Con soltura y al menos una confidencia o chiste por página, Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) desanda su pasión bibliófila en el nuevo título de la colección Lectores de Ampersand. Lectora, y por ende escritora (esa es la primera tesis del libro), reemplaza la memoria más o menos cronológica, más o menos nostálgica, por una antología de lecturas de trabajo. Desde el inicio, Libros chiquitos se vincula con esa dimensión: leer y escribir es un oficio y su nuevo libro se puede considerar un currículum en el que intervienen poetas con pe mayúscula y Nobel incluido (Romain Rolland, Octavio Paz) o sin él: Borges, por supuesto, Nicanor Parra, Alejandra Pizarnik y Néstor Perlongher. 

Gracias a la cadencia de los libros de Héctor Viel Temperley (que Kamenszain conserva, ¡horror!, fotocopiados y anillados), el interés por el efecto narrativo que puede provocar la lectura incluso hasta en la persona más olvidadiza (ella) da lugar a una genealogía sonora: “una suspensión placentera que me atrapa con su ritmo”. Aparecen también escritores contemporáneos como Mariano Blatt, Alejandro Zambra y Cecilia Pavón. Como cuenta Kamenszain en las primeras páginas, la editorial le ha impuesto un mínimo y un máximo de caracteres para su texto, además del plazo de entrega. De vez en cuando, a lo largo de los capítulos se medirá con un libro de Paloma Vidal (que a su vez despliega lecturas de dos novelas de autoras argentinas emigradas) para motorizar su libro por encargo. La tesis se explicita: “Parece haber siempre una cadena de libros que impulsan la escritura de otros”.

“Siguiendo a Macedonio Fernández, lo llamé ‘lectura de ver hacer’, o sea, una lectura que va viendo cómo la escribió el autor –dice la autora de Tango bar-. Pero cuidado, esto no quiere decir que se trataría de una deformación profesional donde en vez de disfrutar de lo que leés, te perdés lo bueno por estar mirando dónde el autor puso una coma. Viene todo junto, el disfrute es enorme cuando mientras leés se despliega ante tus ojos el esfuerzo que hizo el que lo escribió. Parece que te guiñara el ojo”. Libros chiquitos se alista en una búsqueda gestual, de performances privadas y públicas de la literatura, que van desde su cuarto de adolescente con un ejemplar de La náusea en las manos hasta las versiones kitsch de Batato Barea de los poemas pizarnikianos a fines de los años 1980.

En el recorrido que la autora compara con un viaje en colectivo donde los pasajeros advierten tarde que el lugar de destino ha quedado atrás, esos libros son siempre chiquitos: poemarios, ensayitos, novelitas. El de Vidal, sin ir más lejos, tiene apenas 45 páginas. “Aunque muchos sí, no son chiquitos por su extensión –aclara-, sino por su intención. No quieren ser grandes, no quieren ser épicos, no quieren contarme grandes epopeyas o convencerme de cosas. Esto tanto en narrativa, teoría, poesía o lo que fuera. Me gusta encontrarme con la duda, la vulnerabilidad, el negarse a dar algo por sentado, así se trate de un género literario. Me gustan los libros que se arriesgan a empujar los límites de la literatura”. Casual o no (otra tesis), la mayoría de esos libros están escritos por mujeres.

A su fenomenología de la lectura, Kamenszain la perfila con episodios biográficos. Niña lectora, adolescente existencialista, joven bibliotecaria, estudiante, luego periodista en el exterior, gestora cultural y asistente editorial, incluso profesora que ataja la “papa caliente” del deseo de escribir de los otros, todos los caminos conducen a la lectura y los libros. “En épocas de malaria económica me llevaba montañas de originales de una editorial para leerlos y elaborar informes durante el fin de semana (en la semana tenía otros trabajos, por cierto). Me acuerdo que me lamentaba de no tener tiempo para leer por gusto, pero ahora que las evoco, muchas de esas lecturas forzadas me vuelven, confirmando que me dejaron marcas. En ese ‘ver hacer’ que yo tenía que buscar en forma obligatoria, hubo también, además de la económica, otra ganancia: herramientas preciosas para mi taller de escritora”. Así es como Libros chiquitos parece seguir la línea autobiográfica de El libro de Tamar, de 2018. “No es que continúa como si se tratara de algo lineal –dice la escritora-. Más bien diría que se trata de una vida y una obra que se integran en espiral, es decir, todo se retoma todo el tiempo pero cada vez, con cada libro, todo encuentra una nueva historia para ser contada”.

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