuando me levanto y me veo al espejo, digo ‘Wow, esto no se terminó’. Definitivamente, no estoy planeando salir de escena en lo inmediato”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.