A la cuarentena le salió un competidor de noticias falsas, gestos destemplados, periodistas enardecidos, sofismas a granel.

Una campaña orquestada cuyo pronóstico es acentuarse.

El Gobierno cometió errores comunicacionales en la transmisión del caso Vicentin, pero esos yerros no alteran la médula del tema.

Tampoco se modifica que las cosas deben ser vistas en bloque.

Hay una línea directa entre el hastío comprensible por el aislamiento y el regodeo con que intervenir o expropiar a ese esforzado grupo familiar, símbolo de nobleza en la pampa gringa, es prueba del avance argentino hacia la tiranía chavista.

Una derecha berretísima lo había adelantado con su solicitada acerca de que vivimos en una infectadura.

No existe novedad alguna, ni en la coyuntura ni el devenir histórico.

Un gorilismo ancestral, verbigracia del odio de clase, ya no puede ampararse en la reserva moral de las Fuerzas Armadas. Ni, momentáneamente, en una oposición representativa y pujante, con figuras individuales y creíbles.

La fuerza del antiperonismo viene de su derrota electoral, además, aunque se cuestiona que eso sea producto de un fracaso rotundo. No por el alto porcentaje de votos obtenido, sino porque en sus beneficios corporativos e individuales lograron cuanto se proponían (a efectos de estas líneas, dejemos de lado esa discusión interminable y, como tal, quizá bizantina).

Hay otro elemento imprescindible para comprender al nerviosismo.

El escándalo de espionaje a propios y ajenos, que crece día a día y que en Juntos por el Ex Cambio desató una paranoia considerable, requiere de tapadura en los medios de comunicación enfrentados al oficialismo en forma grosera, pero tenaz.

Les cae como anillo al dedo que en el ámbito metropolitano de Buenos Aires haya crecimiento de la curva de contagios, porque aprovechan para preguntar si tanto esfuerzo no habrá sido al reverendo botón y responderse que he ahí la consecuencia de “un gobierno de infectólogos”.

Si mientras tanto se aprovechó el diario del lunes, vistas las experiencias mundiales que obraron para preparar al sistema sanitario, es un dato irrelevante frente a que --dijo Fernán Quirós-- está por venir lo peor.

Y, sobre todo, “entretener” con una expropiación es movida obvia a fin de disimular el fracaso cuarenténico.

Así jugaron, con ayuda oficial porque, tras el anuncio sobre Vicentin, el Gobierno se quedó a la defensiva explicando que no somos Venezuela, que somos capitalistas, que no somos confiscadores de empresas privadas, que somos respetuosos de la ley, que no somos marionetas del kirchnerismo…

Es cierto que se haga lo que se haga y se anuncie lo que se anuncie le inventarán pelo al huevo. Pero eso no justifica carecer de mejores recursos comunicativos o --viene a ser lo mismo-- que toda eficiencia al respecto pase casi exclusivamente por la labia y el carácter docente de Alberto Fernández.

Se precipitó una andanada previsible, que asimismo fue útil para relativizar la ¿insólita? cantidad de aerobistas nocturnos salidos en manada sin la menor prevención.

Cuando el gobierno nacional metió la pata inmensa de agolpar jubilados a la puerta de los bancos, aquel viernes negro del 4 de abril, hubo un sismo que (según resaltaron los medios opositores) acabó en la renuncia del titular de la Anses.

Ahora, no vaya a ser que se moleste el gobierno porteño, los “runners” son expresión de que “la gente” no aguanta más.

Para variar, el peronismo está resignado a los pies de Cristina. El decreto presidencial de intervención está muy flojo de papeles. En la Avellaneda santafesina, unos cientos de vecinos ¡convocados por su intendente! son todo el pueblo de la provincia y la expresión de todos sus productores.

Y fue una prueba masiva el caceroleo del miércoles a la noche en Belgrano, Palermo y Recoleta, contra la castrochavización escenificada en Vicentin por parte de quienes de Vicentin gracias si conocen el nombre de los fideos, como en su momento golpearon vajilla contra una liberación desenfrenada de violadores que jamás sucedió, como ayer defendieron a la Patria por la amenaza contra la tierra de sus macetas o porque TN puede desaparecer, y como mañana volverán a hacerlo porque están en riesgo las instituciones de la República que garantizan no tocar los privilegios de la clase a la que nunca pertenecerán ni de lejos.

¿Cómo podría suponerse que no prima furia ideológica en la reacción del establishment, y del porcentual estable de “gente común” que defiende a quienes --también invariablemente-- acaban jodiéndole la vida?

Una empresa que ya en cesación de pagos recibió decenas de millones de dólares del Banco Nación. La quiebra indefectible que arrastraría la de muchas otras, pymes en su mayoría, ligadas a ella. El desparpajo incalificable de sus dueños actuales, proponiéndole al Presidente que el Estado tome acciones pero manteniéndoles el gerenciamiento.

Como tituló ayer este diario con referencia a la nota de Raúl Dellatorre, todo queda en familia.

Parientes y herederos de los Vicentin, Padoán y Nardelli, más grupos empresarios de Paraguay, Uruguay y España, más las firmas no declaradas en Panamá, dedicados a dejar sus activos fuera del alcance de los acreedores. Es decir, del conjunto de los argentinos (Banco Nación, Afip) y, en particular, de los casi 2 mil productores que quedaron colgados.

Sociedades offshore. Ingresos sin registro fiscal. Y “estrés financiero”, como eufemismo sublime de cuanta trastada quiera imaginarse.

¿Qué están protegiendo los protectores de la Patria Amenazada?

¿Algo de nuevo?

¿O “sólo” es el desafío de pensar cómo se construye mejor la alternativa a lo viejísimo?

A ambos lados del arco ideológico, hay un sinnúmero de artículos periodísticos, entrevistas, polémicas, sobresaltos, alrededor de aspectos políticos, constitucionales, jurídicos.

Todo quedó mediáticamente semblanteado por el caso Vicentin, pero la impresión es que, aun así, el tema ocupa un lugar muy distante en las preocupaciones populares.

El centro absoluto del interés social pasa cada vez con mayor intensidad por la angustia económica.

Pero ocurre que acerca de eso es igualmente indispensable no extraviar el eje, porque los actores no varían.

Se produce el retorno literal de Bernardo Neustadt.

Fue el publicista más eficaz de la última dictadura.

Después, hasta entrados los ´90,  protagonizó ese despreciable sentido común de que el Estado marchará contra la mayoría, indefectiblemente, si osa incrustarse entre los grandes negocios de las corporaciones oligopólicas.

Tiempo menemista con remate de las joyas de la abuela y privatizaciones a mansalva, porque achicar el Estado era agrandar la Nación.

Neustadt blandía el tubo de un teléfono. Lo giraba de acá para allá. Tenía ojo de cámara con notable dominio escénico. Fue maestro en anteponer el concepto de show a cualquier rasgo de profundidad analítica, que nunca tuvo en cuenta y que tiene émulos famosos.

El cierre consistía en la pregunta de dónde quedaba la soberanía en el aparato telefónico ése.

Hoy, nada increíblemente, frente a la medida de intervenir y propender a la expropiación de Vicentin, un coro de tartufos neustadianos se interroga dónde queda la soberanía en un poroto de soja. O en una tira de asado. O si acaso bebemos biodiesel.

Cabría inferir que, alrededor de treinta años después, un grueso significativo de los argentinos será idóneo para no sucumbir ante esa retórica ramplona de quienes representan los intereses de siempre.

Por lo pronto, de sólo apreciar quiénes están (muy) alterados, vale festejar la decisión.

Porque algo sigue incólume en la política: dime la sustancia de los enojados y te diré cuánto acertaste en la intención de tus decisiones.