Desde Río de Janeiro. El Brasil presidido por el ultraderechista Jair Bolsonaro (foto) superó a Gran Bretaña y desde el pasado viernes tiene el segundo mayor número de víctimas fatales del covid-19. Acorde a los últimos datos conocidos el sábado, se llegó a la marca de 42.720 muertos y 850.514 infectados.
Ocurre que tales datos, obtenidos por los medios de comunicación directamente de las secretarias de Salud de las provincias para evitar su manipulación por parte de Bolsonaro, no corresponden a la realidad.
Brasil es el país cuyo testeo de enfermos sospechosos de haber contraído el coronavirus es el más bajo del mundo. Mientras Estados Unidos aplica 61,59 exámenes por cada cien mil habitantes, Italia 69,25 y Portugal 85,81, aquí tal proporción es de ínfimos 2,28.
Especialistas, entidades científicas y hasta funcionarios del ministerio de Salud dicen que en realidad serían al menos un millón y medio de contaminados y unos cien mil muertos. Es imposible prever cuándo se sabrá el tamaño de la devastación, mientras Bolsonaro insiste en menospreciar las dimensiones de la tragedia.
No hay ninguna coordinación de medidas preventivas, ni un proyecto concreto para enfrentar la crisis y, en última instancia, siquiera hay un ministro de Salud: lo que existe es un general en activo, Eduardo Pazuello, cuya misión exclusiva es no contrariar a un capitán reformado, su jefe.
Sudamérica, gracias a Brasil, se transforma en el epicentro de la pandemia. Y eso ocurre mientras el país se ve cada vez más enfrascado en un lío político tremendamente tenso y sin salida a la vista.
Dando muestras cada vez más estruendosas de desequilibrio e irresponsabilidad, el jueves pasado Bolsonaro llegó al colmo de pedir a sus seguidores fanáticos que invadan hospitales públicos, inclusive los de campaña, para hacer fotos y grabaciones que muestren que los lechos destinados a los infectados por el covid-19 están vacíos, que los números divulgados por estados y municipios son falsos y que lo que quieren gobernadores y alcaldes son fondos del gobierno nacional.
A tiempo: del total de recursos anunciados en abril para dar combate a la pandemia, lo efectivamente ejecutado no llega a 40 por ciento.
En medio al avance del coronavirus, del desmonte de la economía y de la creciente marea de inseguridad general, el gobierno de Bolsonaro sigue sin ninguna otra propuesta que no sea la de estirar al máximo sus deseos de asumir poderes absolutos.
Hace pocos días, el vicepresidente, general reformado Hamilton Mourão, había advertido sobre los riesgos de ultrapasar "determinados límites" entre los poderes. El pasado jueves, el jefe de la Secretaría General de Gobierno, general activo Luis Eduardo Ramos, descartó cualquier posibilidad de golpe (en el caso, el autogolpe muchas veces insinuado por Bolsonaro), criticó las acusaciones de fascista lanzadas con intensidad cada vez más fuerte, y advirtió que todo permanecerá igual siempre que ‘no se estire la soga’.
¿A quién se dirigía?
La oposición es minoritaria en el Congreso. Los sindicatos están sin norte, los partidos autonombrados "indecisos" son literalmente comprados por Bolsonaro a través de nombramientos de segunda línea, o sea, menos visibles pero que manejan presupuestos millonarios.
Quedan para oír el mensaje alarmante de un general activo los otros dos poderes, el Legislativo y el Judicial. Y tanto uno como otro vienen poniéndole duro freno a los desvaríos cada vez más alucinados del cada vez más descontrolado Bolsonaro.
Un PD, caros amigos y eventuales lectores, para contarles algo: Me cuentan que en la noche del viernes Argentina vivió una conmoción: en 24 horas hubo 25 muertes a raíz del covid-19. El presidente Alberto Fernández, el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y el gobernador de la provincia, Axel Kiciloff, hicieron un pronunciamiento en vivo a la Nación. A lo largo de hora y media informaron sobre la situación. En el mismo día mi país contó 1.473 muertos. A cada hora, 61. Uno por minuto. Ninguna palabra de consuelo de Bolsonaro a las familias enlutadas. Ninguna palabra de agradecimiento a médicos y enfermeros. Nada de nada. Bolsonaro me causa indignación y asco. Mi país me llena de dolor y tristeza.