Desde Barcelona
UNO A recientes y virulentas listas (de contagiados y muertos, de tratamientos y vacunas en desarrollo y tiempos de incubación y formas de propagación, de euros a repartir para "reconstruir" Europa, de requisitos para fases de desescalada, de ambidiestras ofensas parlamentarias, de conspiranoias surtidas incluyendo la de Miguel Bosé, de más que resistibles versiones de "Resistiré", de rectificaciones y enmiendas, de comisiones del Rey Emérito, de miles de turistas alemanes invadiendo las casi suyas Baleares y a ver qué pasa) habría que añadir otra: la lista de personas en reclusión que se prometieron leer el alguna vez escandaloso y prohibido y contrabandeado y aún transgresor y revolucionario Ulysses (1922) de James Joyce. Sedentarios que salen a la nueva normalidad habiendo avanzado no más allá de las primeras páginas/minutos de ese nómade y odiséico y homérico día en el que transcurre --a lo largo y ancho de mítica y oceánica Dublín-- esta poderosa novela portadora de prosa-virus. Así, peligro mortal por contagio de influencia/influenza: mejor no escribir à la Joyce, mejor leer a Joyce.
DOS Y no: Rodríguez no vio ningún Ulysses en esas bibliotecas a espaldas de zoomistas en su encierro. Y sí: las ganas de leer el Ulysses es como gripe con clímax cada 16 de junio y después --como tantas otras cosas-- se pasa hasta que vuelve a pasar.
Por el momento, ya pasó hasta el próximo rebrote del brote. Ahora todos más concentrados en la zombi resurrección económica o en la legislación/regularización de esa nueva forma de esclavitud doméstica que es el teletrabajo. Y toda maniobra formal y modernista y vanguardista ya no tiene nada que ver con la literatura sino con el retorno de una frenética Liga de fútbol y eso del público virtual y sonido ambiente.
Y Barcelona --sin turistas a los que servir-- es un páramo de pocas palabras. Y un desorientado Rodríguez siente pocas ganas de salir a caminarla hoy. Y no cree que algo vaya a cambiar mucho cuando la distancia de seguridad se reduzca a 1,5 metros y el retiro de posibles contaminados a 10 días y se haya entrado en un tiempo experimental en el peor sentido del término.
Así que mejor pensar en que no es este 16 de junio de 2020 sino el Bloomsday de todos los años. Ese eco de aquel 16 de junio de 1904 en el que transcurre Ulysses (conmemorado como pública y sacra fecha por primera vez en el cincuentenario 1954). Allí y entonces, el dublinés Leopold Bloom navegando calles y surcando puentes rumbo a su Ítaca propia y privada donde lo espera la orgásmica Molly. Mientras, a este lado de la ficción, James Joyce se cruzaba en primera cita con su futura esposa y musa nada literaria y sí muy práctica Nora Barnacle (a quien ya había avistado por primera vez seis días antes, caminando por Nassau Street e intercambiado unas palabras que llevaron a su primera y definitiva cita). Y se funden el uno con la otra en un banco de parque del suburbio de Ringsend.
La biografía canónica de Joyce (la de Richard Ellmann) da cuenta del encuentro con discreción y apunta que Joyce se presentó con un ojo hinchado por puño de novio de otra chica a la que había intentado manosear la noche anterior. La biografía definitiva de Barnacle (la de Brenda Maddox) completa el retrato de la que a partir de entonces sería despareja pero invulnerable pareja: Nora desabrocha la bragueta de James, mete su mano y --en el decir del escritor, con amplia experiencia con prostitutas y chicas ligeras-- "con pericia sacramental" y "con tu mirada como de santa hiciste de mí un hombre".
Joyce siempre tuvo mala visión, pero fue amor a primera vista.
TRES Y Rodríguez leyó el Ulysses en su adolescencia, mientras buscaba sin encontrar manos como la de Nora (la de su prima Mirta) y acariciaba la edición de Bruguera. La leyó, claro, con la desafiante y omnipresente inconsciencia de quien se siente invencible por tener casi todo por delante sin saber que, en el futuro, el pasado lo será todo. ¿La leyó mal y rápido o la leyó como mejor podía hacerlo por entonces? No importa. ¿Debería volver a leerla? Seguro. ¿Cuándo? Uh... Pero lo suyo fue preferible, piensa, a lo que hacen casi todos y que, seguro, volvieron a hacer durante el aislamiento. Eso de empezar y tropezar y saltar directo al monologante final en trance de Molly (o, mejor, "Los muertos" o, mejor aún, la película de John Huston) como también muchos, en los idus sin vuelta de marzo-abril-mayo pasado, no masticaron más allá de la magdalena del "Combray" de Marcel Proust para después, confinados, irse temprano a la cama.
CUATRO Y aquí viene la encamada y soliloquiante y gibraltareña Molly Bloom como Penélope de Odiseo y Nora de James. Menstrual Molly en llamas (a quien Kate Bush puso voz en "The Sensual World/Flower of the Mountain") y ama y señora de la hasta entonces oración más larga de libro en idioma inglés. La enorme Molly sin mayúsculas ni signos de puntuación, como en las cartas ardientes que Barnacle le enviaba a Joyce. Qué noche la de aquel día, sí, yes, yeah y debería estar durmiendo como un tronco: pero cuando llega a casa y con ella...
Y Rodríguez vuelve a preguntarse cuántos serán los que hoy, en Dublín, festejan mintiéndose a sí mismos no solo su condición de iniciados sino también de terminadores del Ulysses. En cualquier caso, allí van todos con sus iPhones para selfies (ahí esa estatua del escritor caminando) con la novedad de mascarillas y guantes y distancia de inseguridad. Todos (Rodríguez alguna vez estuvo allí, hace años) subiendo temprano por la Martello Tower en Sandycove. Y luego afanarse y ufanarse por los empedrados de Dublín y pasar por Meeting House Square y escala en el pub del 21 de Duke Street (refuerzo con sandwich de gorgonzola y copa de borgoña) y sitio exacto en el que se alzó la farmacia Sweny's Chemist en Lincoln Place y National Library en Kildare Street y playas de Sandymount y comer hasta reventar las vísceras con la nada mediterránea dieta de Leopold Bloom y riñones de cerdo para todos. Y así derrumbarse en el 7 de Eccles St. donde ya no está la casa de los Bloom (hoy se alza allí hospital para atender bloomitas alcoholizados e indigestos) cuyo portal fue preservado de la demolición en 1967 y trasladado al James Joyce Centre.
Con el tiempo, la fiesta se ha extendido por todo el planeta desde Trieste (donde Joyce empezó Ulysses) hasta el finito y más allá. Y, sí, hasta hay todo un libro sobre ese día de novela: yes I said yes I will Yes.: A Celebration of James Joyce, Ulysses, and 100 Years of Bloomsday, de Nola Tully.
Ahora, tantos años después, Rodríguez --como heroico Stephen Dedalus-- camina por unas Ramblas vacías de etílicos turistas irlandeses que sólo entienden al Bloomsday como coartada para otra vuelta y ronda y a ver si hay suerte con alguna Nora o Molly catalana. Y ahí va y aquí viene Rodríguez: su alma cayendo lenta al oír caer la lluvia leve sobre el universo y caer leve, como el descenso de su último final, sobre todos los vivos y sobre los muertos (incluidos o no en listas "congeladas") y su cerebro pulsando enloquecido y no dice no quiero No.