Cuidado con las ofertas. Guiados por una sugestiva carta de hongos, Marcelo Zeoli y su esposa Rosario recalaron en Ámsterdam y se acuartelaron en uno de los cuartos del hotel y coffee-shop Voyagers. Parado resueltamente en ropa interior, mientras esperaba los efectos como si fueran el próximo colectivo, Zeoli fumó sus cigarrillos mirando a través del ventanal. “Creo que en esa foto ya estoy directamente invadido por la magia –dice el ex cantante de Los Látigos, sobre la tapa de su nuevo disco-. Como si estuviera contemplando una gran sonrisa en el cielo. Cuando la vi me gustó porque era sencilla, romántica y tenía mucho que ver con el nombre: Desposeído. No solo estoy en calzones, sino que mi sensación era que no necesitaba nada más que eso que estaba ocurriendo ahí. En todo caso, necesitaba que se me pase (risas)”. El guionista de la realidad, como es fama, tiene más imaginación que los escritores de Netflix. Unos meses más tarde, cuando Zeoli decidió que esa foto sería la tapa de su segundo disco como El Dependiente, exactamente todos estábamos mirando el mundo por una ventana: atrapados en el año del pensamiento mágico.
Entre la edición de Mensaje Nuevo (2011) y el flamante Desposeído pasó casi una década. Si bien hubo pocas noticias de su música, Zeoli parece haber aprovechado el período para seguir a rajatabla uno de los diez mandamientos de la Tabla de la Ley Melereana: “no te preocupes por tener una carrera; preocupate por tener una vida”. Así, una vez que cerró el ciclo de presentaciones de aquel primer disco con una gira por México, Zeoli se separó (“estuve un poco ajoba por eso”), escribió un puñado de relatos, los perdió, se puso al frente de un negocio, ordenó sus finanzas, empezó a grabar un disco, lo abandonó, compró una casa derruida, la acondicionó, viajó y, sobre todo, volvió a enamorarse. No es poco.
Dos eventos casi simultáneos trazaron la dirección estética de Desposeído. Por un lado, la grabación de “Orbitando” para aquel disco tributo a Los Encargados del sello El Libertador. Por otro, un concierto acústico junto Guillermo Rodríguez de Avto. “Seríamos unas cuarenta personas, pero tuve una sensación… me gustó que me estaban prestando atención. Cuando tocás en lugares nocturnos, entre el público vale todo: hablar, irse y volver, gritar, darse vuelta. Me gustó saber que estaba siendo escuchado”.
A partir de ahí, comenzó a recortarse tanto el puñado de canciones como su –para usar una palabra del catálogo de Los Látigos- aproximación. Asistido por Yuliano Acri como co-productor, privilegió la emoción más sincera y menos conceptual. El arreglo sin fórmula. El texto y la armonía por encima del ritmo. Piano, guitarra española, Rhodes, algunos sintes, algunas cuerdas. Ocho canciones semi-desnudas envueltas por una bruma ambient. “Soy muy fan de los primeros cuatro discos de Eno –precisa Zeoli-. Y de la entidad que es Leonardo Favio: como cineasta, como artista, como cantante, como actor. Me gusta su figura. También estuve escuchando un poco de jazz, lo más básico: Miles. Y creo que la atmósfera del canto de Chet Baker es, definitivamente, una influencia para este disco. Por otro lado, intenté hacer canciones folklóricas. Se puede notar más en ‘El ciclo celestial’ o ‘Secretos con tu nombre’. Pensé que de alguna manera estaba haciendo un disco de folklore. Cuando le contaba esto a Daniel me decía que en Rocío había intentado hacer un disco de dub. Creo que abordar las cosas con un conocimiento mínimo pero creer que tenés un conocimiento necesario, te da una libertad y un plus que está bueno”.
El resultado se inscribe en una tradición iconoclasta del rock argentino: el disco de indagación espiritual y amorosa asistida por los amigos. Una saga capaz de contener arrojos tan disímiles como Travesti y Artaud, pasando por Vital de Leo García o Un hombre solo no puede hacer nada de Ariel Minimal. Aquí, apuntalado por cómplices como Daniel Melero, Leo García, Carola Bony y Bruno Albano de Banda de Turistas, Zeoli parece meterse de noche en una pileta casi uterina. “No quiero ser como fui antes / ni pensar como pensé antes –canta-. Yo sé que en un lugar escondes / un secreto con tu nombre”. Una celebración silente de la experiencia que, en cierto modo, parece a contramano de las stories de Instagram.
Nada demasiado extraño. Excepto Premier, el primer disco de Los Látigos (que la propia banda amonestó por “demasiado contemporáneo”), Zeoli siempre trabajó a destiempo. “Revisándome un poco, supongo que esa desobediencia viene del rock nacional –asume Zeoli-. De muy chico, me topé con ese rock nacional que estaba fuera de temporada total: Pescado Rabioso, Manal, La Pesada del Rock & Roll. Yo andaba con mis discos de Soda Stereo y Virus hasta que un vecino del laburo de mi viejo me pasó toda esa data en vinilo… ¡Desatormentándonos! Creo que eso me marcó para componer. A nivel lírico, el rock nacional de ese momento está entre lo más elevado de la cultura pop”.
Como corresponde a una banda joven de su calibre, Los Látigos ingresaron en el circuito de El Dorado y el área de influencia de Sergio De Loof sin pedir permiso de circulación. Un poco amadrinados por Patra Ariño (la cantante de Reina Limonada, Chanel y Exeroica) y protegidos por su propia arrogancia, aquellos muchachos de Quilmes se metieron como polizones en la última carabela del Nuevo Rock Argentino. Pose (2001) , su segundo disco, los despojó generacionalmente: una relectura de la herencia de Virus y Los Encargados en el preciso momento en el que las bandas del mal-llamado “rock barrial” alcanzaban estatus elefantiásico. Luego, mientras se imponía el interregno de los festivales esponsoreados, Zeoli le dedicaba “Cuál es tu rock” a “todas las bandas con mánager”. Los Látigos, en ese sentido, no eran precisamente diplomáticos.
Casi sin querer, llegaron a morder la torta. “Luces sensacional” trepó en la consideración de las radios y, cuando un agente mexicano vino a reclutarnos para el Vive Latino, no supo con quien hablar: Los Látigos, en efecto, no tenían mánager. El pop epifánico de Primeros auxilios (2007) los encontró en las puertas del olimpo. “Nos separamos en un buen momento –dice Zeoli-. No recuerdo bien cuál fue el motivo, tal vez Gonzalo (Campos, guitarrista y fundador) sí. Era una época muy desgastante porque nos iba muy bien en México, volvíamos acá y nos costaba convocar gente. En el momento en el que no tuvimos más ganas de tocar, se cortó. No hubo agonías. Pasó lo que tenía que pasar y aprendimos mucho de la separación. Por ejemplo, a valorar lo que habíamos conseguido. Artísticamente también estuvo bien: Gonzalo hizo OK Pirámides con Julián (Della Paolera) y yo llegué a este material que me enorgullece profundamente. Supongo que esas son las consecuencias de las decisiones que tomamos”.