En el Playón de Chacarita los pasillos se volvieron silenciosos. Son caminos sinuosos y estrechos. Algunos apenas reciben la luz del sol. A los costados se enciman casas de paredes sin revoque, con puertas de chapa y ventanas de plástico. La mayoría tienen dos o tres pisos. Algunas hasta cinco. Rejas negras, amarillas, blancas, celestes. Muy pocas personas caminan por el barrio. La mayoría con bolsas de alimentos y artículos de limpieza. Todas con barbijo. Cruzan charlas breves, apuradas. Un silencio desconocido crece adentro de uno de los barrios populares con mayor hacinamiento de la Ciudad de Buenos Aires. Aquí se detectó el primer caso de coronavirus diez días atrás. El último informe interno en base a datos provistos por el Hospital Tornú, del viernes por la tarde, señaló 79 casos de covid-19 sobre 147 hisopados, con 5 resultados pendientes. Los referentes de organizaciones sociales creen que hay aún más contagios. Estos números, sobre una población cercana a 3000 habitantes. La disparada hizo que hasta los pasillos llegue la idea de que se trata de un nuevo brote, un nuevo foco de infección. Y el miedo tiene al barrio paralizado.
“Trabajamos muchísimo desde principios de abril en la prevención y la concientización, siempre pensando ¿cuándo va a llegar? Se le hablaba a todos los vecinos. Y creo que eso hizo que se retrasara la llegada del virus. Pero no es lo mismo cuando ya está en tu propia casa. Tenés el temor de que con cualquier cosa que hagas te podés llegar a contagiar”, dice Maryluz Zambrana, una de las referentes del Playón de Chacarita, quien forma parte de la comisión vecinal y el Comité de Crisis creado para paliar las consecuencias de la covid-19. “Ahora muchos entraron en pánico y hay que contener eso, para que no haya ningún descuido y que podamos aislar y ayudar a quien lo necesite. No queremos perder a nadie del barrio por falta de cuidados”.
Maryluz está apostada sobre la entrada principal del Playón de Chacarita, en el cruce de las calles Palpa y Fraga. Hace algunos días instalaron ahí un gacebo que forma parte del programa El Barrio cuida al Barrio, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Durante todo el día, un grupo rotativo de promotoras de salud se encarga de repetir a quienes entran al barrio las medidas de prevención: distanciamiento social, uso del barbijo, higienización de manos, desinfección de lo todo lo que lleven a sus casas. Les toman la temperatura –“si detectamos a alguien con más de 37,5º o con síntomas va directo para que lo atiendan–, les ofrecen alcohol en gel, le entregan barbijos a quienes no tienen, se ocupan de que las motos que ingresan estén lavadas. “Somos todas mujeres acá –remarca una de sus compañeras–. Todas mujeres las que ponemos el pecho”.
Sin coordinación
El Playón, como le dicen todos los que viven en el barrio, está clavado en el corazón de Chacarita. Empezó a levantarse como un asentamiento de casas dispersas de madera y chapa en 2001. Un refugio detrás de las vías del ferrocarril Urquiza al que llegaban cartoneros y gente en situación de calle. Hoy es un barrio colapsado que respira humedad en cada bocanada. “Sabíamos que iba a ser muy complicado por las condiciones estructurales del barrio: muy poca ventilación, un camión que trae agua dos veces al día porque no hay presión suficiente, mucha gente viviendo en la misma casa”, dice Macarena Panal, militante del Movimiento Popular La Dignidad, una de las organizaciones sociales que también forman parte del Comité de Crisis. “En La Carbonilla, acá cerca (en Paternal), explotó antes y hoy tienen ochenta casos. Nosotros llegamos a ese nivel en muchísimo menos tiempo”.
Antes de que se detectara el primer caso de coronavirus, los vecinos y las organizaciones sociales que trabajan en el barrio llevaron adelante un relevamiento para detectar quiénes formaban parte de la población de riesgo. Lo siguiente fue coordinar la entrega de alimentos, elementos de higiene y medicamentos para que puedan cumplir con el aislamiento. “Los que podemos les hacemos los mandados. Evitamos que salgan a la calle. Es la única forma de cuidarnos todos”, dice Elizabeth Miche, una de las vecinas y promotoras de salud que recorre las nueve manzanas del barrio junto con Macarena Panal. “Al principio la gente se creía inmune. Le querías poner alcohol en gel y te decían no, no, no. Así pasa en todos lados, no es algo de este barrio ni de ningún barrio. La gente se da cuenta de lo que pasa cuando le toca. Eso sería bueno que se cambie”.
La detección de los primeros casos aceleró la llegada del programa El Barrio cuida al Barrio y el protocolo configurado por el operativo Detectar, que implica la búsqueda de síntomas casa por casa. Una vez que se encuentran, los vecinos del Playón son trasladados a las Unidades Febriles de Urgencia (UFU) de los hospitales Tornú y Durand para que se les realice un hisopado. A partir de ese momento, según los resultados, pueden ser derivados a alguno de los hoteles que coordina el Gobierno de la Ciudad o llevados nuevamente al barrio para que cumplan ahí el aislamiento.
“El problema es que los que vienen para hacer eso son personas que uno no conoce, que no vio nunca. Y la gente entonces desconfía. ¿Cómo sabés a dónde te van a llevar?”, se pregunta Elizabeth. “Entonces hay muchos que esconden los síntomas por miedo. Y eso es un problema para todos”. La implementación de los programas en el Playón se hizo a través del sistema de salud de CABA, con personal del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC) y médicos del Área programática del Hospital Tornú. Pero la falta de coordinación con las organizaciones sociales se convirtió en una de las mayores trabas.
“A nosotros no nos dan ningún tipo de información. Todos los días estamos reclamando para que participen del Comité de Crisis, pero lo que recibimos es un gran ninguneo, cuando algunas organizaciones llevan veinte años trabajando en el barrio”, asegura Macarena Panal. En el Playón hoy funcionan más de diez jardines infantiles, comedores y merenderos que sostienen el MPLD, el Movimiento Evita, la Corriente Clasista y Combativa (CCC), Tejiendo el Barrio, el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), la CTA Autónoma y Barrios de Pie. “Solo en el MPLD estamos cocinando más de mil quinientos platos por semana”, dice Macarena. “Nos enteramos de quiénes están infectados por los vecinos. No tenemos noción de dónde empezó y no podemos ayudar en el seguimiento de los contactos estrechos. La coordinación podría evitar un montón de sufrimiento en el barrio, pero no es lo que sucede”.
Un complejo de edificios muy complejo
Sobre la Avenida Triunvirato, del lado opuesto a Fraga y Palpa, se encuentra la otra entrada al Playón de Chacarita. Es un pasillo de dos metros de ancho, cerrado arriba y a los costados por una reja que lo hace parecer un túnel abierto. Hay dos sillas y una mesa de caño y plástico azul. Tres promotoras de salud trabajan con una caja de cartón en la que guardan el alcohol y gel y los pulverizadores para la desinfección. Desde ahí puede verse la fachada del inmenso complejo de edificios construido por el Gobierno de la Ciudad para mudar a la mitad de los vecinos y abrir calles y espacios verdes en medio del barrio .
“Es un proceso que hoy con la pandemia sigue adelante. A nosotros nos parece bien si los vecinos van a vivir menos hacinados y van a tener su propia casa”, dice Maryluz Zambrana. Para Elizabeth Miche, que se anotó en el programa junto a su familia, el proceso no fue lo que esperaban. “El Gobierno te cotizaba una plata por tu casa y te descontaba eso del departamento nuevo. Pero las cotizaciones son siempre menos de lo que decían. No te dan nada por lo que tenés y la deuda no la podés pagar nunca. Los que visitamos los edificios vimos que adentro están todos llenos de humedad. Eso tampoco es vivienda digna”, evalúa.
Las mudanzas continúan desde hace poco más de un año y generaron nuevos conflictos a partir del aislamiento. En algunas de las manzanas se ven las obras sin terminar: casas reducidas a escombros que no fueron removidos en donde se acumula la basura. “De esos lugares están saliendo ratas todo el tiempo. Se complicó mucho el tema de la higiene en el barrio”, dice Macarena Panal. “Acá la gente vive de changas, trabaja en la construcción, empleadas domésticas, vendiendo paltas en la calle. El Gobierno habla de números que son muy pocos los que pueden pagarlo. ¿Cómo hacés para pagarles una casa nueva si no tenés un trabajo que te dé para eso?”, completa otra promotora.
Sin referentes no hay eficiencia
Frente a la entrada principal del Playón, un amplio galpón fue reconvertido para situar las instalaciones del Centro de Salud y Acción Comunitaria (CESAC) 22, que trabaja en conjunto con el IVC. Hasta ahí llegan todos los días los médicos y trabajadores de la salud que llevan adelante el operativo. “La información que se obtiene es confidencial. Eso también es parte del protocolo”, dice una de las promotoras de salud que trabaja ahí y prefiere no dar su nombre, ante la pregunta por la falta de coordinación con las organizaciones sociales. “No podemos decir quién tiene covid, su identidad ni en qué manzana vive. Porque además eso genera violencia. La gente del barrio, al saberlo, señala y discrimina a los familiares de las personas que fueron aisladas en los hoteles”.
En ese complejo entramado, desde El Barrio cuida al Barrio se sigue apuntalando la necesidad del trabajo de conjunto con las organizaciones sociales. “Hay una realidad que es la confidencialidad de la información. Pero apuntamos a una intervención que contemple el trabajo de las organizaciones. Tienen el saber y la experiencia que no puede suplir alguien que viene desde afuera. Quizás coordinando con uno o dos referentes que puedan ser el enlace para hablar con las personas en los traslados y que no tengan miedo, y para ubicar los contactos estrechos. La diferencia de trabajar o no con las organizaciones en el territorio es lo que hace eficaz o ineficaz la intervención del Estado”, señala a Página/12 Carolina Brandariz, a cargo del programa y al frente de la Dirección de Cuidados Integrales del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Con el Playón viviendo casi en estado de pausa, a la espera de las medidas que se tomen en estos días, la posibilidad de sostener el aislamiento sigue dependiendo de los suministros. “No le podés decir a un vecino que no salga a trabajar si no tiene plata para comer”, razona Macarena Panal. Hoy el IVC les entrega lo que se conoce como “bolsa de secos”: polenta, arroz, fideos. Pero desde el Comité de Crisis reclaman que sin lácteos, carne, frutas, verduras, va a ser imposible mantener la cuarentena en medio de la escalada de casos. “La violencia nunca es la forma, no queremos que se meta la policía al barrio”, advierte Maryluz Zambrana. “Lo que sirve es la concientización, el amor, la tranquilidad y la contención al vecino. Sólo de esa manera vamos a salir de esta”.