La educación en contexto de vulnerabilidad de la vida humana es una situación inédita.

Aprender es un hecho que acontece, ocurre. Las instituciones mejoran, ordenan y valoran esa experiencia. Y esta experiencia, en contexto de pandemia y aislamiento social, requiere de nuevas prácticas a partir de nuevas preguntas.

La Universidad está abierta virtualmente, pero cerrada en el territorio. Sus comunidades confinadas en sus hogares, pero virtualmente trabajando y aprendiendo. No hay saber disponible que nos indique cómo hacer esto.

La reacción apresurada, voluntariosa, heroica fue intentar hacer lo mismo con formatos “virtuales”, aunque ya sabemos que dicho formato cambia la experiencia del aprender. Gran parte del sistema universitario argentino nacional se arroja a la virtualidad, no necesariamente innovando.

Ese modelo de la universidad argentina de gratuidad, masividad, inclusión y calidad, funciona. Produjo destacados profesionales y científicos que siguen mostrando la efectividad del sistema. Al mismo tiempo que mantiene y transforma a nuestro país en un territorio de inclusión y posibilidades para toda persona que desea seguir estudios universitarios.

Con la pandemia ya nada será igual, y el modelo de calidad, otrora muy benéfico para llevar a la comunidad universitaria por el buen camino, no debe resultar un ancla que limite pensar nuevos problemas con parámetros distintos.

Ir al encuentro del saber, siempre distinto, siempre desafiante, recrear distintas formas de aprender. Hoy, más que nunca, se pone de relieve que los contenidos son relativos a la pertinencia que tengan para resolver problemas inminentes y estratégicos. Que la universidad enseñe a pensar reflexivamente situaciones problemáticas, que vamos a tener como comunidad, es más importante que aferrarse a contenidos globales. Priorizar la perspectiva de quien hace la trayectoria de aprendizaje, y en esa diversidad está la posibilidad de creación. Arriesgarse a innovar, en las formas en se construye la clase, o se da cuenta de los aprendizajes.

¿Y qué vendrá después, cuando pase la pandemia? ¿Qué proponer? Aunque dependerá del curso de los acontecimientos, podemos arriesgarnos y decir que: cambiar los planes de estudio de las carreras y también programas dirigidos a solucionar problemas actuales. Aprender a pensar requiere desarrollar acciones concretas orientadas a resolver cuestiones esenciales.

Menos material para estudiar, más desarrollo de la capacidad de pensar y resolver problemas. La calidad no se mide por la cantidad de páginas de un libro o la cantidad a estudiar, sino por lo que aportan esos conocimientos. Proponer la obligatoriedad de acciones solidarias en todo trayecto de estudio e investigación. Autorizar la acción de estudiantes en prácticas concretas que apoyen las redes solidarias que ya existen en la sociedad.

Lo dual llegó para quedarse, la educación virtual y el teletrabajo serán signos de futuro. Falta mucho para ordenar una universidad que mantenga su comunidad lejos del territorio, pero esta experiencia nos mostró que es posible. Y que, bien orientado, esto tiene muchas ventajas para la calidad de vida de la Universidad.

Es posible que la universidad se enfrente a problemas de financiamiento, pero ello no debiera de sumergirnos en una inacción. El futuro requiere activar el conocimiento, activar cuerpo universitario. Por ello, de vuelta de la pandemia, hay mucho por hacer.