El 16 de junio 1955 es un día para recordar que el odio de clase no es un pasado en nuestra vida política y social; fue, (es) la prueba que ese pasado late como presente en un sector social, no homogéneo pero similar en cuanto a sus agresiones, sus miedos, su retórica y en la demonización o culpabilización del otro en el que se refugian para conjurar su racismo, su odio sostenido en supuestasdistinciones o jerarquías o herencias, antepasados, su dibujado curriculum, se podría decir.
Del otro lado están los que solo tienen un presente incierto pero alguna esperanza de no seguir siendo empobrecidos, excluidos, humillados, sometidos por los poderes económicos que deciden cómo mejor apropiarse del patrimonio público, cómo defraudar al erario nacional creando empresas fantasmas o mamushkas para esconder titularidades y diluir responsabilidades patrimoniales y penales; también en cómo utilizar guaridas fiscales para la fuga de sus dineros al exterior, para no pagar impuesto personales, y cómo mejor exhibir su suntuosa vida ante los distintos en lugares exclusivos de su vida personal y donde tejen en relaciones con otros como ellos, maniobras delictivas.
Estamos asistiendo en los últimos tiempos a una exacerbación del odio, hasta ahora solo verbal que han acumulado y que se ha desbocado luego de la intención del gobierno de los Kirchner en el 2008 de aumentar las retenciones a las exportaciones agropecuarias, que les producía una importante cantidad de dólares que en gran parte fugaban al exterior.
Es cierto que la codicia alimenta el odioy ambos han acompañado la evolución humana y por lo tanto la de nuestro país. Los dos tienen una historia, me tienta decir genealogía, con la conquista de territorios, recursos naturales, personas y que formaron parte del proceso civilizatorio al que Norbert Elías en su notable trabajo socio-cultural casi lo redujo a la disminución de la simbología de la agresión interpersonal entre europeos mientras llevaban la conquista, la violencia y la codicia a la explotación colonial de regiones y pueblos de Asia, Africa y América. Esto es el desarrollo histórico de la civilización siempre acompañado por su barbarie, la conquista.
Este avance civilizatorio triunfal se produjo a la par de la amenaza de los sobrevivientes, sometidos, y la presencia fantasmal de los desaparecidos. La dictadura cívico-militar del 76-83 tampoco logró conjurar la amenaza de que los fantasmas volvieran no obstante haberlo intentado con el asesinato o la desaparición de militantes, de simpatizantes, de familiares, de apropiarse de sus hijos.
No pudieron realizarlo porque ello es una imposibilidad estructural: paradójicamente, la conquista necesita de los conquistados de los vencidos porque son éstos los que deben trabajar y también reparar así el “gasto” que le insumió a los conquistadores. El capital, expresión de otra conquista, necesita una sociedad de dos clases, una de propietarios solo posible por la existencia de otra sociedad, de no propietarios que deben realizar los trabajos que le harían perder status a los propietarios; una sociedad de privilegiados y muy ricos y una sociedad de empobrecidos. El odio es la expresión de la sensible percepción de la amenaza latente de esta otra sociedad no desaparecida.
La larga historia del odio es parte nuestra historiografía: con las guerras civiles y el proyecto de consolidación del territorio nacional le impuso a los conquistados la barbarie de la civilización que enunciaron como “orden y progreso”. Esa barbarie se prolongó en nuestro país por muchos años, con diversos hitos, que solo voy a resumir.
Dos familias de grandes terratenientes propietarios de numerosas estancias dedicadas mayoritariamente a la explotación lanera se fusionaron en 1907: los Braun y los Menendez, producto, dicen, de una pasión amorosa incontenible y se apropiaron de más de un millón de hectáreas en Tierra del Fuego y en Santa Cruz que pertenecían a los pueblos originarios Onas como los Selk´nam, Yámanas, Qawasqar o Alakalufes que habitaban esas tierras. Para hacerlo, tuvieron que consumar un verdadero genocidio del que han dado cuenta José María Borrero en su libro La Patagonia Trágica, Osvaldo Bayer en La Patagonia Rebelde y también la novela de David Viñas, Los dueños de la Tierra. Los conquistadores, entre los que había empresarios ingleses y alemanes además de los Braun Menendez, llevaron la barbarie a la conquista de las tierras de la Patagonia prosiguiendo la apropiación de otros millones de hectáreas.
En 1920, con la excusa de que la Gran Guerra 1914-19, hizo bajar el precio de la lana, redujeron el salario de los esquiladores, de los peones rurales, de los arrieros a niveles menores a la subsistencia, lo que desató una huelga general que luego de un primer acuerdo incumplido por los patrones, se acrecentó el conflicto; ante el pedido de la Sociedad Rural y del establishment, el presidente Irigoyen decidió poner “orden” enviando el ejército al mando de un coronel de nombre BenignoVarela, que fusiló a más de mil trabajadores rurales.
En esos mismos años del siglo XX se produjeron otros conflictossignados también por el odio y la sangre: en 1919, la huelga de los trabajadores de los Talleres Vasena apoyada por otros sectores declararon una huelga general por mejores condiciones de trabajo que fue respondida por una brutal represión del Ejército. El escritor Diego Abad de Santillán computa 1500 muertos y 5 mil heridos. Tal represión fue apoyada por la Liga Patriótica, una institución paraestatal que asesinó cientos de obreros y renacida en los años 70 con las Tres A.
Ya a finales del siglo XIX, el gobierno nacional decidió la Conquista del Gran Chaco, desde el norte santafesino hasta el Pilcomayo, una inmensa zona boscosa habitada por pueblos indígenas, Mocovíes, Tobas, Pilagás, Wichis, Qom, la mayor parte de ellos diezmados ysituación que se ha prolongado hasta la actualidad. En el norte santafesino se abrió la explotación comercial del quebracho colorado en 1907 por intermedio de una compañía inglesa, La Forestal, que ocupó para los trabajos en el monte a indígenas, los “mensú” mentados por Horacio Quiroga, y a obreros para la extracción del tanino. En 1920, ante las condiciones inhumanas, los trabajadores decretaron una huelga que sufrió una feroz represión por parte de una fuerza policial financiada por la empresa denominada Gendarmería Volante, causando el asesinato de unos 600 obreros, torturas, violaciones y quema de viviendas.
Ahora bien, el odio de las clases altas, como decía, no puede dejar de ser el motor de su acción política por la presencia de esa otra sociedad y una resistencia, real o temida por parte de los conquistados.
Avanzado el siglo, el 16 de junio de 1955 se produjo un intento fallido de golpe de estado contra el gobierno constitucional del general Perón. Mostrando el odio de clase que lo animaba, aviones navales, algunos de ellos tripulados por militares que reaparecerían en 1976 como el almirante Masera, descargaron bombas sobre la multitud pacífica congregada en la Plaza de Mayo para apoyar al gobierno y ametrallaron a los manifestantes, dejando un centenar de muertos y más de mil heridos.
Recordemos que luego del triunfo del Golpe de Estado del 16 de setiembre de 1955 se convocó en octubre a una Junta Consultiva formada por seis partidos políticos que desde 1945 fueron un bloque opositor: la Unión Cívica Radical, el Partido Demócrata, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Unión Federal (nacionalistas) presidida por el almirante Rojas.
Al año siguiente, el 9 de junio de 1956, un grupo de oficiales y suboficiales comandados por el general Valle intentó una sublevación que fue inmediatamente sofocada sin que se produjera ningún muerto.
La Junta Consultiva con sus partidarios convocó el 10 de junio de 1956 a un acto en Plaza de Mayo en apoyo al gobierno militar reclamando que no hubiera perdón para los sublevados del día anterior.
El gobierno de Aramburo y Rojas ordenó al día siguiente el fusilamiento clandestino de militantes peronistas en los basurales de León Suarez y el 12 de junio en un cuartel militar ordenó fusilar al general Valle y a 26 suboficiales. Rodolfo Walsh, en 1957, exhumó este hecho histórico silenciado y olvidado en su libro Operación Masacre, he hizo conocer la carta del general Valle al presidente Aramburo, al que le decía “Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido... Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo... Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse”.
El mismo odio, la misma sangre.