Sin repetir y sin soplar, ¿qué resulta más reconocible de inmediato? ¿La silueta de la mansión Bates allí arriba en la colina, los acordes chirriantes de los violines de Bernard Herrmann o cualquiera de los planos de la secuencia de la ducha? De los 54 largometrajes filmados por Alfred Hitchcock a lo largo de su carrera ninguno ha permeado tanto en la cultura popular como Psicosis, empujando al mismo tiempo los límites de la autocensura de Hollywood y sentando las bases para varios subgéneros del terror y del suspenso por venir. La extraña historia de Norman Bates, su madre y la pobre Marion Crane –que puede verse en nuestro país en plataformas como Netflix y Qubit– está de festejo: hoy se cumplen sesenta años de la premiere neoyorquina de un auténtico clásico de clásicos, de quién el propio Hitch llegó a decir, en una entrevista con la BBC redescubierta hace algunos años, con su clásico sentido de la ironía, que “el contenido era bastante divertido, como un gran chiste. Me horrorizó descubrir que mucha gente se la estaba tomando seriamente”. ¿Cómo llegó el “maestro del suspenso” –a esa altura de su filmografía consolidado como un ejemplo cabal de cineasta taquillero y, al mismo tiempo, autor por antonomasia según la crítica más cinéfila– a ponerse detrás de una película de presupuesto moderado, rodada con un equipo de técnicos formados en la televisión y un contenido más salvaje que todo lo que había creado hasta ese momento?

Se ha escrito tanto sobre Psycho (el título original no remite al diagnóstico sino al paciente), se han hecho tantos análisis cinematográficos, culturales y sociológicos, se han considerado tantos ángulos para hablar de su eficacia y legado que cualquier intento de originalidad está considerado al fracaso seguro. La cantidad de libros publicados sobre la película –incluido el volumen autobiográfico de Janet Leigh, la actriz de la primera parte del relato– supera con creces la de aquellos dedicados a otras grandes obras cinematográficas de la historia del cine y no hay escena o plano que no haya sido investigado hasta el último detalle, incluido aquello que habita en el fuera de cuadro. “Psicosis surge totalmente del libro de Robert Bloch”, declaró Hitchcock en su momento, pero no hay ningún indicio de la genialidad del film en el libro homónimo publicado en 1959, menos de un año antes de que su adaptación a la gran pantalla tuviera un estreno comercial. El texto, a su vez, estaba basado muy libremente en el caso real de Edward Theodore Gein, alias “El carnicero de Plainfield”, un ermitaño de Wisconsin aficionado al asesinato de mujeres, el robo de tumbas y la fabricación casera de objetos con partes de los cadáveres. La particular relación de Gein con su madre llegó a las páginas del libro de Bloch y, consecuentemente, a las imágenes y sonidos de Psicosis.

Dice la leyenda que el gran realizador británico, quien todavía estaba disfrutando del éxito de la recientemente estrenada Intriga internacional, le pidió a su asistente una copia de ese libro que el New York Times había puesto por las nubes. Según describe Stephen Rebello en su esencial Alfred Hitchcock and the Making of Psycho, “Bloch había logrado sumarle al género gótico un tratamiento sexual y freudiano, revitalizando elementos gastados por el uso como el concepto de la Vieja Mansión Oscura, la noche tormentosa y la mujer demente encerrada en el sótano”. El propio Hitchcock había hecho lo suyo en su obra maestra gótica Rebeca, una mujer inolvidable, pero es muy probable que en las páginas del libro de Bloch haya olisqueado la posibilidad de crear algo realmente novedoso a partir de sus planteos centrales. Sin que el autor supiera el nombre del futuro director de la adaptación, los derechos fueron adquiridos por apenas 9.000 dólares. Allí comenzaron los problemas: el material de base fue considerado por muchos productores como demasiado sórdido y potencialmente ofensivo.

Lejos del pataleo, la respuesta de Hitch fue cortante y directa: él mismo financiaría el proyecto, filmando en un par de sets alquilados a los estudios Universal, los mismo que se utilizaban regularmente para su célebre show televisivo, Alfred Hitchcock presenta. Paramount Pictures accedió a distribuir la película una vez terminada, pero no le pagaría al director el sueldo estipulado en condiciones normales, optando en cambio por ofrecerle el 60 por ciento de los derechos intelectuales. La movida tendría finalmente un efecto económico notable en las cuentas bancarias del director de Vértigo: Psicosis se transformaría en poco tiempo en un batacazo de taquilla y su autor ganaría con ella mucho más dinero que con cualquiera de sus películas previas o futuras. Genio del cine y también de las campañas publicitarias –con su propia figura como centro de atracción de las miradas–, el concepto hoy ubicuo del spoiler formó parte indisoluble del lanzamiento de Psicosis, alertando al espectador sobre el hecho de que contar la trama atentaba contra el disfrute de todos aquellos que aún no habían podido verla. La clave descansaba en la célebre escena del primer homicidio, durante el cual el personaje interpretado por la “estrella” de la película –una cortina de humo, desde luego– es asesinado sorpresivamente. ¿Quién iba a suponer que Janet Leigh sería despachada sin más preámbulos antes de que el metraje llegara siquiera a la mitad de su recorrido?

Desde los primeros acordes de Herrmann solapados a la minimalista secuencia de títulos creada por Saul Bass hasta los pájaros disecados que habitan el parlour de Norman Bates (Anthony Perkins en su rol consagratorio) detrás de la recepción del motel han logrado transformarse en momentos iconográficos, “objetos” inmediatamente reconocibles y, valga la paradoja, reconfortantes. No hay nada más estimulante que volver a transitar las rutas junto a Marion y sufrir el acoso del policía rutero, avispado ante la posibilidad de que la fugitiva esté detrás de algo raro. El asunto de los 40.000 dólares robados que se hunden junto con el auto en el pantano, la aparición de un detective privado y el eventual equipo de investigación conformado por la hermana y el amante de la joven desaparecida, la misteriosa señora Bates que pasa de la enfermedad inmovilizadora al frenesí del crimen. Y, desde luego, el asesinato en la ducha, con sus 45 segundos, 78 posiciones de cámara y 52 cortes de montaje, la limpieza del baño y el cuarto, el automóvil que no termina de hundirse, el lento ascenso y velocísimo descenso de Martin Balsam por las escaleras de la mansión, el descubrimiento más horripilante en el sótano. Cada idea, cada imagen, cada sonido perfectamente enlazados con los anteriores y aquellos que les siguen.

Para el maestro del suspenso, según se detalla en esa biblia cinéfila llamada El cine según Hitchcock –el libro de entrevistas firmado por François Truffaut–, “mi principal satisfacción es que la película ha actuado sobre el público, y es lo que más me interesaba. El argumento me importa poco, los personajes me importan poco, lo que me importaba es que la unión de los trozos del film, la fotografía, la banda sonora y todo lo que es puramente técnico podían hacer gritar al público. Creo que para nosotros cineastas, es una gran satisfacción utilizar al arte cinematográfico para crear una emoción de masas. Y con Psicosis lo hemos conseguido. No es un mensaje lo que ha intrigado al público, no es una gran comunicación lo que ha conmovido al público. No era una novela de prestigio lo que ha cautivado al público. Lo que de verdad ha emocionado al público era el film puro”. La trama, entonces, como excusa. Es sabido que Hitchcock eliminó (o bien nunca filmó) varias escenas presentes en el guion de Joseph Stefano, momentos y situaciones explicativas del carácter o la psicología de los personajes que el realizador consideraba innecesarias, cargas que frenaban el ritmo de la narración.

Los otros cortes, al margen de los propiciados por las tijeras de Hitch y el cuchillo de Bates, fueron los de la censura, que intentó ensañarse especialmente con la escena de la ducha, aunque no excluyentemente. Al margen de algunos pocos segundos que resurgieron en una copia europea (ver recuadro “La versión alemana”), los censores atentos a los dictados del Código de Producción no lograron ponerse de acuerdo en cuántos centímetros de la piel de Leigh y su doble de cuerpo (una modelo llamada Marli Renfro) podían verse en pantalla. Otro golpe de genio de Hitchcock y el editor George Tomasini, quienes previendo los conflictos por venir lograron un montaje de imágenes que logran sugerir mucho más de lo que muestran. La otra escena problemática era el comienzo, la despedida de los amantes en el hotel, los abrazos y besos con una Janet Leigh paseándose en ropa interior. Las ideas y vueltas con los censores continuaron durante una semana, aunque finalmente no serían tantos los planos eliminados del montaje final. Para Janet Leigh, Psicosis ha perdurado precisamente “gracias a las restricciones impuestas. No es demasiado complicado tomar una imagen de un arma letal aparentemente cortando un cuerpo desnudo, con la sangre saliendo a borbotones. Algo que hoy es tolerado. Pero mucho más complejo es presentar la ilusión de que eso está ocurriendo. Hitchcock le permitió al público crear aquello que creían estar viendo. Y cuando la audiencia se convierte en una parte del proceso creativo es imposible que luego lo olviden”.

Hitchcock nunca imaginó que Psicosis tendría descendencia, pero los años vieron nacer la posibilidad de una suerte de franquicia que continúa activa hasta el día de hoy. Las cuatro secuelas originales –tres de ellas con la participación de Anthony Perkins– fueron seguidas por la remake plano-a-plano y en colores de Gus van Sant y una serie televisiva, Bates Motel, que describe la infancia y juventud del asesino titular. Los estudios Universal, desde luego, presentan la mansión Bates como una de sus principales atracciones y la escena de la ducha ha sido homenajeada en el cine y la tevé en más oportunidades que la secuencia de las escaleras de Odessa de El acorazado Potemkin. La potencia y el encanto de la película original nunca podrán ser superados. Otro logro, entre tantos, de uno de los más grandes directores en la historia del cine. ¡Feliz cumpleaños, Psicosis!

Hitch, el perfeccionista

Suele decirse que Hitchcock “tenía las películas en la cabeza” y que, al momento del rodaje, cada posición de cámara o de los actores, cada línea de diálogo y movimientos en el cuadro, cada detalle de la puesta en escena estaban perfectamente planificados. Es sabido que Hitch no filmaba “planos de cobertura” para insertar luego en el montaje, de manera tal que al llegar a la sala de edición sólo había una manera posible de ensamblar los fragmentos. Esto último puede sonar a exageración, pero lo cierto es que el proceso de preproducción de cada una de sus películas era tan intenso como los rodajes –tal vez más, incluso– y pocas cosas quedaban libradas al azar. Según relata Janet Leigh en su libro Psycho: Behind the Scenes of the Classic Thriller, “en su escritorio, Hitchcock tenía un modelo a escala de cada uno de los sets usados en la película, completo con sus muebles, paredes movedizas y pequeños muñecos haciendo las veces de personas”. De esa manera, el cineasta podía planificar a la perfección las posiciones y movimientos de la cámara antes de pisar el set por primera vez.

La versión alemana

El extraño caso de la versión alemana de Psicosis nunca ha sido resuelto, aunque es probable que los espectadores del film en 1960 vieran una película diferente a la proyectada en los diversos reestrenos y a las copias exhibidas en televisión o editadas en formatos hogareños en las décadas siguientes. Lo cierto es que, en los años 80, la tevé alemana comenzó a emitir una copia que llamó la atención de los cinéfilos más detallistas: tres escenas eran ligeramente más extensas que en la versión “oficial”. Editada en Alemania el año pasado en formato bluray, para delicia de los fans, esta Psicosis suma apenas unos veinte segundos de metraje inexistentes en otras copias y en la memoria de los espectadores. La primera imagen extra aparece justo antes de la escena de la ducha y en ella puede verse a Janet Leigh quitándose el corpiño ante la mirada atenta de Norman Bates. No hay desnudez, pero el plano es bastante más explícito que en las copias usuales. La segunda diferencia llega pocos minutos después, luego del crimen: antes de comenzar con la limpieza meticulosa del baño, Bates camina con las manos ensangrentadas y procede a lavárselas en el lavabo. En la copia alemana, los dos planos que integran ese momento sanguinolento continúan durante varios segundos más. Finalmente, el asesinato del detective Milton Arbogast incluye en la copia germana no uno sino tres cuchillazos antes del fundido a negro. Pero, ¿de donde salieron esos planos y quién los eliminó del corte que circula en todo el mundo desde hace décadas? No hay una respuesta certera, pero todo parece indicar que esas imágenes estaban presentes en la versión original de 1960, pero fueron eliminadas algunos años más tarde, a partir del primer reestreno en 1965. El culpable de esos cortes permanece oculto en las nieblas del tiempo.

Psicosis según Hitchcock

por Alfred Hitchcock*

 

Le apuesto lo que quiera a que en una producción corriente hubieran dado a Janet Leigh el otro papel, el de la hermana que investiga, pues no hay costumbre de matar a la estrella en el primer tercio del film. Por mi parte, el asesinato de la estrella era voluntario, pues de esta manera resultaba todavía más inesperado. Esta es la razón, por otra parte, de que insistiera posteriormente en que no se dejara entrar al público después de comenzado el film, ¡pues los retrasados hubieran esperado ver a Janet Leigh después de que ella abandonara la pantalla con los pies por delante! (…) Mi orgullo relacionado con Psicosis es que este film nos pertenece a nosotros, cineastas, a usted y a mí, más que todos los films que yo he rodado. No conseguirá tener con nadie una verdadera discusión sobre este film en los términos que empleamos desde este momento. La gente diría: “Es algo que no hay que hacer, el argumento era horrible, los protagonistas eran pequeños, no había personajes...” Esto es cierto, pero la manera de construir esta historia y de contarla ha llevado al público a reaccionar de una manera emocional. Me es igual que se piense que se trata de un pequeño o de un gran film. No lo emprendí con la idea de hacer una película importante. Pensé que podía divertirme realizando una experiencia. El film no ha costado más que ochocientos mil dólares y he ahí en lo que consistía la experiencia: “¿Puedo hacer un largometraje en las mismas condiciones que un film de televisión?” Utilicé un equipo de televisión para rodar con mayor rapidez. Sólo hice más lento el ritmo de rodaje cuando rodé la escena del asesinato bajo la ducha, la escena de la limpieza y una o dos más que señalaban el transcurso del tiempo.

*El cine según Hitchcock, de François Truffaut (Alianza Editorial)