A Silvio Rodríguez le gusta hablar sobre el síndrome del isleño. Los isleños, a su alrededor, solo ven un círculo de agua. Agua y más agua. Pero, ¿Qué hay más allá del horizonte? ¿Qué más tiene para darnos el mundo, sus paisajes, culturales y gentes? La inquietud sobre el “más allá” lo acompañó desde chico, cuando leía novelas de aventuras en el mar de Jack London, Joseph Conrad, Melville y Julio Verne. El afán por la aventura, entonces, lo llevó a embarcarse a fines del 1969 en el pesquero Playa Girón, recién inaugurado por esos días. Un gesto solidario, también, a los hombres y mujeres de su generación. El joven Silvio pasó cuatro meses y medio a bordo en alta mar y nacieron allí más de sesenta canciones. “Esa experiencia fue un privilegio, nunca más he tenido todo mi tiempo para dedicárselo”, dice el cubano en un documental del argentino Guillermo de Sousa.
La inquietud por descubrir y por cantar con belleza las historias cotidianas del humano de a pie y sus desventuras es una motivación que sigue acompañando a este inquieto trovador de 73 años. “Noche sin fin, sin fin, sin fin y mar, para soñar, soñar la estrella”, canta ahora el cubano en “Noche sin fin y mar”, de su nuevo disco Para la espera, recién lanzado en plataformas digitales. Un disco intimista en el que reflexiona sobre las esperas –o las esperanzas—, los ciclos y sus finales, sobre el amor y la muerte. Sobre alguien que ha vivido, sin más. “Nunca canté canciones con las que no estuviera de acuerdo, ese ha sido el criterio”, dice Rodríguez, uno de los referentes de la canción en habla hispana. En diálogo exclusivo con Página/12, el trovador responde algunas preguntas sobre las circunstancias en las que llega este nuevo conjunto de canciones, en un mundo convulsionado y aislado por la irrupción de la pandemia.
-El disco se llama Para la espera, una frase que sale de "Danzón para la espera”. ¿Qué cosas son las que todavía espera? Como artista, como ser humano, en todo sentido…
-De cada una de las cosas que espero podrían salir canciones, libros, óperas, bibliotecas… Para uno mismo no se espera mucho, sobre todo después de los 70, pero justo porque se ha llegado a una edad, justo porque el tiempo transcurrido ha sido décadas de vida en una era apasionante, es un mundo lo que cabe esperar, un mundo nuevo. Un mundo que no renuncia a nada de lo que lo funda, mucho menos a sus imperfecciones, y que justo por ellas proclama su razón, su derecho, su necesidad de nacer, o renacer. No creo que esa mañana la traiga la pandemia; la traen muchas cosas anteriores. La pandemia sólo nos ha mostrado con especial claridad lo que en conjunto somos; cómo cada uno, sin excepción, está(mos) sometido(s) a las mismas leyes naturales. Ese es el sentido de revelación que tiene todo esto; esa es la enseñanza; eso es lo que nos hará repartir –o no—la conmiseración, la solidaridad, y también lo que hace cada vez más claro el egoísmo.
-En una de las respuestas que le da a la periodista Mónica Rivero sobre "el mundo que vendrá" después de la pandemia dice que cree que el mundo no va a cambiar mucho pero que "es posible que todo esto nos ayude a reflexionar sobre la libertad y la transparencia", ¿En qué sentido cree que podremos reflexionar sobre la libertad y la transparencia?
-En todas partes la prensa insiste en lo que habrá después. No recuerdo lo que me pasó por la mente en aquel instante, pero es obvio que la libertad, así como la verdad, son conceptos relativos, circunstanciales; porque nunca se tiene (y mucho menos es necesaria o justa) toda la libertad, como tampoco es abarcable toda la verdad. Son como estaciones de un camino –nunca estaciones terminales sino de tránsito–. Pareciera que aún estamos lejos de un mundo en que el peso total de esos conceptos lleguen a estremecernos como especie, porque son demasiadas las urgencias; la vida humana aún está en terapia intensiva y depende de respiradores artificiales que no tenemos, o no los suficientes.
El músico cubano se encontraba también en plena realización de dos discos más que, por el momento, tuvo que frenar debido a la emergencia sanitaria. Uno es de nuevas canciones y otro de viejas canciones que aún no grabó –entre ellas, junto al grupo Diákara, que datan de hace 30 años--. Cada tanto, le hace justicia a un puñado de canciones “pendientes” o archivadas en algún cajón. Su disco anterior, Amoríos (2015), de hecho, constaba de canciones escritas en su adolescencia, en la década del sesenta. También tuvo que suspender su famosa gira por los barrios de Cuba, un ciclo de concierto que realiza de manera gratuita y al aire libre desde hace diez años por los rincones más populares de la Isla. Esta experiencia se puede ver en el documental Canción de barrio (2014), dirigido por Alejandro Ramírez Anderson.
-Después de tantos años de discos, escenarios y países que ha recorrido ("todos estos años de gente", diría Spinetta), ¿Por qué sigue haciendo canciones, qué lo motiva a seguir escribiendo?—pregunta Página/12.
-Hacer canciones probablemente sea un vicio, a estas alturas; algo a lo que me acostumbré y que aunque a veces parece esfumarse siempre encuentra su caminito. Yo me pongo a jugar con la guitarra y salen armonías en las que a veces se perfilan cantos. En ocasiones doy con las palabras y otras no. Y cuando las encuentro, aquel juego se hace canciones que sirven de compañía a las personas. Y creo que cuando esas cosas acompañan llegan a ser, en cada mente, algo que cada persona necesita y crea, muchas veces distante de la motivación original. Pero eso no importa. Es una creación humana que acompaña. En realidad somos creadores de compañía; ese es el servicio que damos; algo ligero que sólo necesita un pedacito de memoria.
Un disco de trovador
"La adivinanza", una canción sencilla y conmovedora, es la que abre el disco y que anticipa el tono de lo que vendrá después. Un Silvio íntimo, a guitarra y voz. La figura del trovador en su máximo esplendor, como en los tiempos de Al final de este viaje (1978) o Mujeres (1978). O incluso de Silvio (1992), Rodríguez (1994) o Descartes (1998). Pero con más calma y -aparente- menos urgencia. La segunda, “Aunque no quiero, veo que me alejo”, es una canción con una cadencia más rítmica sobre “un tipo que se muere y le deja un mensaje a la amada en el espejo", según consiga en su blog. No es la única en la que hace referencia a temas trascendentales o místicos. En este sentido, juegan como espejos “Si Lucifer volviera al paraíso” y “Jugábamos a Dios”, banda de sonido de la película Afinidades, dirigida por Jorge Perugorría y Vladimir Cruz.
Grabado, mezclado y masterizado entre 2010 y 2020 en los estudios Ojalá, en La Habana, Cuba, Para la espera es un disco reflexivo y melancólico que lleva impreso el sello del cubano. Es inevitablemente un disco de Silvio Rodríguez. Entre ellas, aparece “Viene la cosa”, tal vez la canción más social del disco. Una metáfora sobre la amenaza externa –el imperialismo, las crisis sociales y políticas, lo impredecible-- que siempre está latente en el pueblo cubano y también en los países latinoamericanos. "Los aliviadores", en tanto, es una canción familiar dedicada a su hija Malva y a su nieto Diego, que linkea con la historia del médico y filósofo Albert Schweitzer, que hizo misiones en África.
A diferencia de Amoríos, que fue grabado en formato banda y con arreglos de jazz, hay algo despojado en las nuevas canciones, como si la intención fuera que el mensaje llegara de un modo más directo y claro. Entre las más raras y originales, aparece “Modo frigio”, que nació a partir de un sueño y en la que se pregunta sobre las verdades. En “Después de vivir” regresa a la idea de la vida y la muerte. “Después de vivir, a veces encuentro lo que en mis ojos tuve y no distinguí / por ir envuelto de más sombras que luces”, canta. Con un aire de blues, se encuentra “Conteo atrás”, que habla sobre algo que se va. Entre las más breves, casi como si se tratara de un separador a mitad del disco, se encuentra “Una sombra”, en la que despliega su voz más sentida y va jugando con delicadeza la guitarra mientras canta. El disco culmina con una pequeña canción instrumental, “Página final”.
Son trece canciones compuestas en los últimos años. “En todos los casos son primeras versiones, realizadas poco tiempo después de haberlas compuesto”, cuenta. Un disco en solitario en todo sentido. Porque incluso se encargó de grabar todos los instrumentos que suenan –bajo y percusión, además de la guitarra de nylon—y hasta realizó el diseño de portada en base a un retrato del fotógrafo argentino Daniel Mordzinski. Una imagen que muestra al músico reposando con su guitarra. “El disco está hecho de canciones que, aunque haya sentimientos afines, son muy distintas entre sí, y eso es algo que me complace. Eso y que no hay violencia. Son canciones introspectivas, suavecitas; aunque nunca me gustaron las canciones bonitas”, explica Rodríguez en una entrevista que le hizo la periodista cubana Mónica Rivero para la difusión general del disco y que está publicada en su blog Segunda Cita (https://segundacita.blogspot.com ). “No persigo las canciones bonitas, ni las odio tampoco, pero desconfío un poco de lo bonito, por principio”, refuerza.
De ayeres y mañanas
“Estamos siempre buscando verdades. Tampoco soy un obseso de la verdad, me basta que haya algunas verdades básicas, que son útiles”, dice Rodríguez en la entrevista para prensa que publicó en su blog. “La solidaridad es una verdad, ser capaz de ponerte al lado del otro. La compasión, que nos hace verdaderamente humanos. Pero la verdad se parece a lo que escribió Eduardo Galeano sobre la utopía, citando a Fernando Birri: sirve para caminar. La verdad es ir, es caminar, la intranquilidad, no conformarse. En Cuba no somos nada perfectos, y uno de nuestros grandes problemas fue la idea de ‘ya llegamos’. Para algunos ahora lo único que hay que hacer es defender el poder. Ha sido espantoso porque nos ha enquistado. Todo lo que cristaliza es muerte.”
Y analiza el pasado y presente de Cuba: “En los 60 y los 70 parecía que lo que vendría iba a ser distinto. Había un Tercer Mundo buscando, y parecía que llegaríamos a un lugar donde habría menos prejuicios, menos guerra, que se iban a aprovechar los recursos en cosas más nobles. ¿Por cuántas guerras hemos pasado en los últimos cincuenta años? ¿Cuánto ha sido el gasto en armas y aparatos para destruir a la gente? ¡Y no hay para dónde irse! Me costaría trabajo cantarla ahora. Ahora hay que cantar otra cosa”.
-¿Seguirá igual la vida (después de la pandemia)? ¿Cómo es el mundo que está por venir?-pregunta Mónica Rivero
-Hay muchos pensadores de distinto calibre y tendencias reflexionando sobre lo que estamos viviendo. Yo personalmente no creo que el mundo vaya a cambiar mucho. Vamos a tratar de volver a ser nosotros, para bien y para mal. Ya estamos mal acostumbrados y mal hechos, y hay muchos intereses con poder. Sí creo que es posible que todo esto nos ayude a reflexionar sobre la libertad y la transparencia.
El nuevo disco está dedicado a siete amigos que murieron entre marzo y abril de 2020. Tupac Pinilla, Juan Padrón, Luis Eduardo Aute, César López, Luis Sepúlveda, Marcos Mundstock y Óscar Chávez. “Excelentes creadores que el mundo ha perdido”, se lamenta el cubano. “Ha sido tremendo. Y todos así: uno detrás del otro, los dos últimos meses. Tupac y Padroncito, los primeros en partir, fueron inmensos para mí. Tupac además era mi editor, una mente brillante, y Padroncito era mi amigo desde principios de los 60, en los tiempos del semanario Mella”, cuenta en su blog. “Marcos Mundstock, un imprescindible de ese monumento a la inteligencia que es Les Luthiers; Óscar Chávez, un juglar mexicano, compañero de tantas buenas causas”.
-¿Es también un disco sobre la muerte?
-El disco es anterior, pero sí tiene que ver con la muerte. No es que sea el tema central, pero por ahí pasa... de vez en cuando. Te vas a dar cuenta. Lo que sí te garantizo... es que el que hizo el disco está vivo.