En 1984 se estrenó en Japón Nausicaä del valle del viento y algo empezó a cambiar en el cine animado de todo el mundo. Entonces era imposible adivinarlo, pero cuando un año después –un 15 de junio- tres responsables de ese film fundaron su propio estudio de cine, empezó a suceder una cuota de magia que hoy se antoja indispensable y, como dice el refranero popular, si no existiera habría que inventarla. Hace 35 años Hayao Miyazaki, Isao Takahata y Toshio Suzuki fundaron Studio Ghibli, inspirados en la palabra italiana para designar el viento caliente del Sahara, con la esperanza de “soplar nuevos aires en la industria del animé”. Media vida después es bastante seguro afirmar que lo consiguieron. Hoy Ghibli es sinónimo de belleza hecha cine.
Para cuando el trío fundó el estudio, todos eran profesionales de trayectoria, ya fuera como directores o productores (por ejemplo, en la Argentina en la muy popular serie animada Heidi), e incluso con incursiones en el mundo editorial del manga (historieta japonesa). Ya habían trabajado juntos en el papel y en la pantalla. Su historia no es la de unos alocados jóvenes de veintipocos, sino la de tipos de cuarentaytantos con ganas de trabajar en la industria en sus propios términos. Querían hablar de temas que les interesaran, cuidar artísticamente su producción y trabajar a su modo. Él éxito de taquilla de Nausicaä, basada en un manga del propio Miyazaki, se los permitió, al punto que la propia compañía la considera dentro de su catálogo, aún si se estrenó un año antes de su propia creación.
El grueso de la producción del estudio recae sobre Miyazaki, quien ya se retiró profesionalmente dos veces... y volvió otras tantas. De hecho, estrenará una nueva película pronto. Pero aún los films de otras figuras dentro de Ghibli comparten un espíritu similar, una poética visual particular –que puede ser sutil y exhuberante en una transición difícil de discernir-, una preocupación ética por la naturaleza, las relaciones humanas, las consecuencias de la guerra (de hecho, no fueron a recibir un Oscar como modo de protesta contra la invasión y bombardeo de Irak) y la tecnología. Pero por supuesto, el éxito de sus películas no recae exclusivamente en los hombros de un director. La producción de las películas suele ser impecable, sumando actores de voz muy reconocidos en Japón, bandas de sonido por compositores de primera línea y un trabajo de promoción en medios que desde el primer momento ayudó a cambiar la percepción que el público tenía –fuera y dentro de Japón- sobre el animé. De hecho, es muy probable que si alguien declara que no le gustan “los dibujos animados japoneses” reconozca, en cambio, que adora a Totoro, Kiki, Ponyo o cualquier otro de sus personajes.
Lo que caracteriza la animación de Ghibli es que aún hoy sostienen el método artesanal con un grado de dedicación sorprendente. Y si bien pronto estrenarán su primera película con animación digital, esta será una excepción dentro de su catálogo. De las dos próximas anunciadas, la otra lleva tanto detalle y trabajo que sólo producen de a un minuto de cinta por mes. Pero los resultados hablan por sí solos. La belleza de sus líneas ondulantes, sus paisajes hermosos, su capacidad para encontrar la magia y lo extraordinario en los momentos más cotidianos y lo más familiar entre los personajes más excepcionales, y su adscripción a un universo mitológico y folklórico oriental que apela a una sensibilidad universal son los pilares de su capacidad para cautivar a espectadores de todo el mundo.
Dentro de Japón, el primer éxito de taquilla fue Kiki’s delivery service. Pero la internacionalización de ese suceso llegó con La princesa Mononoke. No era la primera experiencia de distribución al extranjero de Ghibli, pero los comienzos fronteras afuera no habían sido auspiciosos: los recortes a Nausicaä para su distribución en Estados Unidos llevaron al estudio a establecer una política estricta de “sin cambios”. Y lo de “estricta” es casi un modo liviano de decirlo, como puede atestiguar el otrora todopoderoso productor Harvey Weinstein.
Cuando Ghibli acordó con Miramax –ya entonces parte del conglomerado Disney- la distribución de su catálogo en Estados Unidos, Weinstein era un productor casi omnipotente, cuyas decisiones y opiniones hacían y deshacían en el medio. Weinstein insistió mucho para recortar la historia de Mononoke, por entonces “muy larga” para el mercado norteamericano. Hartos, desde Ghibli enviaron una encomienda a sus oficinas. Algunas versiones aseguran que fue el propio Miyazaki. Otras que fue su productor. Lo cierto es que cuando el norteamericano abrió la caja encontró una katana (espada japonesa) con un simple papel doblado que leía “no cuts” (“sin cortes”). Weinstein entendió el mensaje y a los cines llegó la cinta íntegra. Años más tarde el productor fue denunciado por múltiples abusos sexuales y cayó en desgracia.
Pero la historia del estudio no es una de éxito permanente. De hecho, Ghibli estuvo cerrada tres años. Fue en 2014, cuando Miyazaki se jubiló por segunda vez (no iba a durar mucho) después de estrenar El viento se levanta (2013), que tuvo altísimos costos de producción, y de los discretos resultados comerciales de El cuento de la princesa Kaguya, del talentoso co-fundador Isao Takahata (responsable de La tumba de las mariposas). Esa “breve” pausa llevó a varios de sus empleados a fundar su propia compañía, el Studio Ponoc. Pero en 2017 el Studio Ghibli reabrió sus puertas. Hubo alguna coproducción (The red turtle, del británico-holandés Michaël Dudok de Wit. Y, sobre todo, Miyazaki volvió a salir de su retiro.
Hasta el momento hay dos películas animadas por delante. Una, de Goro Miyazaki, hijo de Hayao, que adaptará una novela de Diana Wynner Jones y será la primera digital y en 3D de la compañía. La película del fundador del estudio, en tanto, viene algo más lenta, con su ritmo de producción de un minuto por mes y un historial del estudio por las películas extensas. Se titulará ¿Cómo vives? y es una adaptación –en el estudio abundan las adaptaciones- del libro homónimo de 1937 de Yoshino Genzaburo. Es, según el productor, el modo de Miyazaki de decirle a su nieto que pronto no estará con él. Por el momento no tiene fecha cierta de estreno. Los planes originales, cuando el estudio producía de a 10 minutos de cinta por mes, los hacía estimar su lanzamiento cerca de estas fechas, coincidiendo con los Juegos Olímpicos. Los sucesivos retrasos llevaron primero a poner como primera fecha tentativa el 2021 y, ahora, 2023. Por ahora sólo queda esperar que el viento, que tanto recorre sus films, lo lleve a buen puerto y vuelva a emocionarnos.
Museo online
Hasta la pandemia, el Museo Ghibli, en Japón, estaba envuelto en un halo de misterio: estaba prohibido que los visitantes tomaran fotos “para no distraerse de la experiencia” y, por lo tanto, apenas había imágenes filtradas sobre el lugar. Pero el coronavirus obligó a cerrar temporariamente sus puertas y como tantos otros espacios, el Museo Ghibli también se “virtualizó”. Así, paradójicamente, sus salones vacíos son más públicos que nunca.
El “visitante” digital puede recorrer algunas de sus salas en videos breves de entre uno y dos minutos en la cuenta de Youtube del Museo (https://www.youtube.com/watch?v=C4f3DAQU6ok&list=UUd1b2TUlpmDLU7YpPu889Lg&index=9 ). Allí se puede ver un edificio armónico, con enredaderas prolijas cubriendo sus paredes exteriores e interiores con muchísima luz natural en casi todos los espacios. Luz que, además, combina perfectamente con los recurrentes vitrales de puertas y ventanas con los personajes más icónicos de la compañía. De acuerdo al ideario temático de Ghibli, en las paredes hay casi siempre madera y cuando no, hay murales y cielorasos decorados donde también se encuentran los personajes emblemáticos del estudio.
En las salas que muestran los videos de Youtube se ven instalaciones y réplicas “reales” de algunas escenografías de los films más famosos, así como paredes que encantarán a quienes disfrutan especialmente los procesos creativos y el dibujo artesanal que propone el estudio: hay originales del diseño de los personajes, y también páginas originales del manga de Náusica en el valle del viento, el film de Ghibli “antes de que existiera Ghibli”, editado a la sazón por uno de los fundadores del estudio. Hay, por supuesto, un microcine en el que habitualmente se proyectan los cortometrajes animados que la compañía reserva para sus visitantes y que no siempre reciben circulación comercial.
Y aunque su apertura fue postergada por la pandemia, en breve habrá un nuevo espacio que complementará el Museo: el estudio tendrá su propio parque temático, una suerte de “Disney World” a lo Ghibli.
Películas para todas las edades
Hace poco los responsables de la distribución fuera de Japón de los films de Ghibli cerraron contrato para subir los 21 largometrajes de la compañía (en rigor, los 20 y el predecesor Náusica). En Estados Unidos y Canadá se encuentra en la plataforma de HBO. En la Argentina y el resto de occidente su catálogo disponible en Netflix. Y aunque cada espectador podrá tener “su” selección de indispensables Ghibli para ver una y otra vez, aquí Página/12 propone dos cosas: primero, esquivar a consciencia la adaptación de Un mago de Terramar, a cargo de Goro, el hijo de Miyazaki. En segundo lugar, una lista corta de los títulos sobre los que la mayoría de los críticos coincide como “indispensables” del estudio.
Kiki’s delivery service: el primer gran “hit” del estudio, Kiki’s cuenta el proceso de aprendizaje de una brujita de 13 años cuando emprende su tradicional año de formación por fuera de su círculo familiar.
La princesa Mononoke: un poco fábula ecologista, otro poco épica fantástica, en Mononoke se conjugan muchos de los elementos que preocupan a Miyazaki y que forman parte del corpus ideológico de Ghibli.
El viaje de Chihiro: una de las más premiadas del estudio, y con buenos motivos, Chihiro es una jovencita que termina transportada a una dimensión mágica y debe atravesar una serie de peripecias para liberar a sus padres. Es una de las películas de Ghibli más impregnadas por el imaginario folklórico nipón y, al mismo tiempo, es totalmente universal.
El increíble castillo vagabundo: con esta película el estudio volvió a inspirarse en Europa y en un libro, la novela homónima de la británica Diana Wynne Jones. También aquí vuelve a una de las preocupaciones recurrentes de los fundadores del sello: el impacto de la guerra (que se pone de manifiesto en la demoledora La tumba de las luciérnagas).
Y claro, no puede faltar Mi vecino Totoro, que tuvo tanto impacto que se convirtió en la imagen del estudio y representa uno de los principales objetivos del estudio: hacer films para niños que puedan resonar en los adultos, y al mismo tiempo con una búsqueda –como señaló a propósito de Miyazaki el productor Toshio Susuki- de “destrucción de la gramática del cine”, donde el hilo no está tan servido en bandeja como en Hollywood.