Si la historia fuera circular, Donald Trump se parecería cada vez más a Herbert Hoover. El presidente de Estados Unidos durante la Gran Depresión era republicano como el magnate. Ganó las elecciones de 1928 pero cuatro años más tarde intentó ir por el segundo mandato y terminó en un rotundo fracaso. En 1932 la pandemia era económica. En enero una movilización de decenas de miles de trabajadores desempleados marchó desde Pittsburgh, Penssylvania, hacia Washington. La lideraba un sacerdote católico llamado James Renshaw Cox. Seis meses después, el 17 de junio, nacería lo que se llamó el ejército de los bonos, popularente conocido como Bonus Army. Estaba formado por veteranos de la Primera Guerra Mundial que se instalaron frente al Capitolio -donde funciona el Congreso- para presionar que se votara una reparación por los servicios prestados. El reclamo consistía en hacer respetar una vieja tradición estadounidense: desde 1776 y en cada conflicto bélico, los soldados aspiraron siempre a cobrar una compensación por la diferencia entre la paga recibida al alistarse y lo que podrían haber percibido si no eran enviados al frente de batalla.
Aquel 17 de junio de 1932 el Senado rechazó un proyecto de ley que dejó a 17 mil ex combatientes en ascuas. La derrota política no intimidó a esos desocupados que habían peleado en Europa contra los ejércitos del Kaiser Guillermo II quince años antes. EEUU le había declarado la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917. Los veteranos decidieron replegarse hacia los campamentos que habían montado muy cerca del Capitolio. No se movieron de ahí. Los acompañaban sus mujeres y niños en esos reductos al aire libre a los que se llamaba Hooverville. El nombre había sido elegido por un político del Partido Demócrata para parodiar al presidente. Así se identificaba a los barrios improvisados con maderas y lonas que se extendían a lo largo del país y en los que vivían como podían decenas de miles de homeless que habían perdido todo. Al ejército de desamparados del Bonus Army lo lideraba un exsargento: Walter W. Waters.
Hoover fue más lejos que Trump al sofocar la protesta social de 1932. El actual presidente anunció el 1° de junio la posibilidad de que las fuerzas armadas reprimieran las movilizaciones contra el racismo tras la muerte de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis. Pero no le dio el cuero o porque el jefe del Pentágono, Mark Esper, lo desautorizó un par de días después. Fue cuando con la humildad que lo caracteriza, el inquilino de la Casa Blanca pronunció una frase que quedará para la posteridad: “He hecho más por nuestra población negra que ningún otro presidente, con la posible excepción de Abraham Lincoln”.
Al Bonus Army le tiraron encima primero la policía y después el ejército el 28 de julio del ’32. Los veteranos y sus familias solo tenían como patrimonio una buena parte de aquellos certificados de compensación por la Primera Guerra. Unos 3,7 millones de papeles se habían emitido en 1924 mediante una ley. Los campamentistas pretendían que se les adelantara la liquidación de esos bonos que recién serían ejecutables en 1945 con sus respectivos intereses. La respuesta que recibieron fue el desalojo de sus carpas y precarias barracas instaladas muy cerca de la Casa Blanca. El presidente no quería que se extendieran por el país las Hooverville que recordaban su apellido. Serían una presencia incómoda para sus aspiraciones reeleccionistas ese mismo año.
La policía mató a dos veteranos y no pudo cumplir su cometido de echarlos de la avenida Pennsylvania. Entonces intervino el ejército. El fiscal general William D. Mitchel había ordenado expulsar a los manifestantes de Washington y para ello contó con los servicios prestados por tres altos oficiales que se convertirían en celebridades durante la Segunda Guerra Mundial. El general de cuatro estrellas Douglas MacArthur que había sido nombrado en 1930 jefe de Estado Mayor del Ejército, su ayudante el mayor Dwight D. Eisenhower – futuro presidente de EEUU. - y el mayor George S. Patton.
Bajo el mando del trío los soldados desalojaron a los veteranos y sus familias con todo lo que tenían a mano. Utilizaron desde tanques que pasaron por encima de sus campamentos y tropas de infantería con la bayoneta calada hasta la caballería sable en mano y el gas tóxico adamsite que ya se empleaba en la década del ’30, lo que ahora llamaríamos vulgarmente gas lacrimógeno. Les quemaron sus carpas a los hombres, mujeres y niños que reclamaban lo que después conseguirían durante la presidencia de Franklin Roosevelt.
Las crónicas de la época atribuyen a MacArthur que se ensañó contra los del Bonus Army. Cuando Hoover ya había quedado satisfecho con el desalojo, el general que acuñó su famosa frase “Me voy pero volveré” durante la Segunda Guerra inició un segundo ataque contra los veteranos de la Primera. El saldo de la represión arrojó dos muertos, 55 heridos, 135 detenidos y una mujer que perdió su embarazo. Washington ardía con el Capitolio de fondo. MacArthur diría en conferencia de prensa tras los sucesos: “Llegaron a la conclusión de que iban a tomar el control del gobierno de manera arbitraria…”.
Durante su presidencia, Calvin Coolidge, el antecesor de Hoover vetó la ley de Bonificación para los veteranos, pero su decisión fue desafiada por el Congreso que hizo cumplir esa normativa de la Primera Guerra Mundial. Votada el 19 de mayo del ‘24 contemplaba el pago de 3 mil 600 millones de dólares en certificados de deuda. La moraleja que dejó el episodio del Bonus Army es que Roosevelt, quien se oponía en la campaña electoral de 1932 a cederles terreno a los manifestantes, le ganó las elecciones a Hoover y durante su presidencia cambió de opinión. Permitió que se instalara el campamento de nuevo en mayo de 1933 y envió a su esposa, la escritora y militante Eleanor, a dialogar con los veteranos de guerra. Hasta les ofreció trabajo en el denominado Cuerpo de Conservación Civil, un programa estatal de ayuda laboral para jóvenes de EEUU que duró entre 1933 y 1942.
Trump no habría llegado todavía a la tasa de desocupación de la gran depresión – se estima que alcanzó al 25 por ciento en la década del 30 -, aunque su política favoreció la propagación del coronavirus con su secuela de millones de contagiados y decenas de miles de muertos. Como si fuera poco, también le explotó el irresuelto conflicto racial que en EEUU cruza tres siglos. El presidente-magnate todavía cree que podría reverdecer el American way of life camino a las elecciones del 3 de noviembre. Su intención de voto se desploma, como la de Hoover en 1932.