"No te regalan un reloj, tú eres el regalado,/ A ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj". Fragmento de Instrucciones para dar cuerda al reloj, de Julio Cortázar.

 

Muchos pacientes que llegan al consultorio trayendo como motivo de consulta el consumo problemático de drogas, relatan un tiempo inicial en que contaban con la capacidad de manejar o controlar la sustancia consumida. "Yo sabía cuándo parar". Es decir, se trata de un sujeto que afirma su voluntad para maniobrar el objeto de consumo. Sin embargo, esa capacidad de "control" se termina en un momento, cediendo terreno a una compulsión destructiva. Esto los enfrenta, irremediablemente, con un infierno florido, recapitulando el oxímoron del cuento citado de Cortázar. Destituye la voluntad (o el deseo) del sujeto, y le devuelve una dosis de goce mortificante como premio consuelo.

Puede pensarse en esos casos que ahí el propio deseo queda entrampado y reducido en la lógica propia de la necesidad porque hay un sujeto que no quiere saber nada del deseo y su causa. El deseo en cuanto tal no puede prescindir de la existencia del Otro (el Otro social, el Otro del lenguaje, el Otro del sexo). Otro que nos ha distanciado irreversible y definitivamente de la necesidad y de la existencia en el mundo real de un objeto que lo colma. Por eso al deseo no se accede, nunca, sin el vacío concomitante. Dice el escritor Pablo Ramos en su experiencia autobiográfica (Hasta que puedas quererte solo, página 56): "La droga es, mientras uno la consume y la tiene y cuando el cuerpo resiste, un alma artificial que nos da la sensación de ocupar provisoriamente ese lugar que sentimos vacío... nos hacen sentir completos. Pero mientras nos regalan esa momentánea sensación cavan subrepticiamente en nuestra alma, en nuestra mente y en nuestro cuerpo un pozo inconmensurable, un agujero negro de una gravedad descomunal, donde nuestra luz, la poca o mucha luz que podamos tener, se ahoga; y donde todo se detiene y se tritura".

Sería apropiado creer que en la adicción hay un goce que intenta capturar y configurar un objeto (el tóxico) que sería suficiente para colmar "la" necesidad. Queda así el par simbiótico del sujeto con el tóxico no habiendo ya lugar para más nada, para más nadie. Desenganchados del Otro, todo el acontecer cotidiano se reduce a armar su vida en relación a la búsqueda de la sustancia o a la espera del momento para consumirla.

Es el propio cuerpo el único depositario y garante de una posible satisfacción. Es posible pensarlo desde el último Lacan como Goce de Uno doblemente entendido, primero en tanto no quiere saber nada con el Otro, y luego porque aislado de la cadena significante no produce una significación (Por ejemplo, el uso de la droga como articulador del lazo social, o como parte de un ritual).

El motor de la búsqueda es hacia un objeto que sacíe. Produciendo algo diferente al "no todo" propio del deseo, siendo más bien un "todo y más". En el saciar se crea la ilusión que nada escapa o queda, entre lo pretendido y lo obtenido. Se niega la misma falta y el cuerpo aparece en el plano imaginario como lugar de pretendida completud. Camino que va de un goce autoerótico a un goce autodestructivo, El adicto queda entonces como ofreciéndose a ser objeto, a cosificar su propia subjetividad frente al objeto de consumo. La reiterada frase "estar regalado" cobre toda su dimensión. Él es el regalo que se le entrega incondicionalmente al tóxico.

*Psicólogo (UBA), Particiante TyA (Toxicomanía y Alcoholismo) en EOL Sección Rosario.